Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Recordando una frase


Hoy me contaron el origen de una frase utilizada en el ámbito de nuestras medianías y cumbres, aunque también la he oído en la ciudad. Ahí va.

Un campesino, Manuel, tenía un hermano en Venezuela que le mandaba (enviaba) de vez en cuando sus durillos, hoy se dice eubros.

En aquella época y dado que el dinero venía del país americano lo correcto era decir, los bolos, apócope ¿cómo dice? ¡Jesús, qué fino!. Apócope(1) repito, de bolívares, moneda del país venezolano.

Manuel estaba preocupado por no saber nada de su hermano desde hacía dos años, lo que le hacía pensar si le habría pasado algo. También porque echaba en falta el dinerito de las remesas de su hermano. Estaba desgranando por los carosos y lo necesitaba para seguir viviendo.

Mi hombre se fué amulando hasta el punto que evitaba a la gente para no hablar con ella. Se volvió sordo, o se lo hacía para no contestar a nadie y así vivir aislado en su mundo inferior, como decía Rosarito.

El día del cuento iba con su yunta de bueyes por la calle principal del pueblo. Los vecinos le saludaban y él ni se inmutaba. Otros le hablaban y nada de nada. Entonces fue cuando el palanquín socarrón que en todo pueblo hay, hizo señas para que se callaran la boca y, en voz más baja de lo normal, dijo:

¡Ay que ver como está Manuel. Más sordo que una caja! ¡Mira que lo está llamando el cartero y no se entera!.

Como respuesta Manuel paró en seco a los animales, al grito de


¡Quieeetas las vacas aaaahi! ¿Dónde está el cartero?


No sé si la historia es cierta. Al menos nos sirvió para dejar clarito que no hay más sordo que el que no quiere oir.


(1) Apócope. f. Gram. Supresión de algún sonido al fin de un vocablo; p. ej., en primer por primero.

El abuelo de Paola


Pancho tiene una nieta: Paola. Como buen abuelo está que se le cae la baba hablando de lo lista y guapa que es su niña.

Hace algún tiempo la llevó de excursión a conocer la Fortaleza de Ansite, lugar donde la tradición indica que Bentejuí y otros alzados, al grito de Atis Tirma, prefirieron lanzarse desde la cima al vacío, antes que rendirse a los conquistadores.


Fueron equipados con agua, bocadillos y chocolate. Cuando subieron a la gruta, la niña iba preguntando por todo y Pancho aprovechaba para entre bromas intentar explicarle lo que allí ocurrió, según la historia. Desde luego, obviando la tragedia citada que todavía no tiene la niña maduración suficiente para según qué cosas.


Entre sus bromas le contaba que los antiguos canarios eran muy altos, tan altos que apenas cabían en la cueva. Cada uno era más o menos como tres hombres de alto y dos de ancho. Como decía Pancho, eran como solares. Hoy somos todos enanos. Hablando desde el púlpito de piedra que allí existe parecía un maestro de escuela, mientras la niña escuchaba atentamente sus palabras .


Al salir de la gruta por la puerta norte y sabiendo que existe eco, el abuelo empezó a gritar:

- ¡Paoooola, Paola!

El eco respondía, hasta seis veces

-¡Oooooooolaaa, oooooola, oooola, oola!

La niña intentó hacer lo mismo gritando:

- ¡Paooola, Paola!

Pero incluso chillando su voz es muy bajita, y no llega a percibirse el eco.

- Abuelo ¿porqué a mí no me contesta?

- ¡Porque a mí me conoce desde hace mucho tiempo. Por eso me saluda y me dice hola.


Lo intentó un par de veces más y como no le contestaban dejó de llamar y seguimos caminando entre las cuevas. Ella se escondía y al pasar salía a asustar al abuelito, que se hacía el sorprendido. Después de merendar fuimos a ver la presa desde el Mirador de la Sorrueda y después de hacerle unas fotos nos fuimos para la casa. Al llegar a la plaza me dijo que parara. Lo hice y salió del coche hasta donde estaban los niños jugando. Desde lejos, escuché el comentario que orgullosamente les hacía:

- ¡Niños, ¿Ustedes saben una cosa? ¡Mi abuelo habla con las montañas! ¡Yo lo oí!

¡Qué linda es la inocencia!



¿Quién fué Chó Plomo?


Frase usada en la ciudad y en el campo de esta isla redonda. Desde la Isleta a Tirajana pasando por San Mateo, la Aldea de San Nicolás y el Risco de Agaete. En concreto, la oí esta semana en un bar de Las Lagunetas, en la Vega de San Mateo y en el siguiente contexto:
Juego de cartas a la zanga. La partida era buenísima con jugadores de edad, sabios por atravesados y socarrones, como los canarios del campo suelen ser. Jugador que pierde y, según termina la jugada, Mauricio, el clásico espectador "repugnante" que nunca falta, le recrimina que si hubiese jugado otra carta, habría ganado. No tiene en cuenta que él está viendo el juego de todos y, claro así cualquiera. La respuesta del jugador fue esta:
-¡Pá sajorín, chó Plomo!
Viene a significar: Si yo lo hubiera sabido, lo habría hecho de otra forma. O también: Para adivino (zahorí), Fulano.
Pancho hizo enseguida la pregunta del millón:
-¿Quien sería este Chó Plomo?.
Le contestó el mismo jugador con segundas intenciones
-¡Yo lo he oído toda la vida. Y seguro que fué un pesado del carajo, todavía más pesado que el Mauricio este que no se calla, coño, ni en misa!.
Me pareció gracioso y representativo de nuestra forma de ser. Aprovecho para pedir ayuda a cualquier persona que pueda aportar quien fué Chó Plomo.






El chupo


El domingo pasado Pancho, el del desarrollo rural, fué invitado a la fiesta vecinal de un pueblito cumbrero de Gran Canaria. El ambiente era de alegría, con su baile amenizado por dos guitarras, laúd y acordeón. Entre las parejas que danzaban, una le llamó especialmente la atención.

El hombre bastante alto, no menos de 1,80 mts. de estatura. La mujer bajita, quizás 1,60. Bailaba agarrada a su hombre con una mano, mientras en la otra sostenía un bastón que descansaba en el pecho de su marido. Al terminar la pieza, ella parecía cansada y él la acompañó a sentarse con ternura en su rostro. Tuve oportunidad de conversar con él y desgranando, desgranando, apareció la historia que hoy les ofrezco a ustedes.


Resulta que el amigo, vamos a llamarle Felito, estuvo mamando de su madre hasta la edad de cinco años. Hoy ronda los noventa y esa misma edad cumplirá en noviembre, su dama. Tiene gran simpatía personal y es de lo más expresivo con sus gestos de cara y manos.

Me lo contó así:

-Cuando tenía alrededor de cinco años, jugaba aquí mismito con mi primo Manuel que tiene la misma edad que yo. Al caer la tarde, mi hermana mayor me venía a recoger para llevarme para la casa.

-¡Felito, vamos casa que ya es de noche!.
Refunfuñando le contestaba:
-¡Que me dejes aquí jugando con mi primo!. ¡Vete tú, que yo voy cuando termine de jugar!.
Era el momento en que mi hermana aplicaba su truco de siempre para que le siguiera
-¡Mamá, que vayas darte un chupo!

Al oirlo, salía como un volador para la casa. Un chupo era justamente lo que ustedes suponen, darle un poco de teta al niño porque aunque tenía cinco añitos no lo habían despegado (destetado) todavía. ¡Äy, aquellos años de la escasez!


La historia me la contó poniendo cara de pícaro el protagonista y la remató con esta otra que hay que entenderla en su contexto y tratarla con el respeto y cariño que se debe a estas personas y a su edad.

Decía haciendo gestos explicativos con las manos

-Mi madre tenía unos pechos grandísimos. Recuerdo como si fuera ahora mismo que cuando terminaba de mamar de uno para pasar al otro, me quedaba enchumbado en sudor, como un baifito jarto de leche.

Y terminando de hablar se levantó, invitando a bailar, esta vez a mujeres nuevas. Quiero decir jóvenes, y ¡vaya arte, cristiano!. Al cabo de tres o cuatro piezas andaba mi hombre cansado y nos sentamos junto a su señora para tomarnos unos pizquitos, disfrutando la conversación que continuará cuando nos encontremos de nuevo. Hasta nos hemos puesto de acuerdo en la fecha. Adelantarles que Felito es una biblioteca de las buenas, buenas.