Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

el jamón de York

Les voy a contar una historia que me vino a la memoria hace un rato. Me la contó asustado un niño, muy amigo mío. Quizás, con el que más mataperrerías hice en mis años de infancia. Ocurrió a finales de los 50 ¿de qué siglo va a ser? ¡Vaya pregunta!

Estaba quedándose en su casa un matrimonio regresado del extranjero por motivos de enfermedad del marido. En una de las visitas de éste al médico, le recetó comer jamón cocido. Ni mi amigo ni yo, ni casi nadie por aquellas fechas sabían lo que era eso. Hoy lo toma todo el mundo y, la mayoría de las veces al pasar dos días de comprado se lo echan al perro porque ¨huele mal”. ¡Qué finos nos hemos vuelto, los nuevos ricos!

Preguntado donde se vendía esta “medicina”, dijeron que en Las Palmas solo lo tenía Dolores Mayor, origen de los más tarde famosos Supermercados Cruz Mayor, en la calle General Bravo y que había que pedirlo como jamón de York.

Que también lo vendían en una charcutería, la del padre de Margarito, situada bajando a la derecha de la calle de San Bernardo. En aquellas fechas se la conocía como la Plaza de de San Bernardo.

A mi amigo le mandaron a comprar 100 gramos del preciado producto. Venía en una lata cuadrada y no recuerdo ahora la cantidad de pesetas que costó, pero fue carísimo.

El problema fue que el empleado le dio un poco a probar y le despertó los sentidos. ¡Como le supo! ¡Saladito y el olor a bueno que despedía! La tentación de volver a degustarlo se le fue metiendo entre ceja y ceja. Subido en la guagua que le llevaba a casa el demonio empezó a tentarlo. ¡Qué bueno es el jamón de York! Y así fue elaborando en su mente un plan que paso ahora a detallarles.

Entró en su casa y a la calladita, se metió en el baño. En el más absoluto silencio sacó una hoja de afeitar de la máquina del padre (marca, MSA acanalada) y armado con ella comenzó la operación quirúrgica. Poco a poco, fue cortando una tira de un par de milímetros alrededor de cada una de las lonchas, tal y como se ve en la figura de arriba. ¡Y cuanto más lo probaba, más le gustaba!.

Tuvo que parar. Las lonchas se estaban estrechando peligrosamente. Recogió todo y envolviendo bien la mercancía para que no pareciera manipulada, entró en el salón con el paquete en la mano. Lo entregó, le dieron las gracias y una propinita por el mandado.

Salió a la calle y se encontró con Pancho. Mientras le contaba la historia, el corazón le estaba saliendo por la boca del susto por si lo descubrían.

Antes, los abuelos decían: ¡Bien se pasa de niño! equivale a ¡Cuanto sufren los niños!

Y suculum, ¡se acabó la historia!.


Ahora, les toca a ustedes pensar….

El hocico de la uveja


Este fin de semana Pancho tuvo una conversación en la cumbre con Miguelito Moreno, el pastor.
Con el máximo respeto y cariño hacia él, con el afán de que disfruten de su forma de hablar y sabiduría se la transcribe totalmente y sin añadidos. Aquí empieza:
M.- ¡Mi abuelo Jiménez tenía un amigo en Artenara que se llamaba Guillermo. Ellos eran muy amigos. Mi abuelo estaba bajo Artenara con las uvejas!.
P.- En Artenara, ¿Dónde? ¿Paquí , pá Coruña?
M.- ¡Debajo Artenara! (Me dice un poco molesto porque no le gusta que le interrumpan)
P.- Pero, en Artenara, ¿Dónde? ¿Pá Juncalillo?
M.- No, hombre debajo de Artenara, debajo mismo de la Virgen de la Cuevita.
P.- Pero ¿mirando pal Bentaiga?.
M.- (Me mira con cara de disgusto, por las interrupciones). Siií. Y sigo con el cuento. ¡Ellos eran…., ellos eran muy amigos! Le dice un día:
-¡Jiménez, echa las ovejas pallá enfrente, pá la Jiguerrilla!
Hubieran plantado El Pajarcillo, de almendreros y La Jiguerilla también. Pero que los almendreritos estaban así. (Señalando con su mano, como un metro y medio de alto).
Pero que a los pocos días vuelven y se trompican.
-¡Coño, Jiménez, echa las uvejas pallá pa La Jiguerilla!
Mia que las echo Guillermo!
-¡No te estoy diciendo que las eches. Cuando yo quiera que tu las atajes, las atajas!
(Prosigue). Y tal.... Bueno..... Que echa mi abuelo las uvejas. Que… el público se alevantó. Porque las ovejas entraron a la huerta y no voy a decir que no comieron. ¡Las espirrafaron! ¡Espirrafaron los almendreros!. ¡Se guindaban encima de las piedras y se comieron la huerta!
Vamos a ver como se va a arreglar esto. (Con esta frase última indica que va a terminar la historia y la está ordenando en su cabeza)
-¡El Pajarcillo era por debajo del Roque (Se refiere al Bentaiga) y pacá era La Jiguerilla!
-¡Que el Pajarcillo no tuviera al siguiente año una almendra, ni una melecina y que La Jiguerilla no se supo las fanegas de almendra que dió… que las medían por fanegas!
¿Usted me oyó? ¡Porque las ovejas tiene el hocico bendecido y tienen…!
¡El mato que la oveja se come, lo bendice con el hocico! ¡La cabra no!.
Y con su sonrisa pícara, mientras me daba un golpe en la espalda, me despidió con estas palabras:
¡Y entoavía no le jago más reportaje porque usted dice que tiene que dirse!
Espero que les haya gustado. ¡Hasta otra, Miguelito!

El carbono14


Esta anécdota le ocurrió a un amigo cuya profesión es la de arquitecto técnico. Corría la década de los setenta del siglo pasado y los hechos ocurrieron así:

El señor alcalde intenta por todos los medios fastidiar a un vecino. La razón: una casa que según él, es ilegal porque no tiene licencia de obras. Además, le ha dicho que pare la obra y no le hace caso maldito.

Por si fuera poco, el "caballero" -como dice el alcalde- le ha plantado cara diciéndole, a voz en grito en la calle, que la suya es tan ilegal como las de los demás y si se la tira a él, se la va a tener que tirar a todo el mundo. Cabreado, va a utilizar todos los medios del régimen para derribarla.

Se traslada a la capital en busca de apoyo ante el delegado de Vivienda. Éste le dice que si trae un informe del técnico indicando que la vivienda tiene menos de 20 años de antigüedad, le autorizará el derribo. De vuelta al pueblo, el regidor llama al técnico y le dice con aire amenazador:

-¡Quiero ahora mismo un informe de la vivienda de fulanito! ¡Que diga los años, meses, semanas, días y hasta las horas que tiene de antigüedad! ¡Y lo quiero para ahora mismo, oyó!

El técnico se dirige a la casa, observa la antigüedad en las paredes. La parte baja es de piedra seca, la siguiente capa de cantos unidos con cal y, la más elevada de bloques. A la vista de su percepción emite el informe y lo entrega al alcalde.

Éste lo recoge. Con la calentura y en su deseo de venganza, ni lo lee. Lo mete en una carpeta, llama al guardia que hace de chófer y le indica que tire para Vivienda, en la zona del parque Santa Catalina, en Las Palmas de Gran Canaria.

Entra en el departamento de Vivienda y entrega el informe al delegado provincial que abre el sobre, lo lee con detenimiento y de repente empieza a reír.

-¿Qué pasa? ¿Le hace gracia?

-¡Con este informe yo no le puedo autorizar nada! ¿Usted lo leyó, alcalde?

El alcalde lo toma en su mano y lee el siguiente contenido:

____________________________________________________________

El técnico que suscribe hace constar que

Trasladado al domicilio del vecino fulanito se ha comprobado que la vivienda situada en la calle tal, número cual, tiene una antigüedad estimada de 25 años.

En cuanto a la indicación de que informe sobre los años, meses, semanas, días y hasta horas, le informo que en este Ayuntamiento no se dispone de la prueba del Carbono14, única que pudiera confirmar estos extremos.

Firmado.

El Aparejador municipal.

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No les cuento el detalle de lo que pasó entre el técnico y el alcalde, solo conozco que fue tal la persecución iniciada contra el mismo que terminó por operarse de la vesícula –sin estar enfermo- y, entre la recuperación y unos puntos criados pasaron una buena cantidad de meses de baja. Por entonces, se rumoreaba que iban a cesar al alcalde y el técnico rogaba a Dios esperando que ocurriera. Al darle el alta médica, mi hombre se tuvo que incorporar a sus tareas. Con la mala suerte que según entraba en el Ayuntamiento, se encontró en el pasillo con el alcalde que le preguntó:

-¿Qué, amigo, ya se incorporó?

-¡Sí, señor alcalde, ya estoy un poquito mejor!

Entonces fué cuando el mandamás sentenció con estas palabras:

¡Pues vaya ahora con mucho ojo, no sea que tenga que volver a operarse otra vez!


Les juro por Dios que es verdad.

Aprovecho para mandarle un abrazo fuerte al protagonista de la historia.

El mentidero de las Cuatro Esquinas. De mentiras y paraguas.


 Hace al menos cincuenta años, todo pueblo agrícola que se preciara tenía su mentidero, allí se reunía la gente mayor para hablar de la vida diaria y contar historias reales o inventadas. Se trataba de pasar el rato y, claro, son los momentos en que aparece en plenitud la socarronería y el sentido del humor de nuestra gente. 
Hoy, Tenoya, mi pueblo de nacimiento, ha pasado de ser totalmente agrícola -aunque quedan algunas fincas de plataneras- a casi urbano. Y, con ese cambio Las Cuatro Esquinas, nombre del citado “mentidero”, en el Lomo de San Pedro, ha perdido parte de su encanto.
Entre los muchos participantes de esa tertulia estaba mi abuelo y el amigo Macías. Su nieto Manolo, al que conocí esta semana nos relató dos historias breves del repertorio del mentidero que tienen la gracia suficiente, o al menos así me lo parece, para contarlas.
Ahí va la primera:
Está nuestro cazador en el campo descansando a la sombra, tomándose su "roncito" con aceitunas. Medio “endormilado” por el calor, de repente, se le para justo enfrente un conejo. Mi hombre tira de su escopeta. Se da cuenta de que no le quedan cartuchos. Más rápido que un avión coge una aceituna y con ella carga el arma. Dispara, está seguro de haberle dado pero el conejo echa a correr y desaparece.
Año siguiente. El abuelo de Manolo está otra vez cazando en el mismo sitio. Delante de él, ve moverse las ramas de un olivo. Lo observa con la escopeta preparada esperando que salga un conejo y ¡oh, sorpresa! El olivo sale corriendo. Extrañado mira fijamente y entonces se da cuenta ¿saben de qué? ¡era el conejo del año pasado! ¡ La aceituna había germinado en la piel del animalito! ¡Y, cacho olivo, hermano! No le disparó y pensó, como el amigo José María, para sí, para sus adentros:
¡Si yo estaba seguro de haberle dado!
 
¿Se la creyeron? ¿Noooó? Pues ahí va la otra:
 
Está oscureciendo. El personaje de la historia va caminando hacia el pago de El Toscón. La vereda es intransitable. En un mal paso, resbala con una piedra suelta y tras varios trompicones, fue a dar al fondo de un hoyo profundo a la orilla del camino. Intenta subir por las paredes, no encuentra donde agarrarse con las manos. La tierra que desprende intentando subir va cayendo sobre el fondo. Los dedos los tiene en carne viva. Así sigue durante un buen rato hasta que llegó el oscuro. Cansado, se sienta en el suelo y va acurrucándose para pasar la noche lo mejor que pueda.

Al alba, aterido de frío por el sereno y el rocío, va llegando la claridad. Al ratito, un rayo de sol finito, finito penetra en el agujero. Mi hombre, raudo se agarra del rayo con las escasas fuerzas que le quedan y trepando por él, escapó de la trampa.
¡Esta sí que se la creyeron! ¿Verdad?
 
Mi agradecimiento a Manolo Macías por el rato que nos hizo pasar mientras colaboraba con su pueblo en la romería de la Encarnación. ¡Y que siga cultivando esa claridad y precisión narrativa con que nos deleitó!

La Fotografía se denomina TENOYA. Ha sido tomada del Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC (http://fotosantiguascanarias.org)

El gato está en la talega

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Hoy voy a hablarles de algunas frases utilizadas especialmente en el ámbito rural y que incluso ahí, se están perdiendo por su escaso uso. En las ciudades lamentablemente solo se escucha y muy poco, en los barrios de solera, esto es, en los más antiguos (pongamos, la Isleta, El Risco, San José, San Roque, etc.). Es una pena que estas expresiones se pierdan. Debemos hacer un esfuerzo para seguir utilizándolas de forma natural en nuestra conversación, pues con ello contribuimos a mantener viva una parte importante de nuestro acervo cultural y también de nuestra forma de ser.
Vamos ahora a situarlas en una conversación :.
Pancho está hablando en la calle con Antonio de sus asuntos. Pasa caminando Juanillo y le dice:
- ¡Juan, como vas pa(ra) abajo mira ver si me consigues dos (de aquello) que tengo un compromiso!.
-Vamos a ver porque la cosa está jodida, Panchito.
Explicación: Le ha encargado algo y no quiere que Antonio sepa de que se trata.
Su contertulio le espeta:
-¡Si no quieres que me entere, mejor te callas.
-¡Al que mucho quiere saber, poco se le da a entender!.
-¡A mi me da lo mismo, pero parece que no está bien!. ¡Avemería, tanto secreto, coño!
Al darse cuenta que dos mujeres se han detenido disimuladamente para escuchar la discusión, lanza esta otra frase:
-¡Detrás de un mato, hay un gato!.
Pancho mira alrededor y viéndolas baja el tono de voz, para no ser escuchado.
También pudo haberse dicho:
-¡Hay ropa tendida! o ¡Hay moros en la costa!
El significado es el mismo. Pero estos últimos se usan, normalmente, cuando los oyentes son niños y la conversación gira sobre asuntos de personas mayores.
Sigamos con nuestra historia. Pasa un ratito. Juanillo vuelve por el camino andado y al pasar frente a Pancho, dice:
-¡El gato está en la talega!.
Le acaba de decir que el encargo lo tiene ya en su poder y dispuesto para la entrega.
Fin.