Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Felipito, el zapatero de Santa Brígida



En la época de la posguerra había un zapatero en Santa Brígida (Gran Canaria) llamado Felipe, al que todo el mundo conocía por Felipito.

Un vecino del pueblo, Narciso (también conocido por Siso), persona muy seria, decidió llevar el único par de zapatos que tenía para que le pusiera suelas. Los pobres estaban ya muy gastados y necesitaban una reparación urgente. Lo peor es que Siso solo tenía ese par de zapatos para ir los domingos a misa. El resto de la semana se remediaba con unas alpargatas de esparto, incluso para andar alrededor de los animales. Por esta razón en el momento de entregar los zapatos le pidió encarecidamente a Felipito que los tuviese preparados para el próximo fin de semana. El zapatero le dijo que no se preocupara, porque el sábado los tendría. ¡Vamos, mande usted a su hijo a buscarlos el sábado sin problemas!.

Llegado el día, se presenta el hijo de Narciso en la zapatería. La respuesta del zapatero fue

-¡Dígale a su padre que me perdone, pero no pudo ser, estarán con seguridad para la semana que viene! ¡Tuve que ir a Las Palmas a buscar suela y material para la zapatería y no se pudieron arreglar a tiempo!.

El niño se fue sin los zapatos a casa contándole lo sucedido al padre. Sin más remedio, tuvo que ir a misa al siguiente día con las alpargatas.

El caso es que el zapatero, sí que había arreglado los zapatos a tiempo, les puso suelas y unos cordones nuevos, y después de darles una mano de grasa de caballo y dejarlos bien lustrados quedaron como nuevos. Después de quedarse mirando para ellos un rato, recreándose en su trabajo, haciendo gala de la picaresca por la que era conocido en todo el pueblo, Felipito pensó para sí, para sus adentros

-¡Ya que los arreglé tan bien, para estrenar los zapatos primero estoy yo!.

Ya se los devolvería a su dueño. Así que se presentó en la misa con los zapatos de Narciso puestos. Le quedaban como anillo al dedo.

El zapatero era pícaro y un poco sinvergüenza. Pero a cada uno lo suyo, lo que tenía de bandío lo tenía también de buen artesano. Los zapatos quedaron tan nuevos que ni el dueño los conoció cuando lo saludó a la salida de misa, con estas palabras

-¡Hombre, Felipito! ¿qué pasó con mis zapatos?. ¡No me los arregló usted a tiempo, y mire como tuve que venir al pueblo, con las alpargatas! ¡por el amor de Dios!

A lo que Felipito, haciendo gala de su ingenio contestó

-¡No se preocupe usted por sus zapatos que.. "en ellos ando Narciso, en ellos ando".



Mi agradecimiento a Jesus Quintana Alvarado

Otro refrán canario

Lata de gofio. Fotografía tomada de www.fedac.org (1)

Lo oí estos días en el Hospital Insular, departamento de consultas externas, de labios de una enfermera.

Nos situamos para presenciar la escena:

No menos de treinta personas esperando para entrar a la consulta del médico. La enfermera va llamando uno a uno, a través de un altavoz. Acompaña al enfermo hasta el despacho del doctor, con la historia clínica en la mano. Vuelve a la ventanilla, recogiendo papeletas, historias y atendiendo al público con simpatía y diligencia.

Con todo este trajín, un señor mayor –un enterao, le decimos aquí- se le dirigió, tres veces seguidas, para hacerle reclamaciones.

Primero, que si iba a tardar mucho el médico en atenderle, pues tenía que ir a otra consulta a la planta baja.

Al ratito, se levanta otra vez y se acerca a la ventanilla.

-¿Señorita, Vd. me llamó?

-¡No, caballero, pero le llamamos enseguidita, no se ponga nervioso!

Contestó la enfermera, arrastrando las palabras y dejándose dir pál pie.

-¡Es que como fui al baño, a lo mejor me había llamado y yo no la sentí!

-¡Pues no, señor! ¡Pero, tranquilo que ya no tarda mucho!

Pasa un par de minutos y otra vez el hombre en la ventanilla

-¡Mire a ver, mujer que se va a ir la hora de pasarme por la pantalla!

-¿La pantaáalla? ¿No me dijo Vd. que tenía otra consulta en la planta baja?

-¡Mire, señorita, yo tengo de todo!¡Ya usted sabe que cuando uno llega a viejo!

La respuesta me hizo mucha gracia.

-Si, ya he oído decir que: ¡Cacharro viejo, desparramadero de gofio!

¿Descriptiva, verdad? No necesita ninguna aclaración.

Eso si. La palabra que usó (en versión original) fue: esparramaero

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(1) Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (FEDAC)

Inmigrantes y emigrantes


Cayuco llegado a la isla de La Gomera


Alejándome del objeto del blog, voy a adentrarme en un tema social que creo debo abordar.

La emigración aparece continuamente en los medios de comunicación. Y la calle se hace eco, olvidando como vivimos en Canarias en tiempos no tan lejanos. Pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla. Un emigrante -o inmigrante- es una persona, que siente, padece, tiene padres, hermanos, miedos, deseos... Exactamente igual que nosotros.
Me apena cuando este asunto, es tratado en los ambientes populares por individuos con poca formación. Esos voceros a las que normalmente no hacemos caso, dado que no sirven de ejemplo de nada.

Utilizando frases como:
Nos están quitando la comida. Son la causa de la inseguridad ciudadana, etc. Estos individuos suelen hablar muy alto, porque así creen tener más razón y les ves pontificar en cualquier sitio, muchas veces con el asentimiento cómplice de nuestros paisanos. La última vez que oí a uno de estos “iluminados” fue en el centro de salud. Me costó explicar mi punto de vista y noté poco entusiasmo entre los asistentes por los argumentos que ofrecí.
El canario, por su natural sosiego, aplatanamiento y algunas veces por cobardía, calla cuando oye tales comentarios, olvidando que también fuimos emigrantes.
Es claro que en Canarias no caben todas las personas que huyen del hambre y la miseria, intentando tener un futuro mejor para ellos y sus familias. También que debemos intentar fijar a las personas a su territorio. Pero, para ello, es necesario desarrollar económicamente sus países para que no tengan que emigrar por necesidad. El origen de su pobreza está en los países ricos del primer mundo que les han empobrecido, utilizando métodos de todo tipo: corrompiendo a los dirigentes, cambiando materias primas por armas, controlando los mercados.
Nuestras multinacionales son propietarias de la riqueza de esos países y les controlan desde los grandes centros económicos situados fuera de sus fronteras. No somos capaces de invertir allí para evitar su emigración. Prefieren, por el contrario, pagar a otros países para que hagan de centinelas impidiéndoles acercarse a nuestras fronteras.

He leído últimamente un libro de José Naranjo, titulado Los Invisibles de Kolda, en el que se describen los efectos causados a las familias por la muerte en el mar de más de 160 jóvenes, la mayoría senegaleses, pasajeros de un cayuco que zozobró en la costa africana cuando venían con destino a Canarias.
Conocí que los familiares de cada uno de ellos, habían vendido hasta cinco vacas o pedido dinero prestado; o ambas cosas a la vez, para pagar su plaza en el cayuco. Ya lo devolverían cuando su hijo llegara a Europa y empezara a enviar dinero. Entonces tendrían casa en condiciones, comerían todos los días e incluso les llegaría para algún signo externo de riqueza, como un televisor o una bicicleta.
Me entristecí con el caso de un inmigrante que llegado a Europa fue detenido y después de seis meses en la cárcel, deportado a su país. No pudo trabajar y por tanto enviar dinero a su familia. La presión social sobre él, a la vuelta al pueblo con comentarios como:
Por tu culpa, no tenemos animales, debemos dinero, etc…, mientras que fulanito mira como viven sus padres, terminaron abocándole al suicidio.

Ahora sigue la segunda parte de una misma historia. El suceso fue publicado en la primera página del diario Agencia Comercial, dice así:

Un velero destartalado ha llegado a la costa con 106 inmigrantes irregulares a bordo. Los sin papeles detenidos, entre los que había diez mujeres y una niña de cuatro años, se hallaban en condiciones lamentables: famélicos, sucios y con las ropas hechas jirones. La bodega del barco, que sólo mide 19 metros de eslora, parecía un vomitorio y despedía un hedor insoportable.

Ésta podría ser una historia de hoy. Pero la noticia se produjo el 25 de mayo de 1949, los emigrantes eran canarios y el puerto al que habían arribado, venezolano. Espero que sirva para ayudar a comprender el fenómeno de la inmigración irregular que ahora llega a nuestras playas.
La salida

Cuando aquellas 106 personas desembarcaron en Latinoamérica, España estaba hundida en la miseria, mientras que Venezuela era una nación emergente. Aunque la diferencia entre ambos estados era menor de la que hoy existe, por ejemplo, entre Nigeria y nuestro país, los españoles experimentaban el mismo efecto salida que empuja a los inmigrantes subsaharianos que llegan a las islas.

La historia comenzó el Sábado de Gloria de 1949. Un centenar de personas se deslizaron por el muelle de Las Palmas y embarcaron en varias falúas. La mayoría eran campesinos de Gran Canaria que ganaban 20 pesetas por trabajar de sol a sol y que habían tenido que vender sus cabras para pagar las 4.000 pesetas del billete, una pequeña fortuna para la época. Durante varios días habían permanecido ocultos en casas particulares. Uno de los organizadores del viaje, ha declarado que alojó en su vivienda a más de 20. Si le hubieran aplicado la actual Ley de Extranjería habría pasado una buena temporada a la sombra por tráfico de personas. De ese mismo delito habría podido ser acusado el propietario del barco, que un mes antes había pagado 250.000 pesetas por una goleta llamada La Elvira, que durante 96 años había sido dedicada a la pesca en las costas de África. Pensaba amortizar la compra con el precio de los pasajes y con la venta del lastre de sal que llevaba el barco.
Las falúas pusieron proa hacia la península de Jandía, al sur de Fuerteventura, donde les esperaba La Elvira. Los pasajeros acababan de abordarla cuando oyeron dos tiros y vieron acercarse vertiginosamente la lucecita verde de una patrullera. Huían con todas las velas desplegadas, pero la lancha ganaba terreno.
‘¡Deténganse en nombre de España!’, ordenó la Guardia Civil por el altavoz. Los agentes se colocaron en paralelo a la goleta: ‘¡Entréguense!’, volvieron a ordenar. ‘¡Que se entregue tu madre!’, les respondió una voz en la oscuridad. Un golpe de viento feliz lanzó al velero hasta aguas internacionales. La Elvira tardó 36 días en cruzar el Atlántico, empujada por los alisios. Durante ese tiempo sus pasajeros se alimentaron de papas podridas, garbanzos con gorgojos y gofio picado. El agua estaba racionada. Pasaban casi todo el día en la bodega, donde sólo cabían tumbados y apretados como sardinas en lata. ‘No podíamos ni darnos la vuelta’. Hacían sus necesidades tras unos tablones. Vomitaban unos sobre otros y pronto se llenaron de piojos. El ácido de los vómitos y el salitre del mar desgastaron sus ropas, que se convirtieron en harapos. Con aquellos jirones, las mujeres hicieron compresas cuando se les presentó la regla. La Elvira hedía como una cloaca. Antonio Domínguez, apodado El Puro por su afición al tabaco, era el capitán costero encargado de sacar el barco de las islas. Luego debía pasarle el mando a Antonio Cruz Elórtegui, capitán de altura. Pero Elórtegui había mentido: ‘Soy un perseguido político vasco. No tengo dinero y presentarme como capitán era la única forma de embarcar’, confesó. Intentaron lincharlo, pero el armador, el costero y los cinco marineros lo evitaron. ‘Tenemos que volver a Canarias’, anunció El Puro al ver que carecían de capitán. Pero un pasajero, que antes de la guerra civil había sido acusado de asesinato, armó un motín y, pistola en mano, le persuadió de que se hiciera cargo de la nave. No era el único homicida que viajaba en el barco, ni el suyo el único revólver a bordo. Al final de la travesía las autoridades venezolanas intervinieron tres armas de fuego en el barco.
La Elvira navegó contra la salida del sol. Sólo se auxiliaba con el cronómetro del armador, que le permitía calcular cómo se reducía la diferencia horaria entre Canarias y Venezuela. En el medio del Atlántico un huracán rompió el timón y estuvo a punto de enviarlos a pique.

Al amanecer del 22 de mayo, tras 36 días de viaje, alcanzaron el puerto de Carúpano, en Venezuela.
La llegada a Venezuela

Fueron remolcados hasta La Guaira por una lancha de la Guardia Nacional. Las autoridades les reseñaron como inmigrantes voluntarios. Luego les trasladaron hasta un centro de inmigración de Caracas. De ahí les llevaron al estado de Yaracuy, a una central azucarera llamada Matilde, donde estuvieron limpiando surcos y abonando los cañaverales.
Extracto tomado de TOMÁS BÁRBULO –EL PAÍS – España – 16-07-2001.

No fue La Elvira el único barco que salió de Canarias. Les doy otros nombres y número de personas que iban a bordo.

La expedición del velero «Nuevo Teide" con 285 inmigrantes a bordo, salió de la costa de Fuencaliente (La Palma) el 7 de abril de 1950, llegaron a La Guaira el 6 de mayo, después de 29 días de viaje, las autoridades venezolanas han retenido a los inmigrantes ilegales canarios durante doce días, posteriormente han sido puestos en libertad; el patrón y la tripulación han sido repatriados.
El 8 de agosto de 1946 salió el velero Emilio comprado en Santa Cruz de La Palma por un grupo de republicanos, llevando a catorce inmigrantes a bordo.

El velero «Delfina Nova» también conocido como «el barco de Serrano» zarpó de La Gaiga, en Puntallana el 20 de mayo de 1950, llevó a 228 hombres a bordo, destino: Venezuela.
El viaje más corto de un barco fantasma, la goleta «Benhovare» que cruzó el océano Atlántico en solo 21 días, al mando del patrón Esteban Medina Jiménez. Más de doce expediciones clandestinas salieron de La Palma, entre los años 1946 y 1950.
Y muchas, muchas embarcaciones más.


Aquí termina este relato. Espero que hayan tenido la paciencia de llegar al final.

¿Podemos obligar a una persona a pasar hambre y miseria, sin intentar mejorar su situación para comer todos los días? Máxime cuando a través de la televisión ve como vivimos en este primer mundo. Somos capaces de destinar medios –bomberos incluidos- para salvar un gatito y nos parece mal que dediquemos ayudas estatales al desarrollo de esos países.

¡Para pensar! ¿ verdad?