Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

El robo del cochino


Era la posguerra, época de “jambre” y dificultades sin cuento.  La acción se sitúa en Lanzarote, pues allí mismo me la contaron.

Está llegando el día de San Martín, fecha en que se hace la matanza de los cerdos. Marcial es un pobrecito agricultor que solo tiene como capital un cochinito. La costumbre en el pueblo es matar al animal y regalar a los vecinos un poquito de  tocino,  algo de carne para salar, y algún huesito para la sopa.
Marcial comenta con su compadre y vecino Fefo que el año ha sido muy malo, que lo único que tiene es el cochino y si viene todo el mundo a la fiesta  sus hijos se van a quedar sin comer. Fefo dice que le comprende y le aconseja que venda el cochino y diga que se lo robaron. Que él es una tumba y no dirá nada.

Dicho y hecho. La noche anterior a la muerte del cerdo,  Fefo, a oscuras, se mete en el chiquero de Marcial y le roba el cochino.
Poquito más tarde,  Marcial se levanta sigiloso, para que nadie le vea cuando nota sorprendido    la ausencia del animalito.

Desesperado va corriendo a casa de Fefo y le dice llorando:
       -          ¡Compadre, me robaron la cochina!

-          ¡Coño, compadre, que bien lo hace! Si no fuera por lo que hablamos diría que es verdad, cristiano!

-          ¡Qué no, carajo, que me lo robaron de verdad!

-          ¡Qué bueeeno,  compadre! ¡Manténgase así! ¡A usted le robaron la cochina!

 
 
Mi agradecimiento a don Domingo Corujo, de San Bartolomé de Lanzarote, hombre sabio.

Amor porcino

Vamos a situarnos primero que nada. La historia que sigue ocurrió   –y si no ocurrió, lo mismo me da-  entre  Fataga y Arteara (los vecinos le dicen Artedara) y ¿quién soy yo para cambiarles el nombre? ¡Artedara, se queda!  Ambos  lugares, pertenecen  al municipio de San Bartolomé de Tirajana, allá en Canarias. Dicho esto para el que lea la historia y no viva aquí en las Islas Afortunadas...
Pues bien, empezamos a desenredar la madeja.

Fernandito, hombre que vive en Fataga tiene una cochina paridera. Desde hace unos días, se encuentra “descompuesta”,  término que significa que está en estado fértil y es el momento de cruzarla con “varón”. No les voy a explicar los detalles porque no es el objeto de esta historia/cuento.

Sigamos. En todo el pueblo  no se encuentra ningún  “barraco”,  nombre con el que se conoce al semental porcino.  Preguntando y preguntando, se entera que en Artedara, unos tres kilómetros barranco abajo,  existe un cochino negro del país propiedad de un tal Bienvenido. Mi hombre tira pa’ bajo y se sienta a negociar con el dueño los detalles del “enlace”.  

Al final trataron,  o sea se pusieron de acuerdo,  que el dueño del cochino se llevará tres crías, a elegir por él, a  los diez días del parto. Hasta aquí todo bien, los problemas empiezan cuando  hay que llevar la cochina a ver a su “galán”.

La cochina, ¿porqué no aprovechamos y le ponemos un nombre?  ¡A mí me gusta Andrea y como el cuento es mío, Andrea se queda!

Fernandito no sabe qué hacer para sacar a Andrea –recuerden, la cochina- del chiquero. Amarrada por la pata y tras “denodados” esfuerzos entre él, la mujer y sus dos niños, logra ponerla a la orilla del camino.

Después de estrujarse la cabeza para ver como la llevaba al “doctor”, se le iluminó con una gran idea. La llevará en la carretilla, ¡Yo siempre le he dicho “carrucha”!
Con múltiples trabajos ya tenemos a la cochina subida en la carrucha y amarradita convenientemente con unas “tomisas” (1) de palma.

Llegados a Artedara  y una vez consumado el encuentro amoroso, se vuelve con Andreíta para Fataga. Pasan 20 días y Fernandito llega a la conclusión que la cochina “está vacía”. ¡Esto es que no se ha quedado embarazada!
Para no serles cansino,  les diré que este viaje se repitió dos veces más con resultado infructuoso.

Esta mañana, Fernandito está hablando con la mujer. Le dice que hoy toca llevar otra vez a la cochina a Artedara. Mientras bebe su  taza de leche con gofio, con su cachito de queso  “de conduto” entra la mujer y dice: ¡Fernando, ahí  fuera hay un ruido grande mira a ver quién es, hombre!
Fernandito sale a la puerta y se queda asombrado ante el espectáculo.  ¡La cochina Andrea está sentadita sobre la carrucha esperando! ¡Y se subió ella sola!

El jodío  animal les estuvo oyendo!   Y Fernandito a voz en grito exclama:
¡Me cago en la madre que  fue y  la parió! Usted lo que es una viciosa, carajo!

Y digo yo, para mí, para mis adentros:  ¡Yo diría que le estaban sentado  bien las visitas al doctor! ¡Para su equilibrio psicológico y elevación de la autoestima, se dirá hoy.
¿O se habría enamorado?

Saludos.

P.D.: Terminada la historia, pienso que quedaría más graciosa con este añadido: La cochina estaba sobre la carrucha con sus labios pintados y un pañuelo rojo en la cabeza. ¡Me parece poco creible,  pero me gusta!. Así que aquí lo pongo.

En Las Nieves, te espero.


A mí me gustan las historias en las que aparece la burrita, medio de transporte ahora en desuso pero que fue imprescindible en otros tiempos. También las mulas, pero eran más para cargas de tipo profesional:  las de los arrieros.
Mi historia de hoy  tiene como protagonista a la burrita y ahí empieza

Principios de Agosto en la cumbre, allá por Artenara.  Sol de justicia. Candelarita camina junto a su burra que va “cargada hasta los topes” de esteras, sombreros, escobas, cestos, bolsos, etc. Todo hecho con palma que se hace allá abajo en el Ingenio Blanco de Santa Lucía de Tirajana.
Su destino, las Fiestas de Las Nieves, en Agaete. De repente, el animalito que se para. No hay Dios que la mueva, ni pa’ lante, ni pa’ trás. Venga a tirar, a tirar y suculúm. Que la burra no quiere andar.

Pasaban otros arrieros siguiendo su camino y el último le preguntó
      - ¿Qué pasó, Candelarita?

      - ¡Mire usted, Juan Gregorio, que la burra no quiere andar!
Juan Gregorio para, se baja de la mula y dice

      - Haga lo que le digo. Vamos a darle agua y un pizco paja, si tiene. Cuando esté fresca, le damos el remedio de la gasolina.
      - ¿Gasolina? ¿Qué remedio es ese?.

      - ¡Cogemos  un chispero que tenga gasolina, levantamos  el rabo a la burra, le raspamos  el culo (1)  con una piedra,  se le echa un pisco de gasolina en lo raspado y ya verá como la burra camina.
Dicho y hecho. La burra se quejaba un poco al rasparla con la piedra, pero  cuando le echaron la gasolina, brincó y salió como un tiro con la carga arriba, perdiéndose de vista.

Candelarita se quedó sorprendida al quedarse sin su animal y le pregunta a Juan Gregorio
       -          ¿Y ahora que hacemos, Juanito? ¡Me quedé sin burra!

-          ¡Si usted quiere Candelarita, le doy el mismo remedio y así seguro que la alcanza!

-          ¡Bueno, cristiano y que vamos a hacer! ¡Todo sea por Dios! ¿Usted me la pone?
Juan Gregorio le hace el correspondiente raspado en dicha sea la zona y cuando le echa la gasolina, ocurrió lo esperado, pero en grado superlativo porque, o le echaron mucha o rasparon demasiado  y  Candelarita salió a más de cien por hora en  la misma dirección por la que  se fue el animal.

Dicen que cuando Candelarita llegó a la altura de la burra, no pudo frenar  adelantándola  y que chillando a voz en grito, dijo
          -¡En Las Nieveees, te esperooooo!

 Saludos y gracias a un  confidente de Armas tomar.

(1).- Sé que a algunos les parecerá una procacidad o una zafiedad, aclaro que sé también otras palabras sinónimas, pero a la historia hay que darle lo que lleva. Y esto fue en la cumbre, mis hermanos. ¡No sean tan finos!

Dos hombres arando



Fotografía tomada de la red
Panchito estaba en su Tirajana del alma, arando el cercadito para plantar unas papitas del ojo rosado.
Araba con su "burrita de la tierra", chiquitita y cuando iba por la mitad del trabajo el animalito se le murió.  Tiraba y  tiraba del animal y no podía él solo, los sudores le caían al suelo.

El hombre  fue a buscar a su vecino Indalecio pidiéndole ayuda para sacarla del terreno. Entre los dos y a duras penas, la pusieron fuera cargándola en el carro de Indalecio para ir a enterrarla.

Cuando ya partía el cortejo fúnebre para el barranco a enterrarla,  Panchito cambió de opinión y le dijo a Indalecio

-¡Estaba pensando, Indalecio, que  porque no te enyugas   y terminamos de arar lo poco que queda del cercado, luego vamos y enterramos a la burra!
Indalecio, hombre sencillo y bueno “de por demás” que  siempre está pensando en ayudar, accedió. Se enyugó y ahí vemos a la pareja arando. Panchito al grito de ¡Arre! empezó  el marcado de los surcos, llevando las riendas con sabiduría y soltura.  

La mala suerte -que ese día estaba presente- quiso que al terminar un surco, Indalecio se despeñara  pared abajo con el arado detrás. A los gritos de socorro, se asomó Panchito que  viendo la imagen, dijo
-¡Cristiano, que le pasó! ¿Usted no se dio cuenta  que se acababa el cercado?

La respuesta de Indalecio fue digna de aparecer en la historia de la insular agricultura
-¡Usted no me dijo: Sooooooó!

Saludos.


Mi agradecimiento al amigo Pepe Armas.