Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

La que no aumenta, no es poeta.


Tres señoras sentadas en el Centro de Salud de un pueblito de interior.  A la escucha Pancho, que no dijo palabra y hoy relata el caso, describiendo la situación.
La primera, Rosarito, cincuentona, de “josico revirao”, acapara toda la conversación.

La segunda,  más mayor,  de alrededor de sesenta y cinco años y de nombre Virtudes, intenta “meter el rejo” y decir algo. Pero ¡qué va, no hay manera!  

La tercera, todavía más mayor,  por encima de setenta y cinco, es Josefita.  Está haciendo barbilla con su aguja e hilo, atenta a su labor y a la vez escuchando –sin perder ripio- el diálogo de sus vecinas de consulta.
Está en el uso de la palabra,  Virtudes

-Ay, Rosarito, tengo un dolor en la espalda que me trae loquita. ¡Una hernia discá que me tiene en un sinvivir!
-¿Dolor?  ¡Dolor el mío que tengo 4 hernias: La L4, la L5, la L6 y la L7!

Se advierte solemnemente a los lectores que las vértebras lumbares,  son 5. Y que después de la L5, sigue la S1, o sea el sacro. Por tanto, no existen tales L6 y L7.
Sigue la conversación

-¡Pues, si que está usted fastidiada!  Por si fuera poco, ahora me dicen que también tengo mal las cervicales! Lo que digo yo, estoy bizcochadita!
-¡Usted no sabe lo que son dolores, Virtudita! ¡ Cuatro cervicales tengo yo pinzadas, ¡Cuatro! Que no puedo mover la cabeza porque me dan mareos. ¡Y siempre con ese zumba zumba “ahirriba” que me vuelve loca!.

Silencio en la consulta. Al ratito, vuelve Rosarito  de nuevo a la carga.

-¡Y si supiera que para el mes que entra me van a poner una próstata en la rodilla, no hablaría usted!  ¡Y cuando la tenga mejorcita, me pondrán la otra! Hágame usted el favor, ¡doolooores!

Nadie le respondió y tras un minuto de silencio en el que no se oyó ni el vuelo de una mosca, el médico llamó en voz alta desde su despacho: ¡Rosario Martel!

Rosarito se levantó, entró a la consulta, cerrando la puerta.

Fue entonces cuando habló por primera y única vez, Josefita:

-¡Aquí, la que no aumenta, no es poeta!

 
 Saludos.