El paso de la cumbre

La historia que les narro hoy tiene -para mi entender- mucho sentimiento. Me la contó el hijo del protagonista hoy mismo. Estábamos sentados, huyendo del sol de mediodía, debajo de un olivo grande. Por cierto, ahora -finales de mayo- los olivos están perdiendo la flor y las aceitunas están del tamaño de un garbanzo. Como me he apartado de la historia, la continuaré diciendo que el relato empezó de esta manera


Tenía que ser por los años 1934 o 35. Nosotros vivíamos en Ayagaures, éramos en total catorce de familia: mi padre, mi madre y doce hermanos, contándome a mí.

Mi padre había salido para la cumbre acompañado de un vecino. Llevaban dos mulas cargadas de pimientas que pensaban cambiar en Cueva Grande por papas de semilla. El tiempo de invierno era tan malo que la gente les decía que esperaran y no se atrevieran a pasar la cumbre con ese tiempo. Pero ellos siguieron adelante

Pasado el Camino de La Plata, dentro de los Llanos de La Pez, mi padre se fué encontrando mal. El vecino le dijo que si paraba para refugiarnos en algún sitio. Él le contestó que tenía mucho frío, pero que siguiera a ver si llegábamos pronto. Mi padre era hombre de pocas palabras, agachó la cabeza para protegerse del frío y siguió adelante. Como estaría el hombre de grave que la bestia se paró y él siguió con la cabeza caída sobre el pecho, encima de la mula. El vecino cargó con él sobre la(s) espalda(s) y se acercó a la única casa que había en aquel lejío, donde le dieron leche caliente. ¡Pero, mi padre ya estaba muerto! ¡Quizás, si en vez de cargar con él, lo hubiera puesto a caminar, igual se habría salvado! ¡Pero, estaba de Dios....!

Y continuó

De allí, lo llevaron a San Mateo y lo enterraron. La mula y las pimientas servirían de pago del entierro. El tiempo seguía tan malo que el vecino tardó ocho días en poder pasar la cumbre y darle la mala noticia a mi madre. ¡Mi padre salió a buscar el sustento y se quedó enterrado en la Vega de San Mateo! ¡Y ocho días sin poder darnos la noticia de que éramos huérfanos! ¡Para colmo de males, a los cinco meses de morir mi padre, nos echaron a todos de la casa en que vivíamos porque no pudimos pagar un préstamo de 500 pesetas! ¡Una cosa igual a lo que hoy es una hipoteca!

De Ayagaures, nos tuvimos que venir a casa de mis abuelos....

No sigo más con el relato. Solo una reflexión. ¡Qué fatigas tenía que pasar la gente para encontrar el sustento! ¡Como era el clima en esa época que un hombre moría congelado en la cumbre! ¡Como eran las comunicaciones!

¿Entenderá este suceso real nuestra juventud? ¿Será capaz de transportarse empáticamente a ese tiempo y sentir las dificultades de supervivencia de ese momento de nuestra historia?
Saludos.

Rosendo, el de La Montaña


A Pancho le gusta jugar a la zanga, como todos ustedes saben. Cuando tiene algo de tiempo se acerca al lugar de reunión para echar unas partidas. Es la gasolinera de Rosiana, en Santa Lucía de Tirajana, justo en el linde con San Bartolomé. Cuando no hay juego, charla con gente mayor y entre ellos hay uno que tiene una buena memoria y le gusta recordar cosas de antes.


Se llama Félix Rosendo Sánchez Santana, pero se le conoce como Rosendo. Vive en La Montaña, en el término municipal de San Bartolomé de Tirajana. Nació el 30 /8/1932, es decir cuando llegue Agosto, cumplirá 79 años, aunque aparenta muchos menos, según pueden ustedes comprobar en la fotografía.


Ayer tarde hablábamos de canciones y de las taifas de su juventud. Otro parroquiano de su misma edad decía que Rosendo cantaba muy bien. Les pregunté por los instrumentos que se tocaban entonces y me dijeron que guitarra, laúd y a veces, una flauta de caña o un violín. Le dije que si recordaba alguna letra y me recitó las que ahora siguen (tienen como mínimo sesenta años) y se cantaban al ritmo de isa.
Ahí van


Anoche soñé, bien mío
miles y más boberías
que mi contrario era sastre
y con los cuernos cosía
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Aunque transcurran los años
Siempre me estoy recordando
Aquel que pintó la mona
Un día en el campo arando
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Si fuera a pensar las cosas
De dolor me hubiera muerto
Pero me ayuda a vivir
Mi poco conocimiento
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Ay de mi como perdí
La rosa, siendo ella mía
Hoy la veo en otros brazos
Marchita y descolorida
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Llevo un jardín en mis brazos
Malva, rosa y aceitiva (*)
Un ramo de siempreviva
En flor de seda hecha un lazo
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Si por dávila(**) me quieres
Yo seré tu fiel amante
Pero siento que me olvides
Cuando no tenga que darte
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Como verán Rosendo es una biblioteca andante, les prometo recoger sus historias e irlas publicando en este medio.
Saludos

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(*) Al parecer, una flor de montaña. No encuentro ningún dato en la red
(**) Posiblemente:
dádiva

El tocadiscos del miedo

En las entradas anteriores he escrito sobre batatas –mentiras- en el ámbito rural, hoy voy a regalarles esta historia que pone fin a la serie.
Está cayendo la tarde, Gregorito acompañado de su hijo pequeño Lelo –de 12 años- están terminando de regar en el Ingenio. Todavía les queda un pedazo en la loma. El padre dice
- ¡Lelillo, abre el agua la loma y regas el millo antes que se haga de noche. Yo me voy pá la casa!
- ¡Padre, deje el millo pá la próxima regada que él aguanta. No se da cuenta que ya no se ve nada, hombre , y yo tengo miedo!
-¡Vaya usted y lo riega, carajo, pá que se le quite el miedo! ¡Usted cree que todavía hay brujas, o qué!
Lelo abre el macho y se dirige acompañando al agua hacia la loma. Asustado, oye ruidos por todas partes. Armándose de valor se pone a cantar para así no oir nada.
Pero un ruido supera a los demás retumbando
-¡Uuuhhhh, Uuuhhhh!
Lelo empieza a temblar. El ruido ahora baja, luego sube, pero él lo oye perfectamente mientras canta a grito pelado. Lelo pasa del susto al temor, de este al temblor y aterrado huye despavorido soltando atrás la azada, dejando el agua suelta.
Llega a la casa, allí están sus padres y no dice nada. Se lava un pizco y se acuesta sin comer, no sin aguantar a su madre repitiéndole que no se acostara sin cenar.
El padre, le contestaba
-¡Deja al chico que está cansado de tanto regar!

Al día siguiente, el padre lo levanta gritando:

-Lelo, ¿qué desastre hiciste en la loma? ¡Dejaste el agua suelta sin cambiarla pá los surcos!
El niño contó al padre lo que pasó y para quitarle el miedo éste decidió que fueran para la loma.
Y aquí viene el final increíble e imaginativo de la historia.
Cuando llegan juntos al lugar, Gregorito ve un trozo de disco de vinilo en el suelo. Al lado una pita, planta propia de los linderos de los cercados y sobre la marcha en su cabeza encuentra la solución
-¡Lelillo, mira lo que fue! ¡El viento movía la punta de la pita y rozaba el disco de música, hombre! ¡Ese era el ruido que usted oía! ¿No le dije a usted que las brujas no existen?

Saludos a todos y mi agradecimiento a Juanfra, del Ingenio