El baile y el ajedrez


Finales de los años sesenta del siglo pasado. Hace por tanto años, muchos años.
Había baile en la sociedad del Marino, C. de F.,  allí en la calle Venegas. Eran bailes de media tarde, empezaban a las 7 y se acababan a eso de las 10 de la noche. El cartel que estaba por fuera decía así:  Esta tarde,  Baile de Juventud.  A las 7, Extraordinario Asalto

Pancho llegó acompañado de su amigo Juan Hoyos, al que he citado en otras historias. Juan es un bailarín de altura.  El que empezaba los bailes.

Entramos en el salón. Está sonando un pasodoble  con el que la orquesta  iniciaba el baile.
Nos dirigimos hacia la izquierda del salón y allí estaban sentadas, una señora y dos muchachas jóvenes. Juan invita  a bailar a una de ellas.  Acepta enseguida, y no es extraño, pues las muchachas se lo rifan para bailar con él.  La toma de la cintura  y  ufano,  la hace girar  sin parar en vueltas y revueltas a lo largo de todo el salón.

Pancho se queda allí y balbuceando invita a bailar a la otra chica que acepta. Empieza a bailar y, de repente, se acerca un muchacho bastante conocido. Es un boxeador, no quiero decir su nombre, solo que era campeón de España de su deporte.

Me toca en el hombro y dice:
-          ¿Que haces tú bailando con mi “piba”?
Balbuceando contesté
-          ¡No sabía que era tu novia! ¡Yo la invité y me dijo que sí! Si es tu novia, aquí la tienes…

La respuesta fue
-          ¡No. Usted sale ahora para la calle y nos partimos la cara!

Al ver que todo el mundo estaba mirando quise salvar mi orgullo y contesté:
-          ¡No, mi hermano, si yo salgo a pelear contigo ya sé el resultado, me partes la cara! ¿Porqué no vamos allí dentro al salón de juegos y echamos una partidita al ajedrez, y  a lo mejor te gano?
-          ¿Qué dices?  ¿Te vas a quedar conmigo? ¡Encima, vacilándome!(*)

Ese hombre cogió tal calentura que se me echó encima y tuvieron que agarrarlo entre varios.
 
Dijeron que me fuera y yo disimulando para no quedar como un cobarde ante todo el personal, me fui retirando poco a poco y como no tenía por donde salir, pues la puerta estaba “vigilada”, salté por una ventana que en aquella época daba a la marea e hice mutis por el foro.

Durante las dos semanas posteriores, no viví tranquilo temiendo la aparición de mi “verdugo”. Fui mandando mensajeros  de buena voluntad que surtieron efecto y  gracias a Magec (dios de los canarios) el hombre bajó la bandera y nos dimos la mano en el bar de la esquina, aunque me pareció que no estaba  muy conforme.

Hoy, con la distancia que el tiempo pone  por “en medio”, recordé la historia y les añado el final
Estando trabajando en un centro oficial, hace al menos 15 años, tuve que atender al citado boxeador reconvertido en empresario de éxito. Una vez terminadas las diligencias, fuimos a tomar un “cortadito”. Cuando le dije el miedo que había sentido en aquella ocasión y semanas siguientes, me dijo con estas mismas palabras:
-          ¡Es que tú, siempre fuiste muy listo!
-          ¿Listo? ¡Usted no sabe lo que discurre un hombre con miedo, cristiano! ¡Y lo que corre!
Y se despidió con un fuerte abrazo.  Eran ya otros tiempos, ¡pero vaya miedo que pasé en su día, cristiano….!

Saludos.

(*) He intentado que el lenguaje sea exactamente el de aquella época.