La abuela Frasquita

Siempre recordaré la carta que me envió mi abuela describiendo lo que pasó el día de mi jura de bandera. Entonces estaba de moda, hacer la “mili” en Aviación, en Gando y así se evitaba que le mandaran a uno a la Península.
Lamentablemente, la carta se quemó en un incendio ocurrido en mi casa hace más de 30 años. Se quejaba en la misma –con su socarronería- que fue a verme al cuartel y yo, según me dijo, no le hice caso, que solo tenía ojos para mi chica.
Tenía en aquel tiempo, 19 años y una novia que me tenía loco. Y sin darme mucha cuenta cuando vino a saludarme, la besé, le pedí la bendición –cosa ya perdida hoy- y seguí “embebío” con ella.
La carta que me mandó ocupaba un pliego entero, es decir dos folios a doble cara. Estaba toda escrita en verso y, de verdad, me entró “sentimiento”. Me reprochaba, como si ella fuera en verdad mi novia.
Recuerdo de mi abuela sus manos largas, como de pianista y su sonrisa infinita, sus cuentos para entretener a los niños, sus bromas… Uno de los cuentos aún seguimos diciéndoselo a los nietos:
¿Quieres que te cuente el cuento del gallo morón?.
Sí.
¡Yo no te digo ni que si ni que no, sino que si quieres que te cuente el cuento del gallo morón!
No.
La misma respuesta y así hasta cansarnos.
Siempre haciendo labores: punto cruz, bordados, calados, etc. En su casa enseñaba a las niñas del pueblo a coser y bordar. Se llama la costura.
También los dulces que hacía: queques, buñuelos, bollos, dulce de calabaza, truchas de batata y dulce de angel, etc.. Nuestra ayuda consistía en partir almendras, yendo a comprar la harina o a coger leña, amasando.. Eso sí, su gran preocupación era que nos laváramos las manos y siempre nos lo estaba recordando. ¿Se lavaron las manos?.
En todas las casas había uno o dos abuelos. Antes acababan su vida en sus casas o en las de sus hijos y, a los niños nos gustaba escuchar sus historias, hacerles preguntas, en fin, estar con ellos. Ya hoy no tenemos la misma referencia de los abuelos.
Los tiempos modernos, las prisas, el trabajo, el dinero, el ocio, nos han cambiado tanto que hoy parece que sobran y solo se les utiliza para cuidar niños u otras tareas simples. El cambio en nuestra sociedad es total. Creo que tendríamos que aprovechar mucho más su experiencia.
En este aspecto, quiero mencionar aquí la hermosa y enorme tarea realizada en La Aldea de San Nicolás por el Grupo de Desarrollo Comunitario de dar valor a las personas mayores de ese municipio, mediante el fomento de la convivencia entre tres generaciones,- padres, hijos, abuelos - manteniendo fresca, al revivirla, la cultura popular. Se sienten valorados, son alegres, bromistas, participativos y siempre están preparados para contribuir a cualquier tarea que realce su historia y costumbres.

El reintegro

Vamos a recordar hoy los números de ciegos, ese sorteo tan metido en nuestra gente. Hoy todo se ha modernizado y Vd. puede pedir el número que quiere jugar y el vendedor de cupones saca un ordenador, manipula, lo imprime y se lo vende. Pues bien, antes los vendedores llamaban a comprar con la frase: ¡Los cuarenta iguales para hoy! a voz en grito. El “para hoooy”, muy estirado en la o.

Aquí va la historia de hoy:

Un día, nuestro Pancho se reunió con un trío de “bergantes solteros” y, guitarras y timple en mano, primero se fueron para Las Palmas y como sería esa juerga, señores, que recalaron en Tenerife. Pasaron una semana entera de tenderete y al final, como todo se acaba, aparecieron por sus casas.

La mujer, -vamos a bautizarla hoy como Clarita-, estuvo desesperada buscándolo por hospitales, Policía Local y Guardia Civil. Y cuando llegó a la casa, al encontrarse a su Pancho acostado – de zorrocloco - y hecho un poema, empezó a chillarle con gritos, gemidos, tratándole hasta de bandío. Éste con su finura habitual –dejarse dir pal pie, se llama en canario,- no plantó cara a su mujer, diciéndole apesadumbrado:

¿Y que voy a hacer, mujer, si Dios le da sombrero a quien no tiene cabeza?. Clarita, poco a poco, se fue calmando, echó su llantina y hasta su beso le dió.

A los tres días, y cuando el mar de la casa ya estaba en calma chicha, los amigos le invitan para volver de parranda el sábado.

Después de mucho cavilar, esto fue lo que le dijo Pancho a su mujer:

¿Clarita, sabe usted cuando estuve pá Tenerife? ¡Pues compré un número de ciegos y salió premiado con el reintegro! ¡Y ahora tengo que volver pallá pá poder cobrarlo! .

¡Señores, el sábado no hay machorra!

En un pueblo de la isla de Gran Canaria, existe la costumbre en los entierros que una vez enterrado el difunto, sube a un lugar elevado del cementerio –para ser visto- un señor con su terno azul oscuro y una corbata azul clara que al parecer es “el de la funeraria” y hablando en nombre de la familia dice:
” La familia agradece su asistencia y les comunica que el día y hora tal y en la iglesia cual, se celebrará el funeral por el alma de don fulano de tal….”
Este dato es necesario para la comprensión de la historia que sigue a continuación:
Estamos en el cementerio, esperando por el coche fúnebre y oigo a un señor que le dice a otro: ¡Oye, el sábado, por la mañana, Alberto mata una machorra, no me faltes!.
Jurado por Dios que a mí no me invitaron, pero si les puedo decir que esta conversación la oí casi todas las veces, -dicha por otros o por mí- mientras esperábamos.
Lo gracioso fue cuando ya terminaba el entierro, se sube el señor del traje oscuro para notificar y cuando va a hablar, se sube también Alberto cabreado por tantos invitados a su fiesta y a voz en grito, dice:
¡Señores, el sábado no hay machorra!
¿Qué pensarían las personas que estaban allí para un entierro y no tenían conocimiento de la fiesta de la machorra?. ¿Era un buen lugar y momento para anunciar una fiesta? ¿Saben quien invitaba a todo el mundo? ¿No lo sospechan? Saben que Pancho (PT) no se llevaba con Alberto?

Mi agradecimiento al amigo Pepe Trujillo, de Telde.

¿Qué le pasa a los morales?

En una visita a la isla del Hierro, entré a una tienda de aceite y vinagre que estaba situada frente al Cabildo, en Valverde. Allí se vendían productos de la tierra, duraznos, higos, cebollas, etc..vamos lo que hoy se llama un establecimiento ecológico.
Había a la entrada un cartel donde se proponía la compra de licor de moras. Le dije al señor que estaba tras el mostrador, -una persona de lo menos 90 años, con unas gafas de las que llamamos de "culo de botella", por la gran cantidad de dioptrías que debe tener-, que quería una botella de licor y su respuesta fue la siguiente:
Tengo que quitar ese cartel de ahi. -Obsérvese que no dijo ahí, con acento, sino ahi-. ¡No tengo licor, cristiano, porque ya no hay moras!. ¡ Yo no sé lo que les pasa a los morales, debe ser por los tiempos que hay, pero se han vuelto como los políticos. Todo son flores, pero frutos ni uno!.
Quiero agradecer las respuestas de Vds. a los escritos anteriores, especialmente a esas personas imaginativas, con sentido del humor y rapidez mental que alegran la vida del que les escribe. Saludos de Pancho