La radio y la televisión


Recuerdo, cuando era pequeño, al aparato de radio (la arradio) como decía entonces. Nuestro peninsular de turno diría: el rezeptor de radio, ¡mire Vd. que diferencia!. 
No hay ningún error, lo puse con zeta. 
Las mejores marcas eran Grundig, Graetz, Philips, La voz de su amo.
Teníamos en casa uno de otra marca, Radiola. 
Allí junto a la radio, sentados en el suelo, mi madre sintonizaba Radio Catedral, con sus programas religiosos: el rosario, la misa, al padre Peyton, con el lema: La familia que reza unida, permanece unida. ¡Nosotros deseando que terminara para ir a jugar a la calle y ella añadiendo otra avemaría, otro credo, otro padrenuestro que no decía la emisora! ¡Y otra pá las ánimas benditas!.
La ronda, canciones dedicadas: Para Siona, por su próximo enlace matrimonial. Para Carlos, de Las Chumberas, por su incorporación al servicio militar. También había la parte más graciosa y divertida con Pepe Iglesias, El Zorro, locutor simpatiquísimo -creo que argentino- con su personaje, Fernández, y su melodía de entrada al programa cuya letra decía:
Yo soy el zorro, zorro, zorrito
para mayores y pequeñitos
Yo soy el zorro, zorro, señores
De mil amores vengo a contar…
Ya por la noche, mi padre ponía la Onda Pesquera, Radio Internacional, Radio Moscú, Radio Pekín, etc., pero la que más oía: Radio Andorra Independiente, “la radio de los comunistas” donde se daban las noticias contrarias al régimen.
Para el personal masculino, el programa estrella: Los partidos de fútbol radiados. Eran tan buenos los locutores que parecía que estabas viendo el partido. Nombres locales como Pascual Calabuig o nacionales como José Luis Pécker o Matías Prats eran dioses de la comunicación. La forma de estar informados de lo que pasaba era escuchando las noticias de Radio Nacional, conocidas como “el parte”, nombre venido desde la guerra que llegó hasta nuestros días.
Más tarde llegó la televisión. En las tiendas ponían en el escaparate un televisor encendido y los personas se ponían a verla desde la calle, obstaculizando la acera. Cuando ponían fútbol, había verdaderas aglomeraciones. Al poco tiempo se fue socializando el televisor y empresas como Quillet, con su lema -desde un alfiler a un elefante-, o Apavi, en Schamann, las vendían por miles. Vd. firmaba 24 letras y le llevaban el televisor a su casa, le ponían la antena y ¡a disfrutar!. Luego venía el problema ¿Cómo evitaba Vd. que todos los vecinos vinieran a ver la tele a tu casa mientras no tuvieran la suya?.
Otra cosa que recuerdo es esta. Los televisores eran en blanco y negro. Pero se podía comprar un rectángulo de plástico del tamaño de la pantalla que la convertía en color. La verdad era que se volvía la imagen de color amarillento.
Y esta última anécdota: Cuando una persona no podía pagar la letra, venían a llevarse el televisor. Entonces la vecina, muy previsora, se había cuidado mucho de comprar la antena aparte y pagarla al contado. Así, si no podía pagar el televisor no se llevaban la antena. Cuando estaban subiendo el televisor al furgón por impago, aparecía la vecina gritando desde la ventana:
¡Juanito , no tarde mucho en arreglármela que los niños no pueden estar sin la tele!

5 comentarios:

  1. Enhorabuena, es un placer conocer la historia más cotidiana de nuestro pueblo, la que no se recoge en los libros.Ánimo, siga usted en la tarea esta de compartir.

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  2. Y Matilde, Perico y Periquín? Y Antonio Anaya, el del tiempo?. Coño, maestro Pancho, cacho memoria la suya. La verdad es que me privo tóo leyendo sus historias y recordando una niñez muy similar a suya. Un abrazo

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  3. Gracias, gracias, gracias

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  4. El señor que aparece en la parte alta de la página es profesor de práctica en la autoescuela? Se parece mucho.

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  5. No le extrañe que le hayan quitado el carnet (sin ningún motivo)y se lo este sacando otra vez. Me parece que este señor vive de la publicidad de este blog y de las burbujas que monta entre las personas que capta en el.

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Te agradezco la molestia. Pancho