El amigo Fidel


Fidel es un hombre de grandes bigotes que guarda en su memoria multitud de letras de puntos cubanos. Fueron aprendidos de su padre que emigró como tantos otros a Cubita, la bella. Llevo mucho tiempo detrás de él para conseguir grabar las letras. Lo peor es que cuando lo veo pasa una de estas dos cosas:

Que no estoy preparado y por tanto, no tengo lápiz, papel ni grabadora. Y cuando los tengo, él no tiene la “memoria” a punto y prefiere cantarme la canción mejicana: Con mi caballo retinto.

Aquí van un par de ellos, quizás incompletos, con la promesa que si algún día los consigo completos, se los haré llegar.

Aquí va el primero

Estaba yo trabajando

tranquilo en mi barbería

Para el pan de cada día

Con mil angustias ganar

Un hombre se me acercó

Y en la puerta se paró

Y me dijo con voz clara

Preséntese en Santa Clara

Al primer juez de instrucción

Dígame, amigo Escobar

Que cosa encuentra más fácil

Casarse o ir a la cárcel

O en que va a determinar

Yo de eso que voy a hacer

De eso que voy a opinar

Sáqueme pruebas presentes

Señor juez de esta mujer

A ver si ha podido ser

el daño de un delincuente.

O esta otra del carpintero enamorado de su mujer

Al carpintero Narciso

Se le murió su mujer

Como era de su querer

Una de madera hizo

Fue tanto lo que la quiso

Que la metió en la alacena

Y ella sin culpa ni pena

Al carpintero mató

Por eso dice el refrán

Que la mujer,

Ni de madera es buena.

Tiene otra muy extensa sobre la suegra que voy a poner por tarea conseguir la letra. Finalmente una anécdota real sobre Fidel.

Ustedes saben que en el campo han aparecido últimamente unos nuevos virreyes, no les voy a dar el nombre de su oficio, que molestan a unas personas por coger hierba o reponer una teja y a otras haciendo lo mismo, no solo no le dicen nada, sino que además les rien la gracia. Pues bien, un día estaba Fidel cogiendo hierba (cerrillos, relinchones, malvas, tederas..) para sus cabras en el monte. De repente apareció uno de estos virreyes y sin darle las buenas horas, dijo:

¿Qué está haciendo Vd. ahí? ¡Eso está castigado y lo voy a denunciar!

Fidel, se levantó, le miró fijamente y con la hoz levantada en la mano, se le acercó diciendo:

¿Qué que estoy haciendo? ¡Estaba empezando a cortarle los co… a uno que me quiere dejar las cabras sin comer!

El virrey salió corriendo, se subió en el coche y tiró la capital. Ni ha habido denuncia ni ha vuelto a decirle nada.

Lo que sigue ahora es una reflexión fruto de la experiencia de muchos años en el campo. Oiga, tenga cuidado si tiene un cercado, porque un día le nace un cardo borriquero en medio del mismo y está perdido, ¡ya no podrá plantar las papas! porque el cardo es una especie protegida o eso dirá el virrey y se ganó Vd. la lotería.

Esta es una más entre las causas de los incendios en el monte.

La radio y la televisión


Recuerdo, cuando era pequeño, al aparato de radio (la arradio) como decía entonces. Nuestro peninsular de turno diría: el rezeptor de radio, ¡mire Vd. que diferencia!. 
No hay ningún error, lo puse con zeta. 
Las mejores marcas eran Grundig, Graetz, Philips, La voz de su amo.
Teníamos en casa uno de otra marca, Radiola. 
Allí junto a la radio, sentados en el suelo, mi madre sintonizaba Radio Catedral, con sus programas religiosos: el rosario, la misa, al padre Peyton, con el lema: La familia que reza unida, permanece unida. ¡Nosotros deseando que terminara para ir a jugar a la calle y ella añadiendo otra avemaría, otro credo, otro padrenuestro que no decía la emisora! ¡Y otra pá las ánimas benditas!.
La ronda, canciones dedicadas: Para Siona, por su próximo enlace matrimonial. Para Carlos, de Las Chumberas, por su incorporación al servicio militar. También había la parte más graciosa y divertida con Pepe Iglesias, El Zorro, locutor simpatiquísimo -creo que argentino- con su personaje, Fernández, y su melodía de entrada al programa cuya letra decía:
Yo soy el zorro, zorro, zorrito
para mayores y pequeñitos
Yo soy el zorro, zorro, señores
De mil amores vengo a contar…
Ya por la noche, mi padre ponía la Onda Pesquera, Radio Internacional, Radio Moscú, Radio Pekín, etc., pero la que más oía: Radio Andorra Independiente, “la radio de los comunistas” donde se daban las noticias contrarias al régimen.
Para el personal masculino, el programa estrella: Los partidos de fútbol radiados. Eran tan buenos los locutores que parecía que estabas viendo el partido. Nombres locales como Pascual Calabuig o nacionales como José Luis Pécker o Matías Prats eran dioses de la comunicación. La forma de estar informados de lo que pasaba era escuchando las noticias de Radio Nacional, conocidas como “el parte”, nombre venido desde la guerra que llegó hasta nuestros días.
Más tarde llegó la televisión. En las tiendas ponían en el escaparate un televisor encendido y los personas se ponían a verla desde la calle, obstaculizando la acera. Cuando ponían fútbol, había verdaderas aglomeraciones. Al poco tiempo se fue socializando el televisor y empresas como Quillet, con su lema -desde un alfiler a un elefante-, o Apavi, en Schamann, las vendían por miles. Vd. firmaba 24 letras y le llevaban el televisor a su casa, le ponían la antena y ¡a disfrutar!. Luego venía el problema ¿Cómo evitaba Vd. que todos los vecinos vinieran a ver la tele a tu casa mientras no tuvieran la suya?.
Otra cosa que recuerdo es esta. Los televisores eran en blanco y negro. Pero se podía comprar un rectángulo de plástico del tamaño de la pantalla que la convertía en color. La verdad era que se volvía la imagen de color amarillento.
Y esta última anécdota: Cuando una persona no podía pagar la letra, venían a llevarse el televisor. Entonces la vecina, muy previsora, se había cuidado mucho de comprar la antena aparte y pagarla al contado. Así, si no podía pagar el televisor no se llevaban la antena. Cuando estaban subiendo el televisor al furgón por impago, aparecía la vecina gritando desde la ventana:
¡Juanito , no tarde mucho en arreglármela que los niños no pueden estar sin la tele!

Los juegos de los niños


¡Qué tiempos aquellos! En verano salíamos a jugar a la calle desde primera hora. Parecía que los días no se acababan nunca. Boliches, trompos –a los que poníamos la púa tacha-, fútbol, la rueda –sacada de la quema de una rueda de coche-, el teje, la tángara…., eran los juegos de los niños. Las niñas, como hoy, jugaban a saltar la soga, los recortables, las muñecas, también marcaban el suelo con tiza y luego saltaban echando un tejo sobre los dibujos que hacían.

Frente a la casa de Pancho, en Schamann, había un terreno que le servía a él y sus amigos como campo de fútbol. Siempre que íban a jugar un partido, primero se ponían a prepararlo. Echando piedras fuera del rectángulo, el campo quedaba limpito, limpito. Piénsese en un terreno de tierra cernido, y todo lo que queda fuera del rectángulo de juego lleno de piedras pequeñas y alguna grande para sentarse. Lo marcábamos con cal. Las rayas siempre “cambadas”, que al parecer viene de combadas, o sea curvadas o con forma de comba. Las porterías eran tablas de madera finas para los postes, clavadas dos o tres para que alcanzaran la medida en altura. El larguero era un poste largo de flor de pita. Se amarraba con hilos y alambres (se dice: "verguillas") y alguna tacha grande. Para que se mantuviera verticalmente se ponían otras tablas de madera clavadas a cada poste y muchas piedras en la base, para que permaneciera erguida. Las redes eran en verdad los restos de una red de pesca. Sabe Dios de donde vino y quien la trajo. El caso es que cuando íbamos a jugar, nos creíamos los mejores jugadores del mundo y que aquello era el Estadio Insular. El balón “ahuevado”, la mayor parte del tiempo desinflado o a medio inflar porque tenía el neumático picado, –nosotros le llamábamos el gomático-. Lo malo cuando en el juego alguien le daba un chutazo fuerte a la portería y se caía "en peso" al suelo. No había problema. Se paraba y se arreglaba como se pudiera y se seguía.

A veces cuando estábamos jugando venían los gandules a echarnos del campo para jugar ellos. ¿Saben lo que hacíamos los chiquillajes? Empezábamos a echar piedras al campo de nuevo y así no podían jugar. Cuando se marchaban, vuelta a empezar. Otra vez limpieza de campo.

Solo me falta describir el calzado de los futbolistas: descalcitos, como Dios nos trajo al mundo. Porque lo primero que hacíamos para jugar era quitarnos y guardar las alpargatas o los zapatos -quien los tenía- para que no se rompieran. Hoy todo son equipajes de marca, campos de césped, tobilleras, canilleras, medias, botas de no sé cuantos euros, etc, etc.

Y les digo una cosa: los futbolistas de hoy serán más fuertes, más completos, etc. etc. Pero de la clase que teníamos los de mi tiempo, yo he visto pocos. Germán –el maestro-, Tonono, Guedes, Correa, Vera Palmés, Susi, Carmelín, Pepe Juan (el de Escaleritas). Su técnica era y es, insuperable. ¿Saben que también Pancho fue futbolista? Jugó en el Barranco Guiniguada en el Luz y Progreso, de San Juan. También en el Sagrado Corazón, en la Piscina de la Isleta. En el Juvenil Las Palmas A y B; y en el Aficionado, Artesano, San Roque y otros…... Era zurdo, habilidoso pero no muy valiente. Dicho de otra manera, no le gustaba ir al choque. Jugaba más por divertirse, echar balones en medio de las piernas y decirle al adversario: Cómprate una sotana. ¡Qué tiempos aquellos! No teníamos medios, pero ¡como nos las apañábamos para no tener desconsuelos!.

He puesto una foto del año de 1980 del equipo de la Jiai, entre ellos está Pancho con su eterna barba.

El paquete de picadura


Pancho nació y vivió su primera infancia en Tenoya, en Las Palmas de Gran Canaria, a mediados del siglo XX. Era un chico moreno, vivaracho, despierto al que le gustó estar siempre con su abuelo Antoñito Francisco quien le gastaba sus grandes “quintadas”. Pero eso, al fin y al cabo fue bueno para él, pues le fue modelando el carácter. Aquí va una anécdota de la socarronería del abuelo:
En la bajada desde la carretera general al pueblo de Tenoya, había y hay una casa cuyos propietarios eran de apellido Torón. Frente a esa casa y hacia la derecha, sale un camino que va al Almatriche, donde estaba la finca del abuelo. Allí en el cruce de caminos, había una piedra grande donde se sentaba el abuelo con sus amigos a conversar. Una de las veces que Pancho se acercó por allí, le dijo el abuelo:
           
- Panchillo, vete a casa de Pepito, el carero (1) y me traes un paquete de picadura. Mira, voy a poner una marca de saliva aquí en la piedra, si vienes antes de que se seque, te doy un perrillo (2).
Pancho salió como un loco –antes se decía “las patas le llegaban al culo”- para llegar a la tienda que estaba aproximadamente a un kilómetro de allí. Compró “fiado” la picadura: Apúnteselo a mi abuelo. Y partió a correr de vuelta. Desagallado, llegó a la piedra para ver la marca de la saliva. ¡Estaba seca!. Y fue entonces cuando habló el abuelo:
- ¡Ya coooño, Panchillo! ¡Se secó! Pero, porqué poquito perdites el perrillo. la próxima vez lo consigues.
Y no le dió moneda alguna. Lo que le fastidió a Pancho fueron las risitas de los amigos de su abuelo. Buscando como cobrárselas, solo llegó a decir llorando:
- Yo me voy pá mi casa y a mí no me mandes más, porque no voy.
______________________________________________________
1.- Propietario de la tienda de comestibles.
2.- Moneda de 5 céntimos de peseta, llamada también “perra chica”.