Juan García, es cazador desde niño. Su
especialidad son las perdices. Él les llama “las alperdices”.
Tiene sus perros perdigueros de los buenos,
de esos que levantan la pata delantera y la nariz cuando huelen a la
alperdiz, en un rictus de concentración.
Hoy es jueves, la veda está abierta y nuestro
hombre está buscando territorios nuevos por esas cumbres de Dios.
Caminando a la orilla de la carretera, se
cruza con un paisano al que le pide fuego para encender el cigarro. Y de paso,
preguntarle que si ha visto algún bando de perdices por allí.
- ¡Buenas tardes! ¿Tiene fuego, amigo?
- Sí, hombre, ¿qué ganas tengo de dejar “la
fuma”?
- ¡Gracias, caballero! Yo mismo me presento
¡Soy Juan García, de ahí abajo del Vecindario, en la costa! Gusto en conocerle.
Se dan la mano y Juan le espeta de nuevo
- ¿Y cuál es su gracia? (1)
- ¡Bienvenido Pérez, señor!
- ¡Mire, don Bienvenido, le quería preguntar
una cosita! ¿Ha visto por aquí algún bando de alperdices en estos días?
- ¡Pues mire que sí! Casualmente ayer, vi
uno. ¿Usted ve el barranco grande aquel allí abajo?
- ¿El de la casa de alto y bajo con la
palmera solitaria?
-Sí. Pues, en ese no. En el siguiente barranco, fue donde las vi.
- ¡Pues voy a acercarme, a ver si hay suerte!
Se despiden y mi hombre coge el trabuco, saca
la pólvora, le echa un poco por el caño, la aprieta bien con la baqueta. Saca
munición, la echa también dentro del caño. Coge un trapito y tapona bien para
que no se caiga. La escopeta está cargada.
Alguno de ustedes se las dará de enterao
y dirán que no puso el fulminante. Pero eso se pone por fuera, a la altura del
percutor del gatillo, “es como una
cabecita de fósforo”.
A las dos horitas, Juanito estaba en el sitio
señalado. Soltó sus perritos perdigueros y hasta sol puesto, estuvo dando
vueltas “parriba” y “pabajo” sin hallar rastro de “las
alperdices”.
Cayó la noche y mi hombre, cansado ni
descargó la escopeta. Se subió en la guagua de Global y, ¡pá Las Palmas!
Saltamos la historia y hoy es Domingo.
Juanito está en el mismo sitio en que empezamos este relato. Bienvenido viene otra vez por la orilla de la
carretera. Y empieza el diálogo.
- ¿Cómo anda hombre? ¿Otra vez vino a dejarnos
sin alperdices?
- ¡Qué dice, cristiano? ¡Ni las vi el otro
día!
- ¿Usted fue a donde le dije? ¿Al siguiente
barranco, al chico?
-¡Sí a ese mismo!
-¡Pues, aspéreme cinco minutos que voy a
hacer una diligencia, vengo pabajo y voy con usted!
En lo que esperaba por Bienvenido, Juanito se
puso a limpiar el trabuco y a prepararlo. Le quitó el trapo e hizo la operación
de carga completa: pólvora, baqueta, munición y puesta del tapón. Todo ello, sin
reparar en que ya estaba cargada de antemano.
Llega Bienvenido y ambos se ponen en marcha
hacia el lugar. Empezando a entrar en el barranquillo, suelta los perros y se
levanta un “bando” de alperdices.
Juanito atento, apunta y dispara.
Se arma tremenda explosión y queda él
(Juanito) todo envuelto en humo. Bienvenido pregunta:
-¿Cayó alguna, Juanito?
Y éste -con la boca ensangrentada y tapándosela
con la mano-, dijo esta frase que ha pasado a la posteridad en el mundo
cinegético:
-¡De arriba, todas! ¡De abajo, más de la
mitad! ¡Menos las del fondo, volaron
todas! ¡Y, ahora, cómo como?
Fin.
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Vocabulario
(1)
¿Cuál es su gracia? Significa en lenguaje antiguo:
¿Cómo se llama, usted? o ¿Cuál es nombre?