Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

La mano de plátanos




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Esta historia me la contó un hombre bueno, Manuel Bermúdez, de Agaete. Su oficio: comprar mercancía –comestibles y bebidas, especialmente- en establecimientos de Las Palmas que luego revendía, que así se decía antes, con su furgón en las tiendas de comestibles del Norte de Gran Canaria.
Me decía el Sr. Bermúdez:
¡Mire, Pancho, si era coñona (bromista) mi madre que se reía hasta del hambre! En los tiempos de la guerra había mucha falta de todo.
Un día estábamos en mi casa sentados a la mesa a la hora del almuerzo. El plato: un caldo de papas y cilantro, con su gofito. Cuando estábamos terminando de comer, dice mi madre: ¡Manolillo, saca una manita de plátanos que está ahí debajo de la cama!
Al oír aquello, con las ganas que pasaba de comer plátanos, me lancé de cabeza a cogerla. Estiré la mano, arriba y abajo y allí no había nada. Llorando le dije:
-¡Má, coño, que aquí no hay ná!.
¿Y sabe lo que dijo mi madre con su cara picarona?:
¡Pobrecito inocente! ¿Te lo creíste, mi niño?.
Hoy pienso que lo hizo para que al menos durante un minuto, me olvidara de las penas y fuese feliz.
Comparemos esta historia con el estado de bienestar que poseemos. Nos sobra de todo y siempre estamos quejándonos de lo que nos falta. ¡A mí sí me falta algo: las bromas de mi madre!

Fefita, la de Tenteniguada



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Esta historia me la contó un amigo de Tenteniguada, cuya gracia es Juan Peñate.
Estaban dos mujeres alegando a la puerta de la casa sobre lo bien que vivían los hombres. Que si todo el día fuera de la casa, en los bares, de risas y fiestas. Mientras ellas, que si los niños, la comida, lavar la ropa, los “alimales”, en fin todo el día ocupadas.
Vamos en este momento a ponerles nombre: La joven, Manuela y la señora mayor, digamos setenta y ocho años, que es un número bonito, se llamaba Fefita. ¡Casi nadie Fefita! En eso pasa por delante el "coñón" de Paquito Suárez que al oírlas dice:
- ¡Las mujeres siempre se están quejando!. ¿Ustedes saben lo que sufre un hombre al cabo del día, pá(ra) poder traer el pan de los niños, carajo?.
La respuesta que sigue ahora de Fefita, la tendrán que traducir y entender ustedes. Porque Pancho no va a aclarar nada. Como me lo contaron lo cuento. Y espero me disculpen y no me tomen en cuenta si no les gustara porque se hace con el debido respeto, para nada quiero cambiar la línea tierna, amable y respetuosa que nos distingue. Ahí va lo que dijo Fefita:
-¡Hágame usted el favor, Paquito Suárez!. Mire: ¡Los hombres llegan a la casa, “jartos de callejá” como perros, “pata por cimba y pollarento”!
Era muy inocente cuando me lo contaron. No comprendía lo que significaba pero me extrañaban las risas de todos, especialmente de los hombres, al oir la historia. Hoy día, galletón como soy, tampoco la logro entender. ¿Y ustedes?

Otra de José María, el pastor.

En el mes de Julio escribí una historia denominada El Pastor de Caideros.

Me quedó el gusanillo de conocer más sobre el personaje, José María. Pues bien, el pasado sábado tuve la suerte de tropezar con una persona que le conoció personalmente: Don Arturo Diaz Godoy que regenta el comercio denominado Artesanía Canaria, en Lomo Guillén (Guía).

En su establecimiento -mientras compraba un trozo del estupendo queso de la zona- tuvimos esta conversación que resumida quiero repetir para ustedes:


-Sí, conocí a José María. Era un hombre alto, pelo cargado, con su gran bigote. Muy listo e inteligente, vestido con su traje de lana de oveja negra. Dicen que esos trajes dan mucho calor, pero yo siempre oí que la lana ataja al frío y al calor. Para eso llevaba un forro de raso que mantenía la parte interna fresca en verano y caliente en invierno. Sus botas herradas, hechas a mano en Agaete. Siempre montado a caballo. Tenga en cuenta que en aquella época había pocas carreteras y el mejor (y único) transporte para el mundo rural eran las bestias, por lo que era más una necesidad que un lujo. No obstante, hay que decir que José María, tenía un espléndido caballo, como no podía ser menos para un gran conocedor y amante de los animales como él..

Un día estaba conversando conmigo aquí, donde mismo está usted ahora, esperando al coche de hora” para ir a Las Palmas, a hablar con su abogado. De repente, pasó el coche y no paró. José María, corrió hacia la puerta, gritando:


¡Ah, reniego del diablo, toa la mañana esperando por ti y ahora pasas como un “cuete”, coño! (sic).


E introduciéndose los dedos en la boca, al estilo de los pastores, soltó un agudo silbido que llegó perfectamente al chófer y paró enseguida.

Don Arturo, a quien acompañaba su esposa, doña Rosa Benítez Hernández, -más de cincuenta años casados- me siguió contando:

José María tenía una finca muy grande, con muchos linderos.

Quiero advertir al lector el sentido de la frase: Tener muchos linderos, es tener muchos problemas con las lindes, porque en el campo, como es sabido y casi siempre por la noche: caminan los mojones, avanzan cañas y tuneras cerrando caminos, se cambia la torna del agua, etc.


Por ventura, estas cosas apenas suceden hoy pero en aquellos tiempos, en el mundo rural tenía plena vigencia la máxima: Herencias y lindes, mondongo de abogados.


Por una cualquiera de esas causas, iba el pastor a hablar con el picapleitos.


Para abreviar la historia nos situamos -de golpe- en el bufete del letrado, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.


-¿Cómo va la cosa, don Ifigenio?.


-Bien. Vamos escapando, José María.


-¿Y mi asunto?


-Ahí va. Al golpito. Tu sabes que las cosas de palacio, van despacio.


-Aquí le traigo un quesito.


Está claro que era "pá tenerlo más a la mano". Así un día llevaba queso, otro un saco de papas, un "puñito" –medio saco- de millo, etc. Hoy no se entiende que se llevara millo a un abogado, pero era época de miseria y hambre, con escasez de todo, especialmente de alimentos.

Siguiendo con la historia, José María perdía todos los pleitos. Y la respuesta de hoy de don Ifigenio fue diferente:


-¡La cosa está jodida, José María. Se perdió el pleito. ¿Que le vamos a hacer?. Vamos a hablar de los honorarios, porque yo también tengo que comer.


-¿Y cuanto es la cuenta, señor?


-¡Seiscientas cincuenta pesetas! ¡Pero te lo voy a dejar en quinientas por ser tu y no te gano nada, porque eres como de la familia!.


- ¿Quinientas pesetas? ¡Pues muchas gracias, por cobrarme solo los gastos! Mire, las cuentas mías son éstas: Cuatro quesos, un baifo, tres sacos de papas y uno de millo, hacen un poquito más de quinientas pesetas. Y , como familia no le cuento los gastos de transporte.


¡Así que cuenta con pago. Ni le debo ni me debe. Buenas tardes, Don Ifigenio!


Mi agradecimiento a Alberto Soto por su dibujo. Vean el artículo de finales de Septiembre denominado: Los dibujos de Alberto

Manolo, el de Gáldar

Mi personaje de hoy se llama Manolo, muy conocido en Gáldar, en los alrededores de la calle Larga, con su cara de niño. Lo recuerdo siempre igual, es de esa gente que no envejece nunca.

Por su popularidad Arístides Moreno le dedicó, en su primer disco, un tema: "La bondadosa sonrisa de la vida (a Manolillo el "sunomá")", donde el desaparecido José Antonio Ramos, colaboró tocando su timple. También aparece Manolo en un vídeo clip que se exhibió durante un tiempo en la televisión.
Este chico siempre ha sido muy querido en Gáldar, y acostumbraba, no sé si lo sigue haciendo, a acompañar a los camioneros en sus viajes por la isla.¡ A Manolo lo que le gusta son los camiones!. ¡Ahí si que disfruta!.

Pues bien, un día, Manolo venía de acompañante en un camión que bajaba de Montaña Alta. (ver croquis). Al llegar al cruce con la carretera general en Guía, a la altura del Albercón de la Vírgen, y para girar a la izquierda e ir hacia Gáldar, el chófer le dice:

- Manolo mira a ver si viene alguien de Las Palmas.

- ¡No, sigue!. -contesta Manolo.


El camionero reanuda la marcha, fiándose del copiloto y en ese momento el camión impacta con un coche que venía desde Las Palmas.
El camionero, cabreado, le dice:

- Manolo. ¿No te dije que miraras a ver si venía alguien de Las Palmas?

- ¡Y no venía nadie, ése es de Gáldar, que lo conozco yo de toda la vida, coño!.



Agradecimiento a a Rosi Rivero, de Aider Gran Canaria.