Esta semana estuve charlando con Bartolito Sánchez y su hermano Rosendo.
Me contaron una historia de cuando su padre trabajaba abriendo una carretera y las penas que pasó.. Aquí va, intentando no añadir nada ni corregir estilo.
Empieza la historia
-¡Mi padre trabajaba en la carretera de Los Abeites!
-¿Los Abeites? ¿Y eso donde está?
-¡Los Abeites es la carretera que baja desde Ayacata a Mogán , por la presa de Las Niñas!.
Y siguió
-Mire, yo cada vez que cuento esto, se me pega una cosa aquí (señalando al pecho)… Mi padre estaba trabajando con mi tío Eulogio. Y el viernes, se le acabó la comida, pero… ¡total. Con un potajito cenaron aquella noche. Se acabó totalmente la comida aquella noche. ¡El morral vacío!. Pegan a trabajar, a trabajar por la mañana. A las doce, a comer. Una hora.
Y mi padre y mi tío Eulogio como no tenían nada que echarse a la boca, se sentaron encima de una piedra a echarse un cachimbazo. ¡Una cachimba!
El encargado que los vió, se les acercó y dijo
-¿Que pasa? ¿ustedes no comen que vamos a trabajar ya?.
-¡No, no, es que se nos acabó la comida anoche!
Rosendo aclaró:
Tenían que trabajar una quincena completa por un subsidio, los puntos o algo. Tenían que trabajar los quince días completos. Se trabajaban los sábados y no podían faltar un día porque perdían el subsidio.
Siguió Bartolito:
-Y dice el capataz. Y eso que era malo como una cangrena (gangrena). ¡Pero aquel día se portó bien!
-¡Se marchan caminando y esperan en San Bartolomé para cobrar en casa de doña María Claret!
De nuevo, aclaró el hermano:
-Se llamaba doña Concha, pero le decían María Claret porque en el sitio donde tenía la tienda - hoy hay un garage- durmió el santo cuando pasó por Tunte.
Prosiguió Bartolito
-¿Y que pasa? Tira pá(ra) bajo mi padre viendo a ver donde había un almendrero, pá(ra) ver si conseguía un almendra pá(ra) comersela y seguir para el pueblo. Y no vieron una. Llegando al puente de la Barca, les alcanzó el camión con los trabajadores. Se subieron y llegaron a San Bartolomé.
Añadió: Esto que le voy a decir es verdad. En el fondo, estaba diciendo, esto es lo que quería contarle (lo principal).
Cobraron sus perritas. Doña Concha intentaba que le compraran algo porque sabía que tenían dinero. Y mi padre y mi tío compraron cada uno un paquete de galletas, de esas que llamaban queque. Son los galletones Tamarán. Recordarán que echabas uno al café con leche y desaparecía todo el líquido.
Tira mi padre pá(ra) bajo, por el Calvario abajo, abre el paquete de galletas, coge una, se la echa a la boca y no le bajaba pá(ra) bajo. ¡Es porque se acordaba de los hijos que también estaban muertos de hambre en la casa!
Bajó la Hoya y llegó a mi casa en la Montaña, le dio una galleta a mi madre, a cada uno de mis hermanos y a mí. ¡Y ahora sí que le bajó la galleta!
Fin.
Recuerdo que siendo niño si encontramos un trozo de pan en el suelo,la costumbre era recogerlo, darle un beso y ponerlo en un lugar alto, por ejemplo en una ventana. Era por si pasaba un mendigo o persona necesitada lo cogiera y dejárselo a los animales.
A nuestros hijos hay que contarles, de vez en cuando, historias verdaderas como ésta, para que sepan que también aquí en este primer mundo de la abundancia, hemos padecido tiempos peores que esperemos no vuelvan. Con las sobras que tiramos en esta isla a la basura, podría subsistir en el tercer mundo una población igual a la que vive aquí, en Gran Canaria.
¡Dicen que el que no conoce su historia, está condenado a repetirla!
Saludos.