Ahí va un sucedido para que vean que en todo tiempo han existido “buenos lajas” y si no, lean lo que sigue
En una tienda y bar -cercana a la iglesia de un pueblo que no contaré- se reúne un grupito de hombres cincuentones, amigos desde la niñez, y allí al calor de las “copitas” van perdiendo el fundamento.
Es tarde y al tendero se le está acabando la carne fiesta, las carajacas y los caracoles. Ahora está echando alcohol a una jarea y unos cuantos pejines, para prenderles fuego. También se acabaron los chorizos de Teror. La noche se está animando qué es un gusto. Dos de los parranderos están cantando y bailando sobre el mostrador. Empezaron hace rato con isas y folías, al son de una única guitarra y acaban de pasar a bailar sevillanas, mientras cantan Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena…Estampa poco canaria, pero verdadera y real.
El jefe del equipo, de nombre José, se acerca al tendero y le pregunta
-¿Paquito, no tendrás una gallina vieja para hacer una sopita?
-¡Pues mire que no, José! ¡Las quité toas!
-¡Pues pon un caldero con agua al fuego que ahora mismo traemos una!
José, que a partir de ahora se llama Pepito, se acerca a otro amigo: Manolito J., le comenta algo al oído y los dos salen del bar.
Al cabo de un rato, entran con sigilo por la otra puerta –la de la tienda- y le ponen a Paquito un gallo matáo en las manos. Entre los tres, lo desplumaron con el agua caliente y lo metieron en el caldero, con sus cebollitas y las prevenciones que lleva.
Cuando la sopa está lista, entran en el bar y el primer plato de sopa, se lo llevan a Manuel G. que estaba en un rincón un poco triste, con lo que hoy llamamos bajona. Poniéndole el plato delante, dijo Pepito
-¡Tómate estas sopas, Manuel y come, que de lo tuyo comes!
Manuel y todos los demás incluido el tendero se tomaron su sopita y después de echarse el último ron, se despidieron y cada uno se marchó para su casa.
Cuando Manuel llegó a la suya, nada más abrir la puerta le llamó su mujer, que estaba esperando despierta y asustada
-¡Manuel, tiene que haber algún animal en el gallinero porque las gallinas están espantadas y no han parado de cacarear en toda la noche! ¡Mira a ver si hay algo, hombre!
Manuel, con unas cuantas copas de más, abre la puerta del gallinero y, en ese momento, se le enciende una luz en su cerebro y grita con ira
-¡Me cago en la madre que me parió! ¡Ya me mamé el gallo!
La mujer pregunta
-¿Qué pasó, Manuel?
-¡Que, qué pasó! ¡Ná! ¡La culpa la tengo yo por andar con bandíos!
Alonga la cabeza y echa una ojeada al gallinero, para comprobar lo que ya sabía. Faltaba el capitán de la tropa.
El caso es real, me lo contó hace tiempo con todo lujo de detalles, el dueño del gallo recordando sus hazañas.