Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.
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El baile y el ajedrez


Finales de los años sesenta del siglo pasado. Hace por tanto años, muchos años.
Había baile en la sociedad del Marino, C. de F.,  allí en la calle Venegas. Eran bailes de media tarde, empezaban a las 7 y se acababan a eso de las 10 de la noche. El cartel que estaba por fuera decía así:  Esta tarde,  Baile de Juventud.  A las 7, Extraordinario Asalto

Pancho llegó acompañado de su amigo Juan Hoyos, al que he citado en otras historias. Juan es un bailarín de altura.  El que empezaba los bailes.

Entramos en el salón. Está sonando un pasodoble  con el que la orquesta  iniciaba el baile.
Nos dirigimos hacia la izquierda del salón y allí estaban sentadas, una señora y dos muchachas jóvenes. Juan invita  a bailar a una de ellas.  Acepta enseguida, y no es extraño, pues las muchachas se lo rifan para bailar con él.  La toma de la cintura  y  ufano,  la hace girar  sin parar en vueltas y revueltas a lo largo de todo el salón.

Pancho se queda allí y balbuceando invita a bailar a la otra chica que acepta. Empieza a bailar y, de repente, se acerca un muchacho bastante conocido. Es un boxeador, no quiero decir su nombre, solo que era campeón de España de su deporte.

Me toca en el hombro y dice:
-          ¿Que haces tú bailando con mi “piba”?
Balbuceando contesté
-          ¡No sabía que era tu novia! ¡Yo la invité y me dijo que sí! Si es tu novia, aquí la tienes…

La respuesta fue
-          ¡No. Usted sale ahora para la calle y nos partimos la cara!

Al ver que todo el mundo estaba mirando quise salvar mi orgullo y contesté:
-          ¡No, mi hermano, si yo salgo a pelear contigo ya sé el resultado, me partes la cara! ¿Porqué no vamos allí dentro al salón de juegos y echamos una partidita al ajedrez, y  a lo mejor te gano?
-          ¿Qué dices?  ¿Te vas a quedar conmigo? ¡Encima, vacilándome!(*)

Ese hombre cogió tal calentura que se me echó encima y tuvieron que agarrarlo entre varios.
 
Dijeron que me fuera y yo disimulando para no quedar como un cobarde ante todo el personal, me fui retirando poco a poco y como no tenía por donde salir, pues la puerta estaba “vigilada”, salté por una ventana que en aquella época daba a la marea e hice mutis por el foro.

Durante las dos semanas posteriores, no viví tranquilo temiendo la aparición de mi “verdugo”. Fui mandando mensajeros  de buena voluntad que surtieron efecto y  gracias a Magec (dios de los canarios) el hombre bajó la bandera y nos dimos la mano en el bar de la esquina, aunque me pareció que no estaba  muy conforme.

Hoy, con la distancia que el tiempo pone  por “en medio”, recordé la historia y les añado el final
Estando trabajando en un centro oficial, hace al menos 15 años, tuve que atender al citado boxeador reconvertido en empresario de éxito. Una vez terminadas las diligencias, fuimos a tomar un “cortadito”. Cuando le dije el miedo que había sentido en aquella ocasión y semanas siguientes, me dijo con estas mismas palabras:
-          ¡Es que tú, siempre fuiste muy listo!
-          ¿Listo? ¡Usted no sabe lo que discurre un hombre con miedo, cristiano! ¡Y lo que corre!
Y se despidió con un fuerte abrazo.  Eran ya otros tiempos, ¡pero vaya miedo que pasé en su día, cristiano….!

Saludos.

(*) He intentado que el lenguaje sea exactamente el de aquella época.

El bocadillo de tocino

Lebrillo, exactamente igual que el que había en mi casa

Cuando Pancho era entre niño y joven, recuerda que a las comidas se les añadía gran cantidad de tocino (digo tocino, blanco sin ninguna hebra de carne). Por eso no digo panceta ni beico -bacon, escriben los finos, que además pronuncian béicon, con n- que tiene su poquito de hila añadida, casi para hacer chicharrones. No exageremos, alguna hilita siempre venía, pero esa era de la carne que a mi madre le mandaban de la matazón del cochino.

Siguiendo con la historia, en su casa al gofio amasado se le añadían trocitos de tocino de unos 2/3 centímetros de lado, frito con aceite y  ajos. Cuando empezaban a dorarse un poco se volcaba la sartén con la grasa y la manteca  resultante en el gofio, removiendo bien para distribuirlo uniformemente   y que no quedaran los trozos de tocino en un lado solo. Cuando empezábamos a comerlo calentito, recuerdo las palabras de mi madre:
- ¡ Niños, no hagan cuevas, cada uno come por su lado!

 Y es que buscando los trocitos de tocino frito que eran un delicia, hacíamos con las cucharas verdaderas grutas que llegaban hasta el otro lado del lebrillo, invadiendo espacio ajeno.
No es exactamente la imagen que permanece en  mi retina, pero para fijar la idea
El tocino se vendía en las tiendas y las lonchas de entre 3 y 7 kilos,  untadas en sal, se exponían colgadas sin ningún tipo de protección a la vista y por encima del mostrador.   No se molesten los escrupulosos, pero el aparcamiento natural de las moscas en el establecimiento era allí, en el tocino. El tendero extendía la mano y cortaba según el deseo del cliente la cantidad solicitada, lo envolvía en un papel y a la báscula –que entonces se decía la pesa-.

También recuerdo que  cuando venía de jugar al futbol paraba en la tienda  y pedía un bocadillo de tocino. El tendero -se llamaba Isidrito-  abría un pan pequeño, lo ponía sobre un papel vaso –así se decía  al papel gris de envolver- y cortaba una tirita fina de la loncha. Tira que cubría todo el pan. Y ese era el bocadillo de tocino crudo. Precio de esa época: Pan, 0,35; tocino, deduzco que  0,15; porque el total era 0,50 céntimos o mejor, media peseta. Ni refresco ni nada que no había para eso.
Y mi reflexión: ¡Oiga, comíamos grasa animal pura y  nunca oí decir que fuera malo, ni que existiera el colesterol! . Hoy todo es malo y los infartos están a la orden del día. Pero, quiero dejarles clara una cosa

¡Que rico era y es el tocino frito!
 Saludos.

Carmelo "García Gancho"



Cuando Pancho -sí, yo- tenía de 15 a 18 años jugaba en los juveniles de la Unión Deportiva Las Palmas. Era un “zurdillo mal engarbiao(1)” No era malo, pero tampoco valiente y solo iba a las pelotas que ganaba. Tres días a la semana Carmelo García Gancho, el famoso boxeador,  entrenaba con nosotros en el Estadio Insular. Vivía también  en Schamann y a eso de las 6 y media de la mañana,  recogía en la puerta de mi casa al que les escribe y a un amigo, creo que familiar de él, de nombre Paquito Alfonso, para llevarnos en su Volvo antiguo al Estadio Insular,  por supuesto sin cobrarnos nada.  Recuerdo su esfuerzo enorme en  los entrenamientos, viniera o no el entrenador. Más tarde le vi trabajando en una empresa de seguridad y siempre me saludaba con ese sentido del humor que le caracteriza. Sus chistes, cortos graciosísimos y agudos.
Ahora y siempre ha sido un ejemplo de esfuerzo, canariedad  y bondad. En unas Fiestas del Pino, las del año 1964, habíamos  ido en romería caminando y tocando  el “pandero de chapas” instrumento típico de entonces y,  en llegando a Teror me lo encontré con su entonces novia, luego esposa  y  vino hasta mí a saludarme. Fue una alegría y me quedé henchido –¿hinchado, no es lo mismo? - de satisfacción  y orgulloso por el distingo. Era como un dios para la juventud. Pronto iba a pelear por el título de España con un boxeador muy famoso: Exuperancio “Fred“ Galiana  y toda la isla esperaba su victoria. Por cierto, que la consiguió y les muestro alguna página de periódico de entonces (ABC y La  Vanguardia Española) como prueba nº 1.. ¡Lenguaje del foro!
 Cuando le invitaban a tomar algo, lo rechazaba porque siempre se cuidó mucho y  no bebía alcohol. Además todo el mundo en la Gran Canaria de aquel tiempo estaba vigilando por si acaso. Por esos tiempos, teníamos un buen número de boxeadores canarios campeones de España: Carmelo García “Gancho”; Miguel Calderín Liria, "Kimbo" (3) ; Cesáreo Barrera, el Bombardero del Puerto; Kid Tano –conocido como “El sordomudo de Arenales”- y por Tenerife: Miguel Velázquez y Juan Albornoz "Sombrita", ente otros…. También destacaba por su elegancia y agitada vida: Lelo Suárez.
Carmelo García fue campeón de España en diez ocasiones y olímpico en Roma 1960. Seguidor de la Unión Deportiva, él mismo dice que después de pelear el sábado, no dejaba de ir al fútbol el domingo, aunque fuera con un ojo cerrado. Eran otros tiempos: los de los diablillos amarillos. En toda Canarias, vivían 650.000 personas, hoy más de 2,2 millones, por eso, es dificil conocernos todos como familia, como antes.
Me sumo a esa velada-homenaje que le preparan para el 18 del próximo mes de Septiembre en su barrio de siempre: Schamann.
Saludos..........
(1) Mal engarbiao= Falto total de garbo
(2) Garbo.  m.   Elegancia, desenvoltura al andar y moverse
(3) Aportación  a posteriori del amigo Ramírez e incorporado al escrito. Gracias......

Los zapatos de Antonio

                                
Hoy nuestros  niños se alimentan con jamón  y yogures. Antes  la dieta constaba de leche y gofio. Hoy son altos y fuertes. Todos son deportistas. Todos, no, casi todos. De hecho la estatura media en el país ha crecido en un siglo en 12 centímetros, siendo la media de 1,76 mts. los hombres y 1,61 las mujeres. (1)
Según el INE, 176,6 para varones entre 15 y 24 años.
Pero, a lo que íbamos, antes calzábamos alpargatas, hoy nuestros jóvenes llevan zapatillas de deportes de marca. Y los padres de alguna manera contribuimos a ese error de preferir la moda a la comodidad. A que se destaquen por lo que llevan puesto y no por lo bien amueblada que tengan la cabeza.
Pero siempre, antes y ahora, ha habido grandullones. Chicos de  casi 2 metros y hasta más. Antes, cuando un niño tenía una talla de pie diferente, por no decir “más grande de la cuenta”, los padres –que tuvieran posibles- les mandaban a hacerle zapatos a la medida en Agaete, localidad del norte de la isla de Gran Canaria.
Para los que carecieran de recursos,  la solución estaba en el zapatero del barrio o pueblo que amañaba un zapato de hombre para adaptarlo -recortando o ampliando – y dejarlo lo más cómodo posible para el niño grande.
 Yo recuerdo de mi niñez a Carmelito, el zapatero, -también hacía jaulas- con sus cuchillas bien afiladas, adaptando un zapato  para un niño del que ahora acabo de recordar nombre y apodo: Antonito, el  ”huevo frito”, niño fino del pueblo, hijo de un preboste. Tenía sus zapatos de Agaete, de los caros caros, pero también otros de Mastro Carmelo.
Mi historia de hoy , la que siempre sigue a estos prolegómenos es la siguiente:
Antoñito, cansado de los zapatos de maestro Carmelo, decidió un día buscar la solución. Le pidió dinero a su madre y acompañado de su amigo Pancho - sí, ese Pancho, el mío - bajaron a Las Palmas, justamente a la calle de Triana, principal zona comercial de  la ciudad de entonces.  Fuimos mirando por fuera, los escaparates de todas las peleterías. 
Ustedes saben, y es necesario conocerlo para la buena comprensión de la historia, que en una peletería se venden zapatos, bolsos, maletas y  artículos de cuero, como cinturones, carteras, pulseras, etc…
Antonio vió unos zapatos que le gustaron,  entró,  se acercó al mostrador y esperó a que le atendiera un dependiente varón,  pues tenía vergüenza de consultar a una señorita. El diálogo lo transcribo literalmente
Señaló un zapato que había en el escaparate y dijo
-¡De ése en marrón, tráigame uno para probármelo!
-¿Que talla calza usted?
Antonio contraatacó nervioso
-¿Cuál es la talla más grande que tiene?
-¡De estos  vienen hasta la talla 44  o 45!
-¡Tráigame los del 45!
El empleado  trajo los zapatos. ¡Zapatos, cristiano, zapatones!.  Antoñito se descalzó y empezó a probárselos. Pero nada, aquello no le entraba ni la mitad. Se quedó dudando, poniéndose colorado y repreguntó
-¿  Y más grande que este no tiene,  aunque sea de otro modelo?
La respuesta del dependiente -poniendo el tono jodelón de Pepe Monagas- fue tremenda para el pobre Antonio…. y sorprendente para mí que -con total falta de empatía- se me escapó una  carcajada.
-¡ Más grande que esto, señor, lo que tenemos son…..  maletas!

La respuesta de Antoñito no se puede reproducir aquí, pero fue un insulto a mi madre en dos palabras. Pobrecita. Precisamente a ella que no tenía que ver en el asunto.

Saludos………………..


(1) La Asociación Española de Pediatría ha fijado la talla media de los hombres españoles en 1,76 metros, un centímetro más que la media europea, y la de las mujeres en 1,61 metros, tres centímetros menos que la media de sus vecinas de continente.

El pelirrojo

Juanillo cuando niño fue un mataperro. Yo creo que estaba predestinado. Pelirrojo, pecoso, con el pelo rebelde, lleno de remolinos. Les informo que en aquellos tiempos a los niños pelirrojos se les llamaba genéricamente “canelos” . Mi teoría es que los niños pelirrojos al ser diferentes, destacan más y nos parece que todas las maldades las hacen ellos y no es verdad.
Sí lo es, que al ser tan inquietos están siempre en el ojo del huracán.
Quiero decirles que en mi experiencia, cuando los pelirrojos llegan a mayores son personas cariñosas y muy comprensivas con las travesuras de los niños. Como decimos aquí, se vuelven unos "santos". Les comprenden perfectamente, pues ven reflejados como en un espejo al niño que fueron. Recuerdan las palizas que recibían y por ello, perdonan y aceptan de buen grado las travesuras.
Un día de verano estábamos todos los niños jugando a hacer presas con el agua del barranco, cerca de la finca de la vaquería. Pancho, un servidor, también hacía su represa y además tenía puesta su jiñera de caña, regalo de Maestro Carmelo, su vecino el zapatero que era -además de remendón- un gran constructor de jaulas, especialidad: las que tenían forma de iglesias. 
Haciendo un aparte en la historia, recuerdo las horas que pasé en la zapatería viéndole hacer una jaula para capirotes, réplica de la catedral de Las Palmas y como me engañó diciendo que era para mí. Como lloré cuando delante de mí, se la entregó a un señor que vino con su coche negro, marca Citroen, exactamente igual al de la fotografía y cuya imagen se me ha quedado grabada en la cabeza.
Sigamos con Juanillo, el canelo y alguna de sus andanzas. De repente apareció nuestro personaje montando a galope sobre una mula. Detrás corriendo y tirándole piedras el dueño del animal. Bajando el barranco, el hombre quedó atrás rendido por la carrera. Juanillo pasó delante de nosotros, orgulloso y siguió subiendo la cuesta, perdiéndose entre las casas como un jinete de película. Todos los niños salimos corriendo a buscarlo. Estaba en el pilar de agua dándole de beber al animal. Cuando se bajó, presumiendo, descubrimos que estaba totalmente ensangrentado. El propietario tenía buena puntería, pero el Canelo no estaba dispuesto a parar aunque se desangrase. Había visto muchas películas del oeste y no estaba dispuesto a rendirse. La herida en la parte de atrás de la cabeza era muy grande y fue destilando sangre que llenó toda la camisa, parte del pantalón y el lomo del animal. Cuando más lo admirábamos como héroe, apareció el padre de Juanillo y sin preguntar a nadie, empezó a golpear al niño, diciendo:
¡Ahora mismo vas y le devuelves la mula a su dueño!
Y mientras le seguía golpeando con el cinturón, apareció el dueño de la mula. El padre se disculpaba.
¡Usted perdone, señor! ¡Este niño me va a matar a disgustos!
El hombre recogió su mula y poniendo mala cara, dijo:
¡Caballero, cuide usted a su muchacho! ¡Como lo vuelva a hacer, lo denuncio a usted y a su hijo!

Real como la vida misma. Seguimos ahora con la segunda del pelirrojo.

En otra ocasión, se celebraban las fiestas del pueblo. Las casetas estaban colocadas por todos los rincones. La de los churros, la de las muñecas, -más tarde llamada: la de las “chochonas”-, la de los bares, conocidas también como bochinches, guachinches, ventorrillos , etc... Y la que nos importa hoy, las casetas de tiro. Nosotros la conocíamos como la caseta de los balines. El año en que ocurrió la historia estaba instalada junto al solar de Pedro Mesa, chófer de AICASA (Autobuses Interurbanos Canarias, S.A.) al lado de donde tenía aparcado el coche de hora. Por allí pasó Juanillo. Vió juntas –caseta y vehículo- y se le ocurrió lo peor. Cogió una cadena y amarró las dos cosas.

Por la mañana, don Pedro a quien siempre se le hacía tarde, no le dió la vuelta de ordenanza al coche para comprobar el estado general, inflado de ruedas, etc. No conozco más detalles de este caso. Solo sé que a primera hora de la mañana, casi de madrugada, el coche de hora salió arrastrando la caseta de tiros hasta la esquina de la iglesia. ¿Saben a quién echaron la culpa?
Solo les digo que hoy día aquel Juanillo, tan travieso de niño, es un hombre tranquilo, incapaz de matar una mosca aunque le pique la calva.
Saludos.

Las tres bicicletas de Reyes



¿Cuántas veces pedí a los Reyes Magos que me trajeran una bicicleta? . Muchos. Y todos los años me traían un trompo marino. ¿Que... qué es un trompo marino? Un juguete de hojalata, con forma de trompo, que al girar encendía una luz y hacía ruido de sirena. Lo echaba dos veces a oscuras a petición de mis padres y luego le daba de lado, que es lo mismo que decir lo abandonaba. Hoy pienso que donde lo guardaría mi padre. Porque al año siguiente aparecía otra vez, el dichoso trompo. ¡Eran años difíciles!
Como dije siempre soñé con tener una “bici”. Mis deseos se acrecentaron cuando un amigo me prestó la suya una semana a cambio de pintársela. La lijé, le dí purpurina y la puse a secar al sol. Esa noche soñé con la bicicleta color plata. A la mañana siguiente fui a buscarla. ¿Y saben que pasó? Por la noche llovió y el suelo se llenó de gotas de pintura. En la parte baja del cuadro quedaron las gotas secas, colgando como lágrimas. Al cabo del tiempo, esa bicicleta vieja llegó a ser mía. Pero, era un cacharro viejo, sin frenos, ni nada.
Ya hecho un hombrecito empecé a trabajar y en 9 meses ahorré 14.000 pesetas de entonces. Al cambio hoy serían alrededor de 1200 eubros, como dicen algunos.
En esos momentos mi ilusión estaba en un magnetófono, de aquellos de cinta y ruedas grandes, marca Grundig. Con todos mis ahorros bien apretados en el bolsillo, salí de casa la víspera de Reyes. Fui al parque Santa Catalina, a un comercio llamado Comercial Hamburgo. Entré, los ví todos y tenía dinero suficiente para comprarme hasta el más caro. Entonces, pensé:
-¡Si quiero me lo compro! ¡Pero ahora no tengo ninguna necesidad de quedarme sin mi dinero!
Salí de allí más contento que unas pascuas. Y me dirigía como todos los años al Mercado de Vegueta. Allí, en el mercadillo compraría 20 muñecos, mitad negritos, mitad blancos, con una piedra brillante en los ojos, a cinco pesetas, cada uno. Envueltos convenientemente servían para dejárselos a mi madre y hermanos, acompañados de unos billetes como mi regalo de Reyes. El resto de muñecos, era para familiares y amigos que me decían:
-¡Oye, los Reyes no me dejaron nada en tu casa!
-¡Un momento, señor!
Y sacaba del coche, un paquetito envuelto con su muñeco dentro. A los hombres, blanco, a las mujeres negro.
Pero este año, las cosas sucedieron de otra forma. Al pasar por la calle de Tomás Morales, leí un letrero que rezaba así:

Vda. de José Peñate Medina. Vendedor autorizado de Bicicletas Orbea.

Paré el coche, entré al local, miré las bicicletas pequeñas y le dije al vendedor
-¿Cuanto valen estas bicicletas?
-¡Cinco mil doscientas!
-¡La quiero de tres tamaños. Si le pone usted a cada una la luz, el timbre y las cintas de colores, le doy catorce mil pesetas por las tres!
El hombre empezó a dar tumbos.
-¡No puede ser, que no se gana nada! ¡Déme usted quince mil y le pongo los extras!
-¡Pues nada, caballero, otra vez será!
Acabo diciendo que por 14000 pesetas, me envolvió las tres y me las puso en el coche después de haberle colocado a cada una los accesorios citados, más tres bocinas de esas de goma que al sonarla dice: ¡Lo duudo! de propina.
¡En fin: 3 Bicicletas nuevas Orbea, del trinqui , con luz, timbre, bocina y cintas!
Ya en la puerta de mi casa, esperé hasta la madrugada para sacar las bicicletas y ponerlas junto al zapato de cada uno de mis hermanos pequeños.
Me acosté. Cuando empezó el ruido, me asomé al cuarto. Los niños estaban como locos con sus bicicletas. Mi madre me miró y me dió un beso. Le dí su negrito de ojos brillantes, con el sobre. Disimuladamente fui a mi habitación cerrándome por dentro. Allí estuve un rato con los ojos nublados queriendo llorar. Yo creo que dentro de mí, estaba diciendo: yo no tuve bicicleta, pero si puedo, mis hermanos no pasan lo que yo pasé.
¿Liberación psicológica? ¡Yo que sé! Pero les digo una cosa. Me sentí muy bien.
¡Adiós!

Perras pál cine



Los cines de la época en que Pancho era niño no tienen nada que ver con los actuales. Para demostrárselo, voy a describirles un día de vacaciones de aquellos años, concretamente un jueves, pues era fémina, día de la semana en que se “echaban” dos películas. No sé que diferencia tenía con “sesión continua” pero en ambas, entrabas al cine a la hora que fuera, desde las 4 hasta las 11 de la noche y te marchabas cuando habías visto las dos películas, una o dos veces. Tenía entonces alrededor de los doce años y había que conseguir el dinero fuera de la casa para comprar la entrada.

¿Cómo conseguíamos el dinero?

Tareas productivas:

1.- Llevar el agua, por encargo, desde el pilar público hasta las casas. 10 latas, 50 céntimos = ½ peseta.

2.- Ir a coger un saco de hierba para las cabras. Dos sacos, ½ peseta también.

3.- Limpiar un gallinero u otra tarea de fuerza.

Les voy a describir el transporte del agua porque las otras dos son fáciles de comprender.

Llevar agua: Herramientas: dos latas y el gancho.

Hacer cola en el pilar con las latas, hasta que te llegara la vez. Llenar. Transportar. Volcar el agua en el depósito de la vecina y vuelta a la cola.

Las latas eran envases de belmontina (gasolina blanca), de aceite de oliva, de pastillas, etc... Se les quitaba la tapa superior, cortándolas con una tijera para hojalatas. Se mataban los filos, machacándolos hacia dentro, para que no cortaran y luego se hacían dos agujeros con un clavo en la parte alta. Por allí se pasaba el alambre que hacía de asa.

Recuerdo ahora este sucedido. Todas las latas en la cola, al menos sesenta o setenta. Cada uno está cuidando las suyas. En ese momento aparece Pepene, un chico con dificultad al caminar que trae cuatro latas, amarradas con un hilo de pita. Las pone más allá, fuera de la cola y viene a beber agua del chorro (que está permitido). De repente y cuando nadie le mira, lanza una patada a los cacharros que vuelan por los aires , y grita: ¡Rebumbio!. Todos corren a coger sus latas para colocarlas en el lugar anterior. Pero, por lazos del diablo, los envases de Pepene ya estaban colocados a la punta de "alante" de la cola.

Sigamos con el gancho que es un instrumento formado por una madera – la mejor, era de un barril de vino- a la que se ataban dos alambres que acababan en forma de gancho en los extremos. Ver figura. En ellos se colgaban las latas. Dos en total. Cuando estaban llenas, se enganchaban y agachado pasaba la madera encima de los hombros y por detrás del cuello y ¡arriba!. Primero habíamos puesto un saco mojado enrollado en la madera y en la parte del cuello,porque la madera hacía daño y se clavaba. Y a caminar despacito, porque si se movía mucho se desparramaba el agua.

Ya tenemos el dinero y ¡para el cine!

Al llegar habían dos posibilidades: Comprar butaca (1/2 peseta) o banco (0.25 céntimos) que es lo mismo que 1 real. Los bancos eran las tres primeras filas, muy cerca del telón y las figuras se veían alargadas, enormes. Parecían cuadros del Greco.

Compraba banco y me sentaba en butaca. Inconveniente, el acomodador conocía al personal y cuando no habían butacas vacías, alumbraba a los que él sabía y los mandaba a los bancos. Ibas a banco y te pasabas el rato mirando para atrás a ver si había otra butaca vacía. Al descanso y con el real ahorrado, compraba garbanzos tostados, chochos, “chuflas”, manzana caramelizada y otros…

Los gamberros que siempre hay y hubo -galletoncitos ya- hablaban y molestaban al acomodador que tenía muchas tablas. Recuerdo una vez que uno de ellos gritó:

-¡Acomodador, una pulga!

Y éste raudo contestó:

-¿Y que quieres por media peseta? ¿Una gallina?.

Al salir del cine, entusiasmados por la película nos poníamos a jugar a los indios y dando tiros para lo que poníamos las manos como si tuviéramos en ellas un revólver.

Adiós……..

el jamón de York

Les voy a contar una historia que me vino a la memoria hace un rato. Me la contó asustado un niño, muy amigo mío. Quizás, con el que más mataperrerías hice en mis años de infancia. Ocurrió a finales de los 50 ¿de qué siglo va a ser? ¡Vaya pregunta!

Estaba quedándose en su casa un matrimonio regresado del extranjero por motivos de enfermedad del marido. En una de las visitas de éste al médico, le recetó comer jamón cocido. Ni mi amigo ni yo, ni casi nadie por aquellas fechas sabían lo que era eso. Hoy lo toma todo el mundo y, la mayoría de las veces al pasar dos días de comprado se lo echan al perro porque ¨huele mal”. ¡Qué finos nos hemos vuelto, los nuevos ricos!

Preguntado donde se vendía esta “medicina”, dijeron que en Las Palmas solo lo tenía Dolores Mayor, origen de los más tarde famosos Supermercados Cruz Mayor, en la calle General Bravo y que había que pedirlo como jamón de York.

Que también lo vendían en una charcutería, la del padre de Margarito, situada bajando a la derecha de la calle de San Bernardo. En aquellas fechas se la conocía como la Plaza de de San Bernardo.

A mi amigo le mandaron a comprar 100 gramos del preciado producto. Venía en una lata cuadrada y no recuerdo ahora la cantidad de pesetas que costó, pero fue carísimo.

El problema fue que el empleado le dio un poco a probar y le despertó los sentidos. ¡Como le supo! ¡Saladito y el olor a bueno que despedía! La tentación de volver a degustarlo se le fue metiendo entre ceja y ceja. Subido en la guagua que le llevaba a casa el demonio empezó a tentarlo. ¡Qué bueno es el jamón de York! Y así fue elaborando en su mente un plan que paso ahora a detallarles.

Entró en su casa y a la calladita, se metió en el baño. En el más absoluto silencio sacó una hoja de afeitar de la máquina del padre (marca, MSA acanalada) y armado con ella comenzó la operación quirúrgica. Poco a poco, fue cortando una tira de un par de milímetros alrededor de cada una de las lonchas, tal y como se ve en la figura de arriba. ¡Y cuanto más lo probaba, más le gustaba!.

Tuvo que parar. Las lonchas se estaban estrechando peligrosamente. Recogió todo y envolviendo bien la mercancía para que no pareciera manipulada, entró en el salón con el paquete en la mano. Lo entregó, le dieron las gracias y una propinita por el mandado.

Salió a la calle y se encontró con Pancho. Mientras le contaba la historia, el corazón le estaba saliendo por la boca del susto por si lo descubrían.

Antes, los abuelos decían: ¡Bien se pasa de niño! equivale a ¡Cuanto sufren los niños!

Y suculum, ¡se acabó la historia!.


Ahora, les toca a ustedes pensar….

¡Casi nadie Antoñito!

Cuando Pancho tenía alrededor de 12 años, estudiaba tercero de bachiller en el colegio de don Antonio Ojeda -hoy Colegio Arenas- del barrio de Las Alcaravaneras, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Durante las vacaciones andaba siempre con el hijo de una vecina que le daba golosinas y, algún dinero de vez en cuando para ir al cine a cambio de "aguantarlo". El niño se llamaba Antoñito y era muy, pero que muy despierto con sus seis años o quizás menos. Tenía un "poblema", vocalizaba muy mal y apenas se entendía lo que hablaba. Pancho le cogió cariño pues le vió crecer y además se convirtió para la madre en una especie de traductor-intérprete que condujo alguna vez a a situaciones como ésta.

Hoy la madre le había preguntado por los regalos que quería que le echaran los Reyes Magos.
-¿Pancho, tu entiendes que está diciendo el niño?

- ¡A ver Antoñito que le dijiste a tu madre!

-¡Que me taigan una plestineta, una polota y una catarra!.

Dicho además muy rápido. Así y todo Pancho trasladó sobre la marcha:
- ¡Quiere una patineta, una pelota y una guitarra!

Sigamos con el niñito y sus cosas. Un día, -seguro que era Jueves, día de sesión continua en el cine o fémina, como se decía antes- Pancho fué con su amigo Ismael a a coger dos sacos de hierba para las cabras y se llevaron al recorte de Antoñito.

Llegó el mediodía y tenían dos sacos llenos cada uno. Los anudaron y cargados al hombro tomaron rumbo para la casa. Allí sus madres les darían media peseta para ir al cine. En esa época costaba 25 céntimos, los tres bancos primeros y 50 céntimos -media peseta- las butacas.

Y continuamos con la historia de la hierba. A mitad de camino, al llegar al fondo del barranco descargaron para descansar y al tirar los sacos contra el suelo en los de Pancho sonó algo raro, duro, como cristal . Al abrirlos, para la comprobación oportuna Antoñito salió corriendo como un tiro, señal que sabía lo que estaba pasando. El chiquillo de los cajones le había metido cuatro piedras grandes -dos en cada saco- bien escondiditas en medio de la hierba para reirse de él. Y ahora le estaba mirando allá lejos haciendo señas como riéndose de él . ¿Qué les parece la broma del niñito con solo seis años?.

No exagero si digo que pesaban las cuatro piedras alrededor de 8 kilos. ¡Con razón venía derrengado! ¿Fuerte falta de respeto? Ismael se reventaba de risa y hoy al leerlo, lo recordará con cariño, porque siempre le ha gustado ver perder a Pancho. ¡Esos son los amigos que tiene!

Durante dos días, Antoñito -con sus cinco años y medio, el caballero- no se dejó ver. ¿Se han dado cuenta que de repente me vino a la memoria la edad justa del pollito?.

Cabreado, Pancho se llegó a la casa, tocó a la puerta y preguntó:

-¿Rosarito, le pasa algo al niño que llevo días sin verlo?

La madre contestó:

-¡Panchillo, yo sé lo que pasó y el niño te está cogiendo miedo! !Perdónalo, hombre!

-¿Que lo perdone? ¿Usted sabe la cantidad de veces que el machango éste me ha hecho cosas como esta?. ¡Su niño no me respeta, Rosarito! A mí lo que fastidia son las risitas de los demás. ¡Oiga, que no tiene todavía seis años, el niñito! ¡Pá hablar no es muy despierto pero pá hacer perrerías que lo llamen a él! Como siga así de burletero va a llegar a catedrático!

Y hoy reflexionando me pregunto para mí, para mis adentros:

¿No aguantaría yo las perrerías del dichoso Antoñito por las golosinas y el dinerito pál cine que me daba la madre por el cuido, en una época tan precaria para el asunto de la economía ? ¿Como no iba yo a perdonar al niño? ¿Ustedes saben que las penas con pan son menos penas?

¡A mi me da que la madre en el fondo era una abusadora, conocedora de mi falta de liquidez!

¡Qué tiempos!

De cuando Pancho estrenó un reloj de pulso


    De pequeño, Pancho siempre quiso tener un reloj. Cuando veía un niño con uno en su mano se le “saltaban los ojos”.

    ¡Cuánto deseaba tener uno en su muñeca y presumir con él, como un gato en un mondongo!. Pero las circunstancias y la economía familiar eran las que eran.

    Una de las cosas que más le gustaba antes y aún ahora, era hacer barquitos de madera en la carpintería de su Tío Paquito. Los hacía con una gran quilla y como la gente decía que les gustaban, pues allá estaba Pancho haciendo barquitos para que le adularan los oídos.

    La carpintería estaba situada en el piso bajo de la casa de sus padres. Era amplia, con su típico olor a engrudo, llena de puertas a medio hacer, alguna cuna para reparar y el suelo lleno de “serrín” y virutas. Un día mientras buscaba en una caja de madera donde se ponía material para reutilizar: tachas, bisagras, cerraduras, llaves y tornillos, entre otras cosas, se encontró un reloj viejo y roto. De presencia, estaba bueno y bonito. Tenía máquina, y sus manecillas nuevas. Le pidió a su tío que se lo diera. Y, como siempre empezó a tomarle el pelo y le dió tarea –barrer la carpintería- diciendo que hasta que no la terminara no le daba el reloj. ¡Menudo coñón¡ ¡Casi nadie el tío Paco, siempre riéndose de los chiquillos, con sus clásicas quintadas!

    Al día siguiente, era fiesta. Y en la procesión, iba Pancho privado “estrenando” su reloj de pulsera. Tan guapo, con sus zapatos de misa, calcetines caídos y el traje de salir: chaqueta y pantalón corto, de color gris, camisa blanca almidonada y corbata azul claro.

    Durante la procesión, iba acercándose a un grupo de niñas, entre las que había una que le gustaba y, sin que nadie le preguntara, mirando el reloj decía: ¡Son las cinco y diez!. Al ratito, disimuladamente, movía las manecillas del reloj y decía; ¡Son las cinco y cuarto!. Y así por lo menos tres veces más.

    En el grupo, había una niña alta, fea, desgarbada, la “jefa de la pandilla” que de repente, se para en seco y mirándolo de arriba abajo le suelta a Pancho, con voz chillona:

    ¡Mi niño, y a ti quien te ha preguntado la hora. Toda la tarde, arrea arrea con la hora!

    La muchacha lo despertó del sueño y lo puso en la cruda realidad. ¡Qué vergüenza! Pancho se ruborizó y desde que pudo se perdió del lugar con la mano en el bolsillo para que nadie le viera el reloj.

    ¡No se lo volvió a poner nunca más! La primera vez que el reloj sale al oreo desde el día de la procesión fue hoy, para hacer la foto. Como verán el secundero no se podía mover. ¡Siempre estaba en siete segundos!.

    La radio y la televisión


    Recuerdo, cuando era pequeño, al aparato de radio (la arradio) como decía entonces. Nuestro peninsular de turno diría: el rezeptor de radio, ¡mire Vd. que diferencia!. 
    No hay ningún error, lo puse con zeta. 
    Las mejores marcas eran Grundig, Graetz, Philips, La voz de su amo.
    Teníamos en casa uno de otra marca, Radiola. 
    Allí junto a la radio, sentados en el suelo, mi madre sintonizaba Radio Catedral, con sus programas religiosos: el rosario, la misa, al padre Peyton, con el lema: La familia que reza unida, permanece unida. ¡Nosotros deseando que terminara para ir a jugar a la calle y ella añadiendo otra avemaría, otro credo, otro padrenuestro que no decía la emisora! ¡Y otra pá las ánimas benditas!.
    La ronda, canciones dedicadas: Para Siona, por su próximo enlace matrimonial. Para Carlos, de Las Chumberas, por su incorporación al servicio militar. También había la parte más graciosa y divertida con Pepe Iglesias, El Zorro, locutor simpatiquísimo -creo que argentino- con su personaje, Fernández, y su melodía de entrada al programa cuya letra decía:
    Yo soy el zorro, zorro, zorrito
    para mayores y pequeñitos
    Yo soy el zorro, zorro, señores
    De mil amores vengo a contar…
    Ya por la noche, mi padre ponía la Onda Pesquera, Radio Internacional, Radio Moscú, Radio Pekín, etc., pero la que más oía: Radio Andorra Independiente, “la radio de los comunistas” donde se daban las noticias contrarias al régimen.
    Para el personal masculino, el programa estrella: Los partidos de fútbol radiados. Eran tan buenos los locutores que parecía que estabas viendo el partido. Nombres locales como Pascual Calabuig o nacionales como José Luis Pécker o Matías Prats eran dioses de la comunicación. La forma de estar informados de lo que pasaba era escuchando las noticias de Radio Nacional, conocidas como “el parte”, nombre venido desde la guerra que llegó hasta nuestros días.
    Más tarde llegó la televisión. En las tiendas ponían en el escaparate un televisor encendido y los personas se ponían a verla desde la calle, obstaculizando la acera. Cuando ponían fútbol, había verdaderas aglomeraciones. Al poco tiempo se fue socializando el televisor y empresas como Quillet, con su lema -desde un alfiler a un elefante-, o Apavi, en Schamann, las vendían por miles. Vd. firmaba 24 letras y le llevaban el televisor a su casa, le ponían la antena y ¡a disfrutar!. Luego venía el problema ¿Cómo evitaba Vd. que todos los vecinos vinieran a ver la tele a tu casa mientras no tuvieran la suya?.
    Otra cosa que recuerdo es esta. Los televisores eran en blanco y negro. Pero se podía comprar un rectángulo de plástico del tamaño de la pantalla que la convertía en color. La verdad era que se volvía la imagen de color amarillento.
    Y esta última anécdota: Cuando una persona no podía pagar la letra, venían a llevarse el televisor. Entonces la vecina, muy previsora, se había cuidado mucho de comprar la antena aparte y pagarla al contado. Así, si no podía pagar el televisor no se llevaban la antena. Cuando estaban subiendo el televisor al furgón por impago, aparecía la vecina gritando desde la ventana:
    ¡Juanito , no tarde mucho en arreglármela que los niños no pueden estar sin la tele!