El pastor de Caideros
El cartel de Tunte
Al preguntar si la conocía, dijo Bartolito: ¿No la vió sentada aquí atrás, en la terraza del bar, con otras mujeres?. Nos acercamos hasta allí y entre las personas sentadas, además de la protagonista, estaba Carla, a la que conozco desde hace años. Recuerdo que era una especie de cónsul de la gente de Tirajana en el Hospital Insular. Buena gente Carla. Siempre dispuesta a ayudar y servir a los demás, con el problema que resulta, pues es sabido que la gente de campo tiene un “conocido” en todos sitios. Le pedimos fotografiar a la señora y enseguida se prepararon. A la izquierda de la mesa se sentó Bartolito que también quería salir en la foto. Foto 2.
Le pregunté a Carla por la señora del cuadro. Dijo que se llamaba María Luisa Guerra Sarmiento, que el cartel es el de la romería y además un homenaje por ser una mujer muy participativa - junto al grupo de mujeres mayores-, en todos las actividades del pueblo. Al saludarla se me quedaron plasmadas en mi memoria dos cosas: pese a la sencillez de la vestimenta lo bien arreglada que estaba, con sus labios pintados, su pañuelo, pañoleta, sombrero de palma y especialmente la cara de satisfacción que puso cuando le pregunté que si era la señora del cartel.
Recordé entonces haberla visto en la Ofrenda a la Virgen del Pino, en Teror. Iniciativas como ésta de la Comisión de Fiestas de Tunte deben ser aplaudidas pues representan un estímulo, reconocimiento y orgullo para estas mujeres que lo van dando todo en la vida y aún les queda tiempo para alegrar a los demás.
Más tarde las vimos, no menos de una docena de mujeres ataviadas con sus sencillos y a la vez hermosos vestidos, participando con alegría en una romería que cada vez destaca más por pregonar las virtudes de la gente tirajanera.
¡Felicidades!.
La barbería
3 tijeras,
varias navajas
máquinas de pelar de distintos tamaños,
la colonia (Varón Dandy),
el fijador,
la brillantina,
la polvera con sus polvos talcos,
el cepillo y el peine,
el jabón de afeitar,
la brocha,
la piedra pequeña translúcida con forma de lápiz (1) que se usaba para cerrar y desinfectar los cortes que hacía la navaja;
trozos de papel de periódico cortado a tamaño octavilla, que se usaban para limpiar el filo de la navaja, quitando el jabón durante el afeitado,
una piedra de amolar, para afilar las navajas;
y por último, un espejo de mano.
(2) Peinador.- Ese paño grande cubridor que evita la caída del cabello cortado sobre la ropa, así como la introducción del mismo por el cogote, según mi amigo barbero, Benjamín Castro (+, tristemente fallecido), se llama peinador.
(3) Beberse el tino, en el campo, significa: Tu te crees que me olvidé o qué.
Molino de gofio con historia
Estaban regando las flores y observé que debajo de una maceta y con la intención de separarla del piso había una piedra redonda. Al mirarla más detenidamente me pareció una piedra de molino. Levanté la maceta y al intentar cogerla se me deshizo en las manos, partiéndose por la mitad debido a la humedad de tantos años. Un poco más allá y bajo otra maceta, estaba la otra piedra, la superior, ésta en mejor estado. Le pregunté a Bartolito y me contó algunas historias del pequeño molino de mano.
-Mire, Pancho, en esta casa vivíamos mis padres, Bartolo y Josefa, y cinco hermanos, cuatro varones y una hembra. El molino estaba aquí en la entrada y mis hermanos mayores dicen que siempre estuvo en este sitio, que fue de mis abuelos y por tanto tiene, como mínimo 100 años.
Me hizo mucha gracia, cuando prosiguió:
-Cuando venía algún muchacho a “mosiar”a mi hermana Benita, élla que tenía mucha simpatía, les decía: ¿Mira, ya que estás ahí parado porque no te entretienes mientras hablamos y me ayudas a moler un poquito de gofio?. El muchacho queriendo demostrar su fuerza, empezaba a darle vueltas al molino con mucha velocidad y Benita le iba echando grano sin parar. Cuando estaba cansado y se paraba un poco, le decía: Hay que ver que brazo más fuerte tienes y le daba un pequeño apretón en el bíceps para comprobar lo fuerte que estaba. El hombre arrancaba otra vez a moler hinchado de orgullo. ¡Alguno molió mas de tres kilos de gofio en una tarde!, dijo Bartolito.
Me contó también como eran las “descamisadas” (reuniones colectivas de vecinos donde en medio de una habitación grande se ponían las piñas de millo (mazorcas de maíz, les llaman en la península) consistiendo el trabajo en quitarle las hojas que rodean la piña dejando a la vista el precioso color dorado del grano. La broma principal de las descamisadas estaba en tirarse disimuladamente piñas a la cabeza de una persona que estuviera despistada o hablando con otra. Allí se oía la frase: ¡Señores, respeten!
Luego de dejar secar las piñas, se invitaba a la siguiente reunión- fiesta: la desgranada o desgraná. Como su nombre indica consiste en separar el grano del caroso, según el diccionario:
Carozo. Corazón de la mazorca de maíz, pieza que queda tras desgranarla.
Este caroso servía como leña para el fuego aunque no era muy consistente, pero ha habido malas épocas en la economía isleña, especialmente después de la guerra civil. Recuerdo una frase de uso popular que se aplica a una persona que está pasando una mala racha económica, se dice: Está desgranando piñas por los carosos. O sea que hacía el trabajo de desgranar a cambio de que le dejaran la leña. Según me cuentan las desgranadas terminaban con baile de cuerdas o de taifas. Bastantes parejas se conocieron, enamoraron y formaron familia en esas desgranadas y descamisadas.
El millo una vez seco estaba preparado para tostar. En el caso de Bartolito y siendo un molino de mano, se tostaba lo justo para ir consumiendo (dos o tres kilos, cada vez). Lo hacían en una cazuela de barro colocada sobre un par de piedras, donde se hacía el fuego con leña. Un palo, llamado “meneador”, en cuya punta se amarraba un trapo grueso, servía para mover el grano tostándolo de manera uniforme.
Como al principio les expliqué la forma de moler y además tenemos la foto del molino, el proceso completo de hacer el gofio está descrito. Descamisar, desgranar, tostar, moler y…comer.
Bartolito me dijo que me llevara el molino si lo quería, que a usted le gustan esas cosas y que igual tenía arreglo. Se lo agradecí y, al día siguiente como el que lleva un enfermo, envueltos en una manta los dos trozos grandes y varios pequeños en que se quedó convertida la piedra del molino viajó hasta la nave Daniel, el marmolista, hoy tristemente fallecido, persona que me tenía bastante afecto. Aparqué a la puerta de la empresa y le dije: Daniel, mira que cosa más bonita. ¿Me la puedes pegar?. Daniel la miró, fue a buscar una carretilla y con todo mimo se la llevó para adentro. A la semana me llamó y dijo: ¡Esto quedó que da gusto! ¿Quieres que te la pique?. Picar es dejar rugosa la superficie para que parta mejor el grano, porque de tanto moler se queda lisa y el grano resbala y no se parte bien. Fui a recogerla, Daniel no me cobró nada y se veía contento de haberme arreglado la piedra. ¡Era muy buena gente, Dios lo tenga en la gloria!
Más tarde, lo arreglé, de hecho ya hace gofio, le hice su mueble y hoy espera – y el que espera, desespera- junto a otras cosas antiguas, quedar instalado en un lugar que permita su disfrute visual desde mi asiento y que traiga a mi memoria, recuerdos tan lindos como el que dos piedras atesoran.
El polígano
En la fila delante de Pancho estaban dos señoras, al parecer amigas. Por la conversación que tenían, nuestro hombre sacó la conclusión de que eran “chacalotas”, nombre que también en masculino -“chacalotes”- se daba en Las Palmas a la gente del barrio marinero de San Cristóbal. Al llegar el turno de ser atendida la primera de ellas, la enfermera le pregunta su domicilio, a lo que contesta:
- En la calle Málaga, aquí en el “polígano”.