Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

¿Me vas a cambiar?


 
Esta historia me la contaron en Firgas. Los personajes son tres hermanos solteros, de profesión labradores. Tienen su dinero porque trabajan duramente la tierra. El otro papel corresponde a un rico venido a menos. Vamos a identificarlos sin que ello quiera decir que sean sus nombres verdaderos. A los hermanos le vamos a poner el apellido Báez y al rico, o mejor antiguo rico, Pepito Marrero. Les pongo estos nombres y no otros porque son apellidos de la villa de Firgas y parece que hacen más creíble la historia.
También debo adelantarles -porque forma parte principal del cuento- que en la época en que ocurrió mi relato había poco dinero y que, por poner un ejemplo, con 5 pesetas se compraba un saco de papas y con 500 pesetas se podía comprar una vaca del país o dar la entrada para un buen solar.
Proseguimos. Resulta que todos los sábados, al mediodía, cuando terminaban las tareas del campo se reunían mis cuatro hombres en un bar del pueblo. Allí se tomaban unas copitas con sus tapas correspondientes, aprovechando el tiempo para criticar a todo “quisque” que pasara por delante de la puerta.
Pepito bebía güisqui de 12 años y los hermanos “ron del amarillo”. Los Báez pedían manises y chochos. Pepito, platos de caldero y alguna lata: de atún , de sardinas, de “armejillones” con la que luego hacían su ensalada añadiéndole cebollas, aceitunas y un tomatito. Hay que decir en honor a la verdad que todos comían de todo. Y mentar también que Pepito, de vez en cuando, invitaba a otros clientes una ronda.
Después de tres horas echando copas, llegaba la hora de la despedida y el momento supremo, el del pago. Pepito Marrero siempre se adelantaba sacando de su cartera un billete de quinientas pesetas.
Alfonsito, el del bar, le decía:
-Pepito. ¿Y de dónde voy a sacar yo tanto dinero para devolverle?
-¡Pós yo no tengo más suelto!
Alfonsito cobraba entonces a los hermanos. La cuenta oscilaba siempre entre las 30 y cincuenta pesetas. Para que ustedes se hagan una idea, el equivalente hoy serían de 30 a 50 mil pesetas, o sea, de 180 a 300 eubros .
Esta operación se repitió tres sábados seguidos y los Báez estaban ya un poco mosqueadillos.
Hablando, hablando, diseñaron una estrategia. El sábado irían al banco por la mañana temprano a sacar quinientas pesetas cambiadas, por un si acaso Pepito apareciera otra vez con el dichoso billete. Dicho y hecho, antes de ir a beberretear, uno de ellos se llegó a casa de Alfonsito. Lo pusieron en antecedentes de lo que había y le dejaron el dinero cambiado.
Llegó la hora de las copas. Esta vez, los que pedían caro eran los hermanos. Con decirles que hasta carne de conejo comieron, ya me entenderán ustedes.
-¿Tienes coñac del Carlos I, Alfonso? decía Juan Báez. ¡Ponga tres copitas! ¿Usted quiere Pepito? ¡
-Sí, hombre. Este es muy bueno!.
No les canso más. Estén atentos ahora al pago.
Dice uno de los Báez:
 
-¿Qué se debe, Alfonso?
-¡Todo, son 67 pesetas!
Raudo, se adelantó Pepito Marrero sacando de su cartera el “famoso” billete de quinientas pesetas. Pero, ajá. Esta vez, ocurrió lo inesperado.
Alfonsito tiró rápido del billete y se fue para la caja a cobrar. Pepito, balbuciente, solo acertó a decir, casi chillando esta frase que ha pasado a la posteridad:
¿Pero que vás a hacer?. ¿Me vas a cambiar?.
Mientras los tres hermanos, de espaldas, se partían de risa, pareciendo decir: ¿Qué se va a creer el pollo éste? ¿A los Báez, con estas vainas?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta historia me suena en otro lugar.Garcias y araña

Anónimo dijo...

Canario. ¿Qué pasó con el premio?. Me dijeron que te habían dado un premio y no lo veo por ningún sitio.
Tendrás que pagar los gastos.

Doramas dijo...

Coooño, ¿y como sabias que mi apellido es Báez?.
Casualidades.
Me gusto la historia.
Sigue por ese camino, amigo.
Un saludo
Doramas.

Anónimo dijo...

Ir por la calle con billete de 500 pesetas debía ser un peligro.
O lo mismo era una fotocopia. Pero, pensándolo bien en esos tiempos no había tofocopiadoras y cualquiera metía un billete de esos en una "vietnamita" para sacar una copia. Le felicito Panchito por su memoria, sentido del humor y esa expresión fiel de los sentimientos de ese canario que usted quiere recuperar en el quehacer diario. Un abrazo.

Unknown dijo...

Muy bueno. Me parece ver la cara de Pepito Marrero cuando le tiraron del billete para cambiárselo. Parecida la de José María Escrivá, el de Terde