Los cines de la época en que Pancho era niño no tienen nada que ver con los actuales. Para demostrárselo, voy a describirles un día de vacaciones de aquellos años, concretamente un jueves, pues era fémina, día de la semana en que se “echaban” dos películas. No sé que diferencia tenía con “sesión continua” pero en ambas, entrabas al cine a la hora que fuera, desde las 4 hasta las 11 de la noche y te marchabas cuando habías visto las dos películas, una o dos veces. Tenía entonces alrededor de los doce años y había que conseguir el dinero fuera de la casa para comprar la entrada.
¿Cómo conseguíamos el dinero?
Tareas productivas:
1.- Llevar el agua, por encargo, desde el pilar público hasta las casas. 10 latas, 50 céntimos = ½ peseta.
2.- Ir a coger un saco de hierba para las cabras. Dos sacos, ½ peseta también.
3.- Limpiar un gallinero u otra tarea de fuerza.
Les voy a describir el transporte del agua porque las otras dos son fáciles de comprender.
Llevar agua: Herramientas: dos latas y el gancho.
Hacer cola en el pilar con las latas, hasta que te llegara la vez. Llenar. Transportar. Volcar el agua en el depósito de la vecina y vuelta a la cola.
Las latas eran envases de belmontina (gasolina blanca), de aceite de oliva, de pastillas, etc... Se les quitaba la tapa superior, cortándolas con una tijera para hojalatas. Se mataban los filos, machacándolos hacia dentro, para que no cortaran y luego se hacían dos agujeros con un clavo en la parte alta. Por allí se pasaba el alambre que hacía de asa.
Recuerdo ahora este sucedido. Todas las latas en la cola, al menos sesenta o setenta. Cada uno está cuidando las suyas. En ese momento aparece Pepene, un chico con dificultad al caminar que trae cuatro latas, amarradas con un hilo de pita. Las pone más allá, fuera de la cola y viene a beber agua del chorro (que está permitido). De repente y cuando nadie le mira, lanza una patada a los cacharros que vuelan por los aires , y grita: ¡Rebumbio!. Todos corren a coger sus latas para colocarlas en el lugar anterior. Pero, por lazos del diablo, los envases de Pepene ya estaban colocados a la punta de "alante" de la cola.
Sigamos con el gancho que es un instrumento formado por una madera – la mejor, era de un barril de vino- a la que se ataban dos alambres que acababan en forma de gancho en los extremos. Ver figura. En ellos se colgaban las latas. Dos en total. Cuando estaban llenas, se enganchaban y agachado pasaba la madera encima de los hombros y por detrás del cuello y ¡arriba!. Primero habíamos puesto un saco mojado enrollado en la madera y en la parte del cuello,porque la madera hacía daño y se clavaba. Y a caminar despacito, porque si se movía mucho se desparramaba el agua.
Ya tenemos el dinero y ¡para el cine!
Al llegar habían dos posibilidades: Comprar butaca (1/2 peseta) o banco (0.25 céntimos) que es lo mismo que 1 real. Los bancos eran las tres primeras filas, muy cerca del telón y las figuras se veían alargadas, enormes. Parecían cuadros del Greco.
Compraba banco y me sentaba en butaca. Inconveniente, el acomodador conocía al personal y cuando no habían butacas vacías, alumbraba a los que él sabía y los mandaba a los bancos. Ibas a banco y te pasabas el rato mirando para atrás a ver si había otra butaca vacía. Al descanso y con el real ahorrado, compraba garbanzos tostados, chochos, “chuflas”, manzana caramelizada y otros…
Los gamberros que siempre hay y hubo -galletoncitos ya- hablaban y molestaban al acomodador que tenía muchas tablas. Recuerdo una vez que uno de ellos gritó:
-¡Acomodador, una pulga!
Y éste raudo contestó:
-¿Y que quieres por media peseta? ¿Una gallina?.
Al salir del cine, entusiasmados por la película nos poníamos a jugar a los indios y dando tiros para lo que poníamos las manos como si tuviéramos en ellas un revólver.
Adiós……..
3 comentarios:
Yo también tenía un cine, el Scala justo al final de la calle, (aunque también podría ser el principio, solo por una cuestión numérica), pero yo, como bicho de ciudad, pues me buscaba la vida vendiendo cobre, plomo, cartón y pan duro para los Galgos que corrían en el canódromo. Pero está claro que las historias de nuestra infancia siempre son muy interesantes y más, esas de las que nuestros hijos deberían de aprender porque nosotros nos buscábamos la vida para vivir nuestro ocio.
me imagino quien hará el nihil obstant. El de la Curia por supuesto.
Saludos desde TELDE, hacia tiempo que no te localizaba, estaremos en contacto.
Publicar un comentario