Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

La tienda de Juanito Guerra



La historia de hoy se desarrolla alrededor del año 1950, en el pueblo y municipio de Valleseco, en Gran Canaria.
El lugar, una tienda de comestibles regentada por Panchita, aunque se la conoce más por el nombre de su esposo y también propietario, Juanito Guerra. No podemos decir que fuera una “tienda de aceite y vinagre”, más bien entraba en la categoría de almacén en general. Juanito tenía una  camioneta y con ella, se trasladaba casi todos los días a Las Palmas. Allí cargaba productos de importación y también frutas frescas, forraje de animales, etc.
El caso es que disponiendo de productos frescos y de calidad, la tienda/almacén fue cogiendo renombre. Venían personas de Valsendero, Lanzarote, Artenara, Firgas y hasta de Las Palmas a comprar.
Vemos a describirles ahora de forma breve, la tienda. A ambos lados de la puerta de entrada, estaban las argollas para amarrar las bestias. Nombre que se daba en esa época a las mulas, sufridos animales de carga. En algunas horas del día,  siempre ocupadas, lo que indica lo bien que iba el negocio. Más adentro y colgada del techo, una gran loncha (plancha, se decía entonces) de tocino, bien recubierta de sal. Un manjar era, en esa época, un bocadillo de tocino: un pan pequeño abierto con una tira de tocino del mismo tamaño dentro. Riquísimo. ¡Y nadie padecía de colesterol!.
Sobre el mostrador, entre otras cosas,  un tabal (1) de sardinas saladas. Comprabas una sardina y te la daban envuelta en papel vaso. Presionando el papel sobre la sardina se desprendía la parte externa, especialmente las escamas. Deliciosas de comer, acompañadas con su “pisquito” de ron.
Pasemos ahora a la anécdota correspondiente:
Era domingo. Mucha gente atraída por la fama de la tienda y la calidad de la fruta,  entre ellas, algunos clientes de la capital, Las Palmas. Panchita era algo autoritaria y, se estaba poniendo nerviosa porque los “capitalinos” no guardaban cola. Los parroquianos empezaron a protestar. Panchita reconvino:
            -¡Señora, tiene usted que esperar la vez!.
Lejos de esperar, la señora tildó de maleducada a Panchita y añadió un insulto grave
            -¿Que se van a creer los magos estos?
            -¿Señora, maga y maleducada yo? ¿Usted no es de aquí, verdad? ¿De donde es usted?
            -¡Yo, de la ciudad de Las Palmas y a mucha honra!
A lo que Panchita le puso el suculum.

            -¡Sabe lo que le digo, señora! ¡Los mejores cochinos que se han matado en mi casa, se han traído del Barranquillo de Don Zoilo (2)!
(1)

tabal

m. Barril de poca altura en que se conservan pescados en salazón y en especial arenques: recordaba los ultramarinos con su tabal de sardinas.

(2)
Para quien no conozca Las Palmas, el Barranquillo de Don Zoilo es un barrio que en las fechas en que transcurre la historia no tenía mucha categoría. Hoy, vivir allí, es un lujo.


Dedicado a una bella flor, ausente de Canarias: la Violeta del Perú

1 comentario:

Moisés Morán dijo...

Cierto es que muchos de la "ciudad" pierden las buenas maneras y estas hay que mantenerlas a donde quiera que vayamos.