En las entradas anteriores he escrito sobre batatas –mentiras- en el ámbito rural, hoy voy a regalarles esta historia que pone fin a la serie.
Está cayendo la tarde, Gregorito acompañado de su hijo pequeño Lelo –de 12 años- están terminando de regar en el Ingenio. Todavía les queda un pedazo en la loma. El padre dice
- ¡Lelillo, abre el agua pá la loma y regas el millo antes que se haga de noche. Yo me voy pá la casa!
- ¡Padre, deje el millo pá la próxima regada que él aguanta. No se da cuenta que ya no se ve nada, hombre , y yo tengo miedo!
-¡Vaya usted y lo riega, carajo, pá que se le quite el miedo! ¡Usted cree que todavía hay brujas, o qué!
Lelo abre el macho y se dirige acompañando al agua hacia la loma. Asustado, oye ruidos por todas partes. Armándose de valor se pone a cantar para así no oir nada.
Pero un ruido supera a los demás retumbando
-¡Uuuhhhh, Uuuhhhh!
Lelo empieza a temblar. El ruido ahora baja, luego sube, pero él lo oye perfectamente mientras canta a grito pelado. Lelo pasa del susto al temor, de este al temblor y aterrado huye despavorido soltando atrás la azada, dejando el agua suelta.
Llega a la casa, allí están sus padres y no dice nada. Se lava un pizco y se acuesta sin comer, no sin aguantar a su madre repitiéndole que no se acostara sin cenar.
El padre, le contestaba
-¡Deja al chico que está cansado de tanto regar!
Al día siguiente, el padre lo levanta gritando:
-Lelo, ¿qué desastre hiciste en la loma? ¡Dejaste el agua suelta sin cambiarla pá los surcos!
El niño contó al padre lo que pasó y para quitarle el miedo éste decidió que fueran para la loma.
Y aquí viene el final increíble e imaginativo de la historia.
Cuando llegan juntos al lugar, Gregorito ve un trozo de disco de vinilo en el suelo. Al lado una pita, planta propia de los linderos de los cercados y sobre la marcha en su cabeza encuentra la solución
-¡Lelillo, mira lo que fue! ¡El viento movía la punta de la pita y rozaba el disco de música, hombre! ¡Ese era el ruido que usted oía! ¿No le dije a usted que las brujas no existen?
Saludos a todos y mi agradecimiento a Juanfra, del Ingenio
Está cayendo la tarde, Gregorito acompañado de su hijo pequeño Lelo –de 12 años- están terminando de regar en el Ingenio. Todavía les queda un pedazo en la loma. El padre dice
- ¡Lelillo, abre el agua pá la loma y regas el millo antes que se haga de noche. Yo me voy pá la casa!
- ¡Padre, deje el millo pá la próxima regada que él aguanta. No se da cuenta que ya no se ve nada, hombre , y yo tengo miedo!
-¡Vaya usted y lo riega, carajo, pá que se le quite el miedo! ¡Usted cree que todavía hay brujas, o qué!
Lelo abre el macho y se dirige acompañando al agua hacia la loma. Asustado, oye ruidos por todas partes. Armándose de valor se pone a cantar para así no oir nada.
Pero un ruido supera a los demás retumbando
-¡Uuuhhhh, Uuuhhhh!
Lelo empieza a temblar. El ruido ahora baja, luego sube, pero él lo oye perfectamente mientras canta a grito pelado. Lelo pasa del susto al temor, de este al temblor y aterrado huye despavorido soltando atrás la azada, dejando el agua suelta.
Llega a la casa, allí están sus padres y no dice nada. Se lava un pizco y se acuesta sin comer, no sin aguantar a su madre repitiéndole que no se acostara sin cenar.
El padre, le contestaba
-¡Deja al chico que está cansado de tanto regar!
Al día siguiente, el padre lo levanta gritando:
-Lelo, ¿qué desastre hiciste en la loma? ¡Dejaste el agua suelta sin cambiarla pá los surcos!
El niño contó al padre lo que pasó y para quitarle el miedo éste decidió que fueran para la loma.
Y aquí viene el final increíble e imaginativo de la historia.
Cuando llegan juntos al lugar, Gregorito ve un trozo de disco de vinilo en el suelo. Al lado una pita, planta propia de los linderos de los cercados y sobre la marcha en su cabeza encuentra la solución
-¡Lelillo, mira lo que fue! ¡El viento movía la punta de la pita y rozaba el disco de música, hombre! ¡Ese era el ruido que usted oía! ¿No le dije a usted que las brujas no existen?
Saludos a todos y mi agradecimiento a Juanfra, del Ingenio
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