Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

El ventorrillo

Estampa del año 1.951 en la víspera del día de Santiago en Tunte (Gran Canaria). Cayó la tarde y en las montañas se vislumbran, muchas luces que iluminan el camino a los peregrinos que se acercan a ver al santo. Vienen cansados y sedientos desde todos los puntos de la isla, desde la Aldea a Agaete, de Las Palmas capital, San Mateo, Mogán, Agüimes.... ¡Con decirles que hasta de Tenoya y Tafira había gente!

Buena noche de pleitos. Suenan guitarras y laúdes, mientras se cantan isas, folías y canciones mejicanas como Ya vamos llegando a Pénjamo…. El personal está un poco alterado y por menos de nada, por ejemplo: volarle de un manotazo el sombrero a alguno que pasara, ¡“piñazos” en las cuatro esquinas!. Cada vez que se arma la tangana, la gente de los ventorrillos levantan el puesto y se alejan del tumulto.

Vamos a detenernos en uno de estos ventorrillos. Justamente, el que está en la esquina detrás de la iglesia.

Está formado por una mesa, de aproximadamente un metro por un metro. Cubriéndola, un mantel de tela de vichy a cuadros. Sobre ella, tres botellas: una de ron, otra de coñac y la tercera de anís, para las mujeres. Delante doce vasos de cristal de la rayita, como el que se observa en la fotografía. Si se despacha bien un pisco es hasta la marca aunque también se vende un doble, acompañado de un puñado de manises, tapa única. Debajo de la mesa, una caja de madera que hace de almacén, conteniendo más botellas y manises. A su lado, un cubo de cinc, lleno de agua para lavar los vasos y un trapito para secarlos.En medio de la calle y en los alrededores de la mesa están los dos hijos del ventorrillero pregonando

Agua, a perra la jartá! (1)
Lleva cada uno un saco de yute sobre los hombros. Dentro seis botellas de agua fresca. Cada vez que se acaba el líquido, van a la cercana fuente del Rosal a llenarlas de nuevo.
De cuando en cuando alguna persona paga la perra (2) y empina la botella, hasta no dejar gota. Los niños según cobran, entregan el dinero al padre que lo envuelve en un pañuelo.

Los ventorrilleros suelen ser familia –en este caso, tres hermanos- y así cuando surgen problemas, se protegen mejor unos con otros.

Fuerte cambio ¿verdad? Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. La gente llegaba a la fiesta caminando, sobre bestias, en camiones alquilados o en coches de hora. No había problemas de aparcamiento. Hoy, ¡ qué les cuento!

(1) Jartá: Hartada. (2) Una perra, era el equivalente a diez céntimos de peseta.

Dedicado al prelado y amigo personal, reverendo don José a Ramírez que, en su día, me sugirió escribir sobre el tema.

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