Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Los papagüevos


Ustedes saben que en cada pueblo hay uno o varios “borrachitos”.  Son personas que por las vueltas que da la vida,  tienen problemas familiares, personales, de ausencias de familiares, etc. etc. que les ayudan a entrar en esa espiral de me emborracho hoy para olvidar, mañana también y terminan “arcolizados”.
Los hay  de los que llamamos “de mala leche”, malcriados. Esos son a los que se les dice: Borracho cochino, no pierde tino.
Pues bien, en la historia que sigue mi borrachito, Venancio, al que no le pondré su nombre verdadero para no molestar nos hizo vivir esta preciosa, para mí, anécdota.
Día de la patrona. Al amanecer, llega al pueblo la Banda de Agaete que va a tocar la Diana por todo el pueblo.
No hay más de 4 personas esperando. Ya están preparados los papagüevos, en una camioneta. Son cuatro: el maestro, el diablo, la mujer y el marinero.
No estando previsto por la Comisión de Fiestas y aprovechando la asusencia de algún comisionado, a Venancio se le ocurrió llevarlos a un barrio cerca del pueblo, donde viven no más de siete familias.
Los de la Banda que no le conocían, pensaron que era el Presidente de las Fiestas y en otro camioncillo tiraron para allí.
Ya estamos en el barrio. Músicos colocados, esperando la orden de empezar. Tres  personas  (entre ellas Venancio), se meten dentro de los  papagüevos.  No sé la razón pero nadie quiere coger el de la mujer. Se inicia la música  y empiezan a bailar dando vueltas sin parar, frenéticamente, al ritmo de La Madelón.
Venancio que lleva el papagüevo del Diablo se desestabiliza y después de varios tropezones queda en el suelo metido dentro del muñeco.
Las maderas de las patas, todas partidas. La música para en seco,  la gente corre asustada a ayudar, pensando que le ha pasado algo.
 Venancio sale por las enaguas del Diablo arrastrándose ¡oh, milagro! y dice con su hablar ronco y arrastrado de “chispa vieja”:

¡No ha pasado nada! ¡Solo el alma…  que se separó del cuerpo!