Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

De cuando Pancho fue a Las Palmas a arreglar la moto.


Una vez se le averió a Pancho su moto, una BSA del año del tango, y tuvo que bajar a Las Palmas para arreglarla porque el único amañado en el pueblo, Periquito el verguilla, no daba con la “vería”.

Aún con la falladera que tenía la moto, Pancho traía colgada su gallinita -con sus patitas amarradas y la cabeza colgando, la pobre- para agradar a Don Ambrosio, el abogado de la calle de la Peregrina, que le estaba llevando un pleito de lindes. También tenía pensado que si le arreglaban la moto se llevaría “p´arriba” un saquito de papas y un poco de millo para plantar.

Una vez entregó la gallina y conoció de su “asunto”, se fue para el barrio de Guanarteme y allí fue a dar con un taller que además de arreglar, vendía motos usadas y accesorios.

Al entrar, Pancho se quedó encantado con lo grande y limpio que era el establecimiento. Bien iluminado, a cada lado de la entrada un mostrador y en cada mostrador un empleado sentado en su mesa. Al final, seis u ocho motos ocupando todo el fondo del taller. A Pancho le quedó más cerca el mostrador de la derecha y allí se dirigió mi hombre.

De repente se pegó un leñazo contra algo y se quedó “tuntuniando”. Lo que más le molestó es que los dos empleados, tanto el de la derecha como el de la izquierda se estaban partiendo de la risa. Saben lo que había pasado, que Pancho se había golpeado contra un espejo que habían puesto para dar sensación de profundidad al taller porque era estrechito, estrechito y que allí no había más que un empleado y tres o cuatro motos. Se quedó colorado, "caliente como un macho", pero no dijo esta boca es mía. Para sus adentros, estaba bajando a todos los santos de las familia/s de los empleados. ¿O empleado?

Dedicado al lucero del alba.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Algo parecido me pasó a mi, amigo Pancho, en las oficinas de la caja en Triana, cuando andando por un pasillo comienzo a extrañarme del enorme parecido que quien se acercaba hacia mí tenía conmigo mismo; tardé unos segundos en reaccionar y quedé a pocos centímetros de estamparme con el descomunal espejo.
Un saludo de Piedra de Molino

Anónimo dijo...

Me acuerdo de la parada de los coches de hora en el Camino Nuevo ( Bravo Murillo), junto al Gobierno Militar, cuando llegaba el coche de Teror; lleno de gallinas, cajas con frutas: membrillos, ciruelas, manzanas francesas ¡qué olores!, los maguillos "empaquetados" con su terno y sombrero y las señoras mayores vestidas de negro o marrón tocadas con su mantilla. Eran otros tiempos, otra velocidad, sin prisas. Fina estampa.

Anónimo dijo...

Pancho, a mí también me ocurrió algo con un crista . Fue en una joyería en las Canteras. En el escaparate, algo, no me acuerdo el que, me gustaba mucho y al mirarlo con más detenimiento…… un cocaso con el cristal , me gustaba tanto que otra vez alongaba la cabeza para ver bien y….otro cocaso, así hasta que salió hasta el Sr de la joyería a ver que pasaba.

Chacho, vaya “amoto” ?la llevaste a bendecir

Anónimo dijo...

Joder con el bló. Ya tiene hasta fotos y todo. Y que me dicen del cuadro con su timplito. Esto tira.......