Hace al menos cincuenta años, todo pueblo agrícola que se preciara tenía su mentidero, allí se reunía la gente mayor para hablar de la vida diaria y contar historias reales o inventadas. Se trataba de pasar el rato y, claro, son los momentos en que aparece en plenitud la socarronería y el sentido del humor de nuestra gente.
Hoy, Tenoya, mi pueblo de nacimiento, ha pasado de ser totalmente agrícola -aunque quedan algunas fincas de plataneras- a casi urbano. Y, con ese cambio Las Cuatro Esquinas, nombre del citado “mentidero”, en el Lomo de San Pedro, ha perdido parte de su encanto.
Entre los muchos participantes de esa tertulia estaba mi abuelo y el amigo Macías. Su nieto Manolo, al que conocí esta semana nos relató dos historias breves del repertorio del mentidero que tienen la gracia suficiente, o al menos así me lo parece, para contarlas.
Ahí va la primera:
Está nuestro cazador en el campo descansando a la sombra, tomándose su "roncito" con aceitunas. Medio “endormilado” por el calor, de repente, se le para justo enfrente un conejo. Mi hombre tira de su escopeta. Se da cuenta de que no le quedan cartuchos. Más rápido que un avión coge una aceituna y con ella carga el arma. Dispara, está seguro de haberle dado pero el conejo echa a correr y desaparece.
Año siguiente. El abuelo de Manolo está otra vez cazando en el mismo sitio. Delante de él, ve moverse las ramas de un olivo. Lo observa con la escopeta preparada esperando que salga un conejo y ¡oh, sorpresa! El olivo sale corriendo. Extrañado mira fijamente y entonces se da cuenta ¿saben de qué? ¡era el conejo del año pasado! ¡ La aceituna había germinado en la piel del animalito! ¡Y, cacho olivo, hermano! No le disparó y pensó, como el amigo José María, para sí, para sus adentros:
¡Si yo estaba seguro de haberle dado!
¿Se la creyeron? ¿Noooó? Pues ahí va la otra:
Está oscureciendo. El personaje de la historia va caminando hacia el pago de El Toscón. La vereda es intransitable. En un mal paso, resbala con una piedra suelta y tras varios trompicones, fue a dar al fondo de un hoyo profundo a la orilla del camino. Intenta subir por las paredes, no encuentra donde agarrarse con las manos. La tierra que desprende intentando subir va cayendo sobre el fondo. Los dedos los tiene en carne viva. Así sigue durante un buen rato hasta que llegó el oscuro. Cansado, se sienta en el suelo y va acurrucándose para pasar la noche lo mejor que pueda.
Al alba, aterido de frío por el sereno y el rocío, va llegando la claridad. Al ratito, un rayo de sol finito, finito penetra en el agujero. Mi hombre, raudo se agarra del rayo con las escasas fuerzas que le quedan y trepando por él, escapó de la trampa.
¡Esta sí que se la creyeron! ¿Verdad?
Mi agradecimiento a Manolo Macías por el rato que nos hizo pasar mientras colaboraba con su pueblo en la romería de la Encarnación. ¡Y que siga cultivando esa claridad y precisión narrativa con que nos deleitó!
La Fotografía se denomina TENOYA. Ha sido tomada del Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC (http://fotosantiguascanarias.org)
La Fotografía se denomina TENOYA. Ha sido tomada del Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC (http://fotosantiguascanarias.org)
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