La estampa de hoy se sitúa en la parte cumbrera de la
Vega de San Mateo. En los tiempos a que me refiero, la gran mayoría -por no
decir todos- los vecinos tenían, o mejor, criaban dos o tres cabritas para
abastecerse de leche y algún quesito "cuando cuadraba".
Entre los moradores había uno que no tenía cabras y
poseía solo tres machos cabríos. Se llamaba Ignacito. Nuestro hombre salía de su
casa, de vez en cuando, y acompañado por uno o más de sus animales hacía un
recorrido por el pueblo ofreciendo sus servicios, a la vez que dejaba los
caminos impregnados del perfume característico de los machos. ¡Fuerte olor,
cristiano!
Conocía al dedillo el itinerario. Paraba con su animal a
la puerta de una casa y decía:
-¡Margarita ¡ ¿Necesita macho?
-¡No, Ignacito. De las dos que tengo, una cogió macho y
la otra no queda. A mi me da que se va a quedar machorra!
Proseguía su recorrido pues conocía perfectamente las
casas a visitar…
-¡Antoñita! ¿Quiere macho?
-¡Pase pacá, Ignacito! ¡A ver si esta vez damos en la
diana porque esta jodida cabra hace tiempo que no menea el
rabo!
Siguiendo con mi historia, el que fueran mujeres las que
contestaban al llamado tiene su explicación. Las mujeres se encargaban de todo
el trabajo de la casa. Los hombres, rompiendo el alba, salían a sus distintas
labores. Trabajar la tierra o cualquier empleo relacionado con la agricultura,
principalmente: armar la tierra, arar, sembrar, plantar, recoger fruta, etc.
etc...
Está claro que también había chóferes, albañiles,
trabajadores por cuenta ajena y otros muchos más.
Hoy esta forma de vida no es posible. Las cabras están
marcadas en las orejas con una chapita. Si alguien tiene un animal, los vecinos
se quejan de los olores. En fin ¡que nos hemos vuelto muy finos! Y sin darnos
cuenta, nos hemos alejado de la naturaleza. No vayan a creer porque la historia
se sitúe en San Mateo, que esto no pasaba en la gran ciudad. En todos los
barrios, se escuchaba balar a las cabras y cantar a los gallos. El ganado iba
por la calle y el cabrero ordeñando y despachando la leche. Hoy, cuando un niño
tiene alergia se le receta leche de cabra. Y que difícil es encontrarla en
estado natural.
Para terminar mi historia con algún elemento gracioso,
este es mi remate:
Uno de los machos de Ignacito era todo un campeón. Se lo
arrendaba al Cabildo y en un año llegó a dejar embarazadas a 500 cabras. A la
vista de que se pagaba por cubrición, los cabezas pensantes de la Casa Palacio,
decidieron que había que comprarlo aunque fuera caro. Con el correr del tiempo
fue el famoso macho del Cabildo, del que ustedes habrán oído contar. Una vez
comprado por la Corporación para cubrir las cabras propiedad del Cabildo, no
volvió a subirse a una. Dicen que cuando preguntaron que le había pasado al
animalito, alguien contestó:
¡Es que el macho ahora es de plantilla y ¡caballero… es
un funcionario!.
1 comentario:
Buenas tio Pancho!!! Bonita historia esa aunque discrepo en parte!!
Yo soy funcionario y alguna "cabrilla" de vez en cuando monto! Jejeje
Un fuerte abrazo y a ver si le veo por los labradores este año y le invito un mejunje! Que ya hace más de ocho años que no voy a las fiestas de mi pueblo querido.
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