Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Los eucaliptos caminaban por Navidad



Ahora que han pasado las fiestas de Reyes Magos, quiero narrarles una vivencia relacionada con esta fiesta de los más pequeños, con el fin de que ustedes vean hasta donde llega la inocencia, en este caso la de aquel niño que yo fui.
Como les he dicho alguna vez nací en Tenoya, ese pueblo del norte de la Isla de Gran Canaria que se distingue de los demás lugares, entre otras cosas, por tener un túnel. A escasos 200 metros del mismo, tenía Pancho su domicilio a la orilla de la carretera general.
En lo alto de dicho túnel, mirando desde Tenoya hacia Las Palmas, existían y aún existen en lo alto de la montaña unos hermosos eucaliptos, árboles de enorme porte. De pequeño, siempre ví que había tres, aunque estos días he ido a hacerles una foto y son más. Se ve que mi ilusión trastornaba también mis sentidos, en este caso el de la vista. Como es lógico los árboles no se mueven, pero no así en mi historia. Cuando llegaban las Navidades y en mi casa se hacía el belén los eucaliptos ¡se transformaban en Reyes Magos! .
El día 13 de diciembre, Santa Lucía, se plantaba el alpiste en cajitas de madera ( el envase de la conserva de membrillo). Se ponía un papel dentro , se cubría con tierra, se sembraba la semilla y se regaba. En once días estaba nacido y teníamos las finquitas de los labradores o la hierba verde del pasto de los animales.
Vamos a recordar como se hacía el belén. Se ponía una mesa, cubierta con papel de envolver. Se cubría el fondo con corcho- eran las montañas-, piedras pequeñas, tierra, musgo, etc. Entonces, mi madre ponía las figuritas: ovejitas, patos, pastores, la mujer con la talla en la cabeza y lo principal: el niño Jesús, María y José, la mula y el buey. ¡Se me olvidaba, el ángel y la estrella! Eran figuras de las más baratas, de barro basto y mala calidad. La pintura era más bien, deficiente. ¡La economía mandaba, como hoy!
En la hierba del alpiste, poníamos al pastor con sus ovejas. Un espejo de mano hacía de fondo de lago, bien disimulados sus bordes con arena fina. Allí nadaban dos o tres patitos blancos, que se reflejaban en el espejo. El río, era de platina –hoy le llamaríamos papel de aluminio- y lo cruzaba un puente pequeño de corcho.
El encargado de la instalación eléctrica era mi padre. Ponía estratégicamente las luces: en el portal, dentro de alguna casa, en el molino, etc… Recuerdo el susto que le dí un día cuando al probar la instalación y en el momento de enchufar a la corriente, Pancho ese niño que soy y fui, le hizo un ruido como de cortocircuito. Asustado, levantó las manos como si se hubiera quemado. Casi le da un soponcio. Se reía de mi gracia, pero el corazón le latió a doscientos por hora.
En este nuestro Nacimiento, mi madre tenía por costumbre acercar -a partir del día de Navidad- un poco cada día los camellos con los Reyes, al niño Jesús. Y como reflejo, les juro que yo miraba a los eucaliptos del túnel y notaba en mi inocencia que cada día estaban más cerca de mi casa. En esos momentos, mi mente de niño o mi ilusión me hacía confundir los eucaliptos con los Reyes Magos de Oriente. El día 5 de enero, ya estaban encima mismo del túnel, y yo sabía que esa noche llegaban los Reyes con los regalos.
¿Los regalos de esa época? En la carta les pedía una bicicleta y lápices de colores -se ponía un plumier-. Yo no sabía lo que era ese artilugio de nombre raro, pero me lo hicieron poner en la carta.
Sus Majestades, en su deseo de traer lo más conveniente y mejor para mí me obsequiaban con: un trompo marino, un tambor y un saxofón, de cartón y con las teclas de lata. Las teclas se rompían enseguida. Se doblaban hacia atrás y dejaban pasar el aire. Al querer arreglarlas se partían y ¡adiós, saxofón!.
Alguna vez me trajeron una pistola de “mixtos” o un rifle de madera que disparaba tapones de corcho, amarrados convenientemente para que no se perdieran ni dañaran a nadie. Los “mixtos” de las pistolas “–también llamados “saltapericos”- venían en una tira enrollada que se vendía en la tienda y sonaban como disparos de repetición. Todavía no se había inventado el plástico.
Hoy, al llegar el día de Reyes veo la cantidad de juguetes que los Reyes traen a los niños. Debe ser que se portan todos muy bien. Pienso en los millones de niños a los que no les regalan nada y en lo mal repartido que está el mundo.
Y ese día, a Pancho se le nublan los ojos recordando con nostalgia la ilusión perdida.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno; como es navidad todo se perdona..., pero no abuse.

Moisés Morán dijo...

No sabía que habías nacido en Tenoya, siempre se saben cosas nuevas. Yo no recuerdo cuando supe que los reyes era una fantasía, quizás algún cabroncete del internado me degolló la ilusión. Lo cierto, es que mientras estuvo viva, antes de su execrable asesinato, disfrutaba como un niño con el día de reyes.

pancho dijo...

Me acaba de contar Pepe Armas, el de Gáldar/Agaete que los Reyes Magos le dejaron un año un juego de parchís. En su parte posterior tenía un juego de la oca. Lo gracioso es que a él le dejaron el parchís y al hermano la oca. ¿Qué les parece?

Carmelo Álamo dijo...

Oiga Panchooooo, vaya emoción y nostalgia…..preciosa historia.

Un abrazooooo