Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Estero/a con alas

Mi estero con alas
Hubo un tiempo en que no había interruptores para encender la luz. No hacían falta, pues no había corriente eléctrica. Las personas se iluminaban con quinqués –los antiguos, aún dicen quinkle- y las velas –bujías de parafina- para alumbrar eran un producto de uso común. Las cocinas utilizaban como combustible la leña, artículo muy valorado entonces y en estos tiempos  abandonada en esos campos para pasto de incendios veraniegos. Eso en cuanto a la energía eléctrica, ahora vamos a hablar del agua.

Los ayuntamientos no disponían de un servicio de agua de abasto a domicilio. En su defecto,  disponían para uso de los vecinos de agua potable, ya fuera en fuentes naturales o en pilares construidos a tal fin, siendo su uso gratuito. Desde allí se trasladaba a los domicilios en cacharros, lecheras o cualquier otro recipiente limpio. O sea, ni luz ni agua.
Al no haber luz eléctrica, no habían neveras o frigoríficos, como dicen los finos. Por tanto, los alimentos no disponían de ese medio de conservación tan importante.  La salazón de carnes y pescados, como método destinado a preservar los alimentos, de forma que se encuentren disponibles para el consumo durante un mayor tiempo era -y sigue siendo en menor medida- vital.
Los barcos de pesca salían a faenar cargados de sal y de unos artilugios, llamados en otras islas patacones y en Gran Canaria, esteros con alas que servían de embalaje al pescado.
Éste, recién cogido de la mar era  descabezado, desviscerado, abierto en canal y metido en sal dentro del estero con alas que cosido con tira de plataneras se convertía en un bulto de pescado salado.


Saber de este “embalaje” manufacturado con penca de palma –hoja de la palmera-, su pervivencia, recuerdos, importancia económica en su momento, dimensiones, palabras relacionadas, etc. etc.. y circunscrito a la caldera de Tirajana, municipios de Santa Lucía y San Bartolomé de Tirajana es el motivo de esta entrada.
En un estudio oficial de finales de los años ochenta del siglo pasado llegado a mis manos, se afirma señalando al detalle –lugar y número de ejemplares- que solo en la zona alta de Santa Lucía,  había 22.500 palmeras de porte, el  60% de las que existen en la isla de Gran Canaria. Los palmerales más importantes están en: La Sorrueda, Ingenio, Rosiana, Cuesta Garrote, Charco, Pueblo, Casita Balos, El Valle, El Mundillo, etc. En cuanto al municipio de San Bartolomé y desconociendo el número de ejemplares existentes, es muy importante el situado en Casas Blancas, lugar de buenos artesanos de la palma.

Antes de entrar en materia, quiero con el permiso de los propietarios, mostrarles  la página http://www.pataconpuf.eu/  que, con una claridad de exposición que yo no podría mejorar, nos introduce en el tema.
Patacón es el nombre que recibían las esteras con dos aletones a ambos lados que se plegaban para formar un fardo para empaquetar el pescado salado.  Desde los años veinte hasta mediados de la pasada centuria muchas familias canarias complementaron su economía doméstica confeccionando esta pieza tejida de palma. Los caseríos próximos a palmerales fueron los principales abastecedores de este comercio. Conocedores de técnicas ancestrales, en perfecta simbiosis con el medio natural, no les fue difícil cubrir la demanda de las compañías de salazón de pescado.
Información etnográfica.
 La  palmera canaria es una especie endémica de nuestro archipiélago. Su cultivo se remonta a los tiempos de los antiguos, antes de la Conquista.


En la Gomera se dice que no hay  parte de este árbol que no se aproveche.


Cubrir las necesidades del mundo agrícola, ganadero y pesquero, hizo que se desarrollara esta práctica artesana que aprovecha  las hojas de la palma. El trenzado de la penca verde o el palmito blanco para hacer rollos de estera que después se transformaba en elementos de uso cotidiano, para la casa, el campo o la mar. Era una de las tareas desempeñadas por las mujeres, productos destinados al autoabastecimiento.
Hubo un tiempo en que esta actividad se convirtió en algo más que una tarea doméstica.
En las primeras décadas y  hasta ya entrada la década de los cincuenta del siglo XX, se necesitaron esteras para empaquetar el pescado salado. Empresas de Las Palmas, que traían pescado de la  costa africana, hicieron pedidos de miles
de estas esteras también conocidas como patacones. Las gentes de Tazo, Alojera y Taguluche encontraron así una fuente más de ingresos en la economía familiar. Las mujeres llevaron el peso de la producción, si bien, dada la importante demanda, hombres y chiquillos también ayudaron.
Los palmerales de estos pagos no fueron suficientes para abastecer de materia prima. Piensen ustedes que el ganado también se alimentaba de la penca verde, la hoja de la palma. Entonces se trataba con propietarios de palmas de Vallehermoso, Valle Gran Rey,… hasta Benchijigua se fueron a buscar.
Una vez en casa todo el tiempo era poco, así que muchas esteras para el pescado se tejieron de noche. La niñas se iniciaban en el oficio haciendo aletones que se cosían a la pieza mayor tejida por mujeres más experimentadas. El resto de la familia, abriendo las hojas. Listo el trabajo, se llevaba a las ventas del pueblo recibiendo y pagando con dinero o con productos necesarios, café, azúcar, jabón….

Los venteros preparaban fardos con los patacones y se bajaban con bestias hasta la playa de Alojera para embarcar la mercancía. Ya arreglarían cuentas con los compradores de Gran Canaria.
Pero todo se acaba, y ya dejaron de pedir los patacones. Ya las esteras no se usaban para empaquetar el pescado salado, ahora lo hacían con sacos de yute. Las mujeres de Tazo, Alojera y Taguluche siguieron tejiendo como antes lo hicieran, aunque ya no reportara los beneficios deseados. Esteras para el suelo de las casas, esteras para poner las papas, las judías, para despiezar el cochino y salar la carne, los días de matanza, seretas para ir a pescar, sombreras…..
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Otra página http://campoadentro.es/blog/author/antonio-ballester/page/2/ nos  muestra  el siguiente contenido
La semana pasa conocí a Demetria, una señora de Alojera que trabaja la penca desde ni se acuerda- dice.
Empezó haciendo esteras para secar todo tipo de frutos y cereales. Recuerda que durante los años cuarenta y cincuenta hubo mucha demanda de patacones, esteras con dos alas a los lados que se cerraban a modo de caja y que se mandaban a Tenerife destinados a la exportación de pescado salado – esto dio mucho trabajo – cuenta con un brillo en los ojos.


Lo señalado en estas dos páginas, es copia literal de lo que ocurrió en la Caldera de Tirajana en esas mismas fechas y para que se pueda comprobar la tradición de Tirajana en la artesanía de la hoja de palma o penca, les ofrezco la importante visión referencial que nos indicó, en su visita a Santa Lucía de Tirajana, la escritora viajera inglesa Olivia Stone a finales del siglo XIX.
Dice así:

El camino era serpenteante y bajaba atravesando las casas pobres que habíamos visto desde el risco que se elevaba sobre ellas. Alcanzamos la parte baja del valle, cuyos lados son empinados y están cubiertos por una buena cantidad de arbustos y palmeras.
Una mujer está fabricando esteras de palma junto a una casa cerca del agua, trenzando las tiras, con el dorado maíz extendido delante de la puerta secándose al sol.
(…) Nos encontramos camino de Santa Lucía. El camino cruza ahora el curso del barranco…, sobre nuestras cabezas, se ven racimos dorados de dátiles, las hojas de las palmeras cortadas para permitir que el fruto se madure al sol... Los dátiles de color rojo dorado, dominados por algunos plumones verdes, parecen guirnaldas que coronan las altas y majestuosas palmeras.

Recogida de información
Hablando con personas mayores de 70 años, he recogido la siguiente información
Doña María Vega y Doña Flora Vélez
Los esteros se empaquetaban en bultos de 20 unidades. El mayor comprador era Rafael Ramos, en su comercio situado a la entrada del pueblo de Santa Lucía. La gente entregaba los esteros y les pagaban con mercancía que hiciera falta: café de cebada, azúcar, garbanzos, etc. (Don Juan Gutiérrez)
Para su confección, nos entregaban un pírgano (1) con las medidas: el largo –entre 1,20 y 1,40 metros- ,  y que tenía dos marcas, a la mitad que era el ancho y la cuarta parte: las medidas de las alas. (Doña Matilde Jorge)
Cuando se lo mencioné a doña Flora Vélez (1927) hizo este gesto: girando el cuello a la izquierda y poniendo un dedo en la comisura de la boca, extendió el brazo derecho y dijo: Una braza y… una cuarta. Por curiosidad medí la distancia  y.…  la braza (2) de ella mide justo un metro hasta el dedo corazón, y la cuarta (3) 20 centímetros. Por tanto, el estero medía 120 centímetros de largo, pero ella misma señaló que a veces se hacían más grandes. Asimismo dijo que las alas tenían una cuarta y cinco dedos: 25 centímetros.


Un camión de esos grandes –americanos- de un hombre de Sardina, que se llamaba Ruano era el que llevaba los esteros para Las Palmas. Fíjese si llevaba mercancía que un día le dije si me llevaba y fuí atrás en el camión sobre los esteros. Al llegar al túnel de La Laja, ¡fíjese si era alto,oiga! que toqué el techo con las manos. (Salvador Almeida, 1940)
Doña María Vega (1926) dijo: Mi padre nos daba unas ramas de arco para hacer esteras  de alas para venderlas y así ayudar a la casa. Aparte nos regalaba a mi hermana y a mí una rama para que hiciéramos para nosotras, para el dote. Las cambiábamos por platos, cucharas, etc.
La gente de Fataga no confeccionaba las esteras, solo hacía metros y metros de empleita y las vendían así.  ¡Porque no sabían cabecear! (Doña Flora Vélez)
En Fataga no se hacían esteras, solo hacían rollos de empleita. Pero, metros y metros. Luego venía gente de Santa Lucía a comprarla. (Doña Clara Cabezas)
Se hacían en todo el pueblo: En Rosiana, en Casas Blancas, en la Sorrueda y, sobre todo, en el Ingenio de Santa Lucía. Varias fuentes.
Para recrear la historia he confeccionado con ayuda de doña María Vega un estero grande y dos pequeños para aprender a hacerlo y de esta manera hacer unas fotos que hagan más agradable y comprensible la historia.

Espero que les haya gustado.
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1.-pírgano.  m. Can. Vástago con que se une la rama al tronco de la palmera, utilizado para mangos de escobas y en cestería.

(2).- Braza .- Nada que ver con la braza canaria, que según  (DOLORES DE LA COBA GARCÍA),  medía la  braza.:.... 1,6718 metros, equivalente a  2 varas de Castilla
(3).- Cuarta. En este caso, casi concuerda, según la misma autora:   Cuarta.............. 0,2105 metros

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso trabajo, Panchito. Cuando quieres saber algo, hay que ver el empeño que pones para luego ponerlo al alcance de todos. Siempre fuiste así. Me alegro gue sigas la búsqueda de la felicidad, compañero.

Concha Hernández Romero dijo...

Pancho cuantas cosas de nuestra tierra sabes.
Yo unas las recuerdo y otras las aprendo pero sobre todo admiro tu afición por estudiar y por enseñar a jóvenes y no tan jóvenes. Gracias.


Gracias también por tu comentario sobre mi entrada" El mar"
Es precioso y como tu dices me pasó por el corazón y se quedará allí bastante tiempo. ¡¡ Que tiempos tan lindos!!