Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Amor porcino

Vamos a situarnos primero que nada. La historia que sigue ocurrió   –y si no ocurrió, lo mismo me da-  entre  Fataga y Arteara (los vecinos le dicen Artedara) y ¿quién soy yo para cambiarles el nombre? ¡Artedara, se queda!  Ambos  lugares, pertenecen  al municipio de San Bartolomé de Tirajana, allá en Canarias. Dicho esto para el que lea la historia y no viva aquí en las Islas Afortunadas...
Pues bien, empezamos a desenredar la madeja.

Fernandito, hombre que vive en Fataga tiene una cochina paridera. Desde hace unos días, se encuentra “descompuesta”,  término que significa que está en estado fértil y es el momento de cruzarla con “varón”. No les voy a explicar los detalles porque no es el objeto de esta historia/cuento.

Sigamos. En todo el pueblo  no se encuentra ningún  “barraco”,  nombre con el que se conoce al semental porcino.  Preguntando y preguntando, se entera que en Artedara, unos tres kilómetros barranco abajo,  existe un cochino negro del país propiedad de un tal Bienvenido. Mi hombre tira pa’ bajo y se sienta a negociar con el dueño los detalles del “enlace”.  

Al final trataron,  o sea se pusieron de acuerdo,  que el dueño del cochino se llevará tres crías, a elegir por él, a  los diez días del parto. Hasta aquí todo bien, los problemas empiezan cuando  hay que llevar la cochina a ver a su “galán”.

La cochina, ¿porqué no aprovechamos y le ponemos un nombre?  ¡A mí me gusta Andrea y como el cuento es mío, Andrea se queda!

Fernandito no sabe qué hacer para sacar a Andrea –recuerden, la cochina- del chiquero. Amarrada por la pata y tras “denodados” esfuerzos entre él, la mujer y sus dos niños, logra ponerla a la orilla del camino.

Después de estrujarse la cabeza para ver como la llevaba al “doctor”, se le iluminó con una gran idea. La llevará en la carretilla, ¡Yo siempre le he dicho “carrucha”!
Con múltiples trabajos ya tenemos a la cochina subida en la carrucha y amarradita convenientemente con unas “tomisas” (1) de palma.

Llegados a Artedara  y una vez consumado el encuentro amoroso, se vuelve con Andreíta para Fataga. Pasan 20 días y Fernandito llega a la conclusión que la cochina “está vacía”. ¡Esto es que no se ha quedado embarazada!
Para no serles cansino,  les diré que este viaje se repitió dos veces más con resultado infructuoso.

Esta mañana, Fernandito está hablando con la mujer. Le dice que hoy toca llevar otra vez a la cochina a Artedara. Mientras bebe su  taza de leche con gofio, con su cachito de queso  “de conduto” entra la mujer y dice: ¡Fernando, ahí  fuera hay un ruido grande mira a ver quién es, hombre!
Fernandito sale a la puerta y se queda asombrado ante el espectáculo.  ¡La cochina Andrea está sentadita sobre la carrucha esperando! ¡Y se subió ella sola!

El jodío  animal les estuvo oyendo!   Y Fernandito a voz en grito exclama:
¡Me cago en la madre que  fue y  la parió! Usted lo que es una viciosa, carajo!

Y digo yo, para mí, para mis adentros:  ¡Yo diría que le estaban sentado  bien las visitas al doctor! ¡Para su equilibrio psicológico y elevación de la autoestima, se dirá hoy.
¿O se habría enamorado?

Saludos.

P.D.: Terminada la historia, pienso que quedaría más graciosa con este añadido: La cochina estaba sobre la carrucha con sus labios pintados y un pañuelo rojo en la cabeza. ¡Me parece poco creible,  pero me gusta!. Así que aquí lo pongo.

2 comentarios:

Jesús Hernández dijo...

Genial.

Anónimo dijo...

¡¡Pues miiiiira!! ¡¡parecía bobita la Andreiiiita!!
jejejeje
Saludos tio Pancho!