Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Trueque en Ariñez


-Jacinto, acuéstate ahora que mañana vamos a ir a la cumbre para que aprendas a buscar comida y donde se consiguen las papas. Hay que salir de madrugada.
Son las siete de la tarde de un día del mes de noviembre de 1947.
Todavía es de día y mañana no hay escuela. Quiero decir que no hay clase, pues mi abuelo dice que la escuela siempre está allí, en su sitio.

Son las tres y media de la madrugada cuando mi padre me llama para  que me levante. Me asomo por la ventana y es noche oscura.
-¡Padre!  ¿no es muy temprano?
-¡Ahora mismito  sale la luna! ¡Échate la leche que voy a preparar la burra!

Mi padre tiene una burrita pequeña, de la tierra, bien enseñada. Da gusto verla andando sola. Cuando se aleja mucho, para y rebuzna llamando.
Mi madre me pone ropa de abrigo, forrándome las manos y las rodillas con trapitos, mientras recrimina a mi padre

-¡Yo no sé qué necesidad tienes de llevar al niño contigo! ¡Cuando sea más grandito lo llevas, hombre!
-¡Ya es un hombrito, es el más viejo de los hermanos y tiene que aprender por si un día hace falta!

Mi padre preparó la burra. Le puso la albarda  y  en los serones : nueve kilos de aceitunas, dos docenas de escobas, unas esterillas, doce sombreros de palma –para mujeres- y una cestita con comida.

Cuatro y media de la mañana. Salió la luna por la Cruz del Siglo, señal de salida de los viajeros. Mi padre, la burra y yo. Dirección a San Bartolomé, pues subiríamos a la cumbre por el camino de La Plata.  Al pasar por el cementerio de Tunte el viento hizo sonar la trompeta del ángel que adorna la fachada del camposanto y el terror se apoderó de Jacinto. La piel se le puso de gallina y se agarró a la mano de su padre, buscando  protección y cobijo.

A las seis y media llegamos a la Cruz Grande y empezamos a subir a la cumbre por el camino de La Plata.  Cuando llegamos al Llano de La Pez, ¡nueve de la mañana! mi padre dándose cuenta que estaba cansado me levantó en brazos sentándome  sobre la burrita. ¡Que descanso! Todavía estaba cogiéndole el gusto ¡y otra vez al suelo!  
Empezaba una cuesta y a Chana - no les había dicho que ese era el nombre de mi burrita-  no se le podía agotar pues tendría que volver cargada.

Llegando al cruce de Cueva Grande paramos a comer un poco. Pusimos un mantelito sobre una piedra y mi padre bajó la cesta que contenía: la lata del suero,  la taleguita del gofio  y unos higos pasados. También comimos dos manzanas que habíamos cogido en el camino.

Para abreviar la historia, son las 11 y media o doce de la mañana y estamos llegando a Ariñez, pago cumbrero perteneciente al municipio de la Vega de San Mateo.  Mi padre trató toda la mercancía  con un tendero cambiándola por cuarenta kilos de papas nuevas en dos saquitos,  un queso semiduro grande, una caja de manzanas, otra de ciruelas y unos cuantos kakis y membrillos.  También cuatro platos de cocina con el dibujo del gallo. A mí  me pusieron un refresco Baya-Baya y un bocadillo de pan con tocino. Mi padre se echó un pisco de ron,  chochos,  pejines y unas sardinas saladas, de aquellas que venían expuestas formando una circunferencia en un tabal. A mí no me gustaron. Para terminar, unos vasitos de agua y … vuelta para casa.

Volvimos por el mismo camino. Ni una vez me subí a la burra. Unas almendras que cogí fue lo único que me eché a laboca  y a las ocho de la tarde-noche, entramos en mi casa. Mi madre salió a recibirnos
-¿Cómo estás Jacintillo?
Molío(1) , madre!

Llevamos a la cocina  lo que habíamos  traído.  Mi padre satisfecho se lo entregó a mi madre. La satisfacción del deber cumplido. Por mi parte, me fui directo a la cama,  pensando
¡Jacinto, hoy aprendiste algo nuevo y ya sabes donde hay papas! ¡En Ariñez!

Caí tieso en la cama. A  dormir  y….  mañana será otro día.
SALUDOS.
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(1) Molío-- Molido, cansado, deshecho, destrozado

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero esta página cuando la cierra el FBI, seguro que la foto de las papas no pagaron los derechos

Anónimo dijo...

Interesante relato Panchito.
Hoy en día los padres pretenden delegar la educación en los maestros de escuela, que creo están para otras cosas.
Creo que en las escuelas no enseñan a vivir, pues eso queda para el ámbito familiar, el arte de las relaciones humanas, la astucia etc.

Anónimo dijo...

Muy buena historia con enseñanza incluida amigo Pancho. Desde el vicindario le mandamos renovados saludos.

Moisés Morán dijo...

Esta primavera quiero llevar a mi hijo desde la Cumbre a Tune, por el camino de La Plata. Me encanta.

Anónimo dijo...

Me ha transportado a mi niñez en San Mateo, por cierto, cuando íbamos a Ariñez nos levantaban a las 5 de la mañana, para llegar arriba antes de que calentara el sol, un abrazo.
Alicia

Unknown dijo...

Simpática narración (y), aunque...Pienso que tampoco aprendió muchas cosas Jacinto.
Bueno, al menos aprendió a valorar lo que cuesta un peine.