Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

El polígano

Esta anécdota es real. Ocurrió allá por los años 80. En esa época, la asistencia sanitaria de Pancho y su familia se dispensaba en el Servicio de Consultas Externas del Hospital Insular. Allí se encontraban las familias de todos los funcionarios del Cabildo, la Jiai, etc. De hecho las mujeres e hijos de los funcionarios se conocían de verse en el hospital. Eran tiempos en que todos nuestros niños padecían bronquitis asmática y pies valgos. Por cierto, que por ese motivo todos los niños llevaban botas correctoras porque, al parecer, ninguno nacía con los pies bien. A lo largo del tiempo resultó que era una práctica equivocada y hoy ya no se utiliza de forma tan masiva este tratamiento. Pues bien, al hospital se dirigió mi hombre a ver al médico. Una vez atendido por el galeno, le señalaron día y hora para nueva consulta. Para ello, había que hacer "cola" en una ventanilla grande, situada a la entrada del edificio y atendida por dos enfermeras.

En la fila delante de Pancho estaban dos señoras, al parecer amigas. Por la conversación que tenían, nuestro hombre sacó la conclusión de que eran “chacalotas”, nombre que también en masculino -“chacalotes”- se daba en Las Palmas a la gente del barrio marinero de San Cristóbal. Al llegar el turno de ser atendida la primera de ellas, la enfermera le pregunta su domicilio, a lo que contesta:

- En la calle Málaga, aquí en el “polígano”.

Al escuchar lo que dijo su amiga, la otra señora –más “cultivada”- le corrigió así:

- ¡Mi niña, qué cabezúa eres, por Dios! El “polígano” es el de Jinámar. El de aquí, el nuestro de San Cristóbal, es el “po-lí-ga-mo”. ¡A ver si te enteras, que ya te lo ha dicho más de cuatro veces y sigues con lo mismo!.

La mirada de complicidad entre la enfermera y Pancho fue tan grande que ambos a un tiempo empezaron a reírse, intentando disimular, del docto y sesudo comentario de la “maestra correctora”. ¡Todo, menos polígono!


1 comentario:

Rosario Valcárcel dijo...

jajajajaja. Fantástico.

Un beso grande, grande.