Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Otra de José María, el pastor.

En el mes de Julio escribí una historia denominada El Pastor de Caideros.

Me quedó el gusanillo de conocer más sobre el personaje, José María. Pues bien, el pasado sábado tuve la suerte de tropezar con una persona que le conoció personalmente: Don Arturo Diaz Godoy que regenta el comercio denominado Artesanía Canaria, en Lomo Guillén (Guía).

En su establecimiento -mientras compraba un trozo del estupendo queso de la zona- tuvimos esta conversación que resumida quiero repetir para ustedes:


-Sí, conocí a José María. Era un hombre alto, pelo cargado, con su gran bigote. Muy listo e inteligente, vestido con su traje de lana de oveja negra. Dicen que esos trajes dan mucho calor, pero yo siempre oí que la lana ataja al frío y al calor. Para eso llevaba un forro de raso que mantenía la parte interna fresca en verano y caliente en invierno. Sus botas herradas, hechas a mano en Agaete. Siempre montado a caballo. Tenga en cuenta que en aquella época había pocas carreteras y el mejor (y único) transporte para el mundo rural eran las bestias, por lo que era más una necesidad que un lujo. No obstante, hay que decir que José María, tenía un espléndido caballo, como no podía ser menos para un gran conocedor y amante de los animales como él..

Un día estaba conversando conmigo aquí, donde mismo está usted ahora, esperando al coche de hora” para ir a Las Palmas, a hablar con su abogado. De repente, pasó el coche y no paró. José María, corrió hacia la puerta, gritando:


¡Ah, reniego del diablo, toa la mañana esperando por ti y ahora pasas como un “cuete”, coño! (sic).


E introduciéndose los dedos en la boca, al estilo de los pastores, soltó un agudo silbido que llegó perfectamente al chófer y paró enseguida.

Don Arturo, a quien acompañaba su esposa, doña Rosa Benítez Hernández, -más de cincuenta años casados- me siguió contando:

José María tenía una finca muy grande, con muchos linderos.

Quiero advertir al lector el sentido de la frase: Tener muchos linderos, es tener muchos problemas con las lindes, porque en el campo, como es sabido y casi siempre por la noche: caminan los mojones, avanzan cañas y tuneras cerrando caminos, se cambia la torna del agua, etc.


Por ventura, estas cosas apenas suceden hoy pero en aquellos tiempos, en el mundo rural tenía plena vigencia la máxima: Herencias y lindes, mondongo de abogados.


Por una cualquiera de esas causas, iba el pastor a hablar con el picapleitos.


Para abreviar la historia nos situamos -de golpe- en el bufete del letrado, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.


-¿Cómo va la cosa, don Ifigenio?.


-Bien. Vamos escapando, José María.


-¿Y mi asunto?


-Ahí va. Al golpito. Tu sabes que las cosas de palacio, van despacio.


-Aquí le traigo un quesito.


Está claro que era "pá tenerlo más a la mano". Así un día llevaba queso, otro un saco de papas, un "puñito" –medio saco- de millo, etc. Hoy no se entiende que se llevara millo a un abogado, pero era época de miseria y hambre, con escasez de todo, especialmente de alimentos.

Siguiendo con la historia, José María perdía todos los pleitos. Y la respuesta de hoy de don Ifigenio fue diferente:


-¡La cosa está jodida, José María. Se perdió el pleito. ¿Que le vamos a hacer?. Vamos a hablar de los honorarios, porque yo también tengo que comer.


-¿Y cuanto es la cuenta, señor?


-¡Seiscientas cincuenta pesetas! ¡Pero te lo voy a dejar en quinientas por ser tu y no te gano nada, porque eres como de la familia!.


- ¿Quinientas pesetas? ¡Pues muchas gracias, por cobrarme solo los gastos! Mire, las cuentas mías son éstas: Cuatro quesos, un baifo, tres sacos de papas y uno de millo, hacen un poquito más de quinientas pesetas. Y , como familia no le cuento los gastos de transporte.


¡Así que cuenta con pago. Ni le debo ni me debe. Buenas tardes, Don Ifigenio!


Mi agradecimiento a Alberto Soto por su dibujo. Vean el artículo de finales de Septiembre denominado: Los dibujos de Alberto

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Panchito, estoy deseando verle para contarle uno de Teror. Muy bueno el de Manolo. Me parece estar viendo la cara que puso el chofer. En cuanto a José María, yo le conocí y se parece bastante. Hombre el terno le queda un poco fino. Abrazos