Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Vicente, el majorero

         Mediados los años sesenta del siglo pasado, un joven Pancho se reunía por las tardes con sus amigos en el bar de Vicente, un majorero (1)  regresado de Venezuela  que invirtió parte de sus ahorros en ese  bar-restaurante,  al que puso por nombre: Porlamar. 
            Hombre capaz de oler un “duro” aunque estuviera bajo tierra, llegó a un acuerdo con mi grupo de amigos.  Así, nosotros le comprábamos una botella de whisky de marca - sin querer hacer propaganda era de la marca Haig, pronunciado yon jei- por un precio algo más caro del normal, en una tienda de comestibles. A cambio, según llegábamos ponía nuestra botella y los vasos en la mesa,  cobrando solo los refrescos y cualquier añadido diferente (papas fritas, manises, alguna tapa, etc.).
 
          Uno de los contertulios era el amigo  Antonio Sánchez, hombre con sentido del humor, un tanto corrosivo.  Desde el principio del negocio de la botella nos venía advirtiendo que el líquido menguaba en la estantería de Vicente. Vamos que se vaciaba fuera de nuestra mesa. Antonio bromeaba con el propietario mirando si la botella estaba “picada” buscando algún agujero en el vidrio. 
      -   Vicente ¿Usted está sirviendo a todo el mundo de nuestra botella?
         -      ¡No,  Antoñito esta botella es la de ustedes, por eso la tengo aquí aparte!¡Yo no hago porquerías, hombre!
       
          Antonio seguía machacón, erre con erre.  El creía que se  estaba “evaporando” y para comprobarlo le puso una marca en la etiqueta, rayando con su uña.
Había observado  que allí se vendía mucho whisky de la marca  citada, pero la “tonga” (2) no bajaba, la que sí lo hacía -de forma altamente sospechosa- era  una de  whisky barato, marca Ross, nº 1 ¡fuerte memoria tienes,  Pancho! entongada al lado de aquella.   ¡Todo los días bajaba una caja de doce botellas!
         Para completar los personajes de mi historia tienen que saber que el canario no tiene pecado de racismo, estamos acostumbrados a acoger con naturalidad a gente venida de otras partes del mundo. Somos una mezcla de guanches o canarios antiguos, anteriores a la conquista por España, de mallorquines, portugueses, genoveses, castellanos, gallegos, europeos de todo pelaje, americanos, etc. Como decía aquel somos un crisol. Hoy, las cosas han cambiado un poco. En Gran Canaria, de 450.000 habitantes a mediados de los años 60, hemos pasado  a 846.000 (cifra de 2012), lo que crea actualmente algunas fricciones, en esta época dura en el aspecto económico que estamos padeciendo. Y en Canarias, vivimos mas de dos millones de personas, 2.114.828, según Canarias7 (2015).  
           Pero quiero referirme a la década de mi historia. Aquí al turista inglés, le llamamos “choni”, al parecer todos se llaman” Johnny”. Al palestino que vendía tejido en fardos portados al hombro, le llamábamos el “jarandino” o “el árabe”. A los hindúes, dedicados al comercio en los bazares del puerto,  los ”indios” y todos ellos se integraban con mayor o menor intensidad  en  nuestra sociedad. 
         El que  sí tiene problemas ahora y siempre, es el español, por su hablar muy alto que molesta, con pronunciación llena de eses, ces y zetas;  que  presume de tener cortijo en su tierra al que llamamos despectivamente “godo”. 
No los tiene el español, trabajador, solidario que se integra y dulcifica su lenguaje al que llamamos cariñosamente, peninsular, por ejemplo, se dice: Miguelito, el peninsular. Es un título y  a ese sí le queremos.
         Ya tenemos los dos elementos de nuestra historia: el godo y el majorero. Y va la puesta en escena:
Entramos  juntos al bar, pedimos  nuestra botella a Vicente.               La está poniendo  sobre la mesa con los vasos. Antonio se gira molesto al oír a un godo que con su voz potente, no deja hablar ni oír a nadie. 
         Como siempre reprendiendo al personal porque, o no sabemos hablar o él lo sabe todo y de todo; de fútbol, de mujeres, de música….. ¡Menos de  trabajar, diría yo!  
       Antonio ya está calentito. Baja la cabeza y remira la botella, notando con sorpresa que tiene más líquido que ayer.  El nivel está por encima de la marca de uña. Piensa. ¡Y el tapón irrellenable! No puede reprimirse y con la voz potente  para acallar a todos,  le sale el canario que lleva dentro:
           -¡Vicente, mande a que bajen la voz,  por favor!
Y aprovechando el silencio, sentenció
          -¡Y pá que lo sepas pa toda la vida, te digo una cosa: es más dificil encontrar  a un majorero bobo que a un peninsular “gago”(3)!
En ese momento, sonó la campana de la iglesia y todos la oímos. 
 Saludos.........................
                                               ---o0o---


(1)    Majorero.- Originario de la isla canaria de Fuerteventura, también llamada Maxorata.
(2)    Tonga. (Tongada).-  Pila de cosas unas sobre otras.(En este caso, cajas de bebida)(3)    Gago, gaga.- adjetivo (América) tartamudo.




 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

fuerte hijo p..... el majorero!!! y listo como un demonio!!
salu2 desde Tenerife tio Pancho

Irmina Díaz-Frois Martín dijo...

Muy gracioso »compadre«. Un saludo.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por seguir mandándome las historias y anécdotas de Pancho. Tienen la retranca de la gente de los pueblos
Jorge G.R.

Anónimo dijo...

Como decía pepito el arabe "baciencia baisano bartido berdido"

Anónimo dijo...

Nunca conoci a Majorero listo, ni ninguna historia en que le gane a un godo... muy grande pepito el arabe ahora la lavadora me la arregla su hijo que es clavado.