Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

Uno de animales


Tal como me lo contaron lo cuento. Don Antonio, de apodo el Gato, está esperando en la parada al único taxi del pueblo. Para que lo vea todo el mundo lleva en su mano una toalla -indicando que va a la playa- y gafas oscuras. De lejos, un amigo le pregunta:

-¿Qué, Antonio, pá la playa ?

Este, con gesto altivo, presuntuoso y autosuficiente, lo que nosotros conocemos como un echador, le contesta:

¡Sí, pasa algo! .

Al segundo personaje se le conoce como Luis, el Grillo que vuelve a la carga:

-¡Ya coño, y no me llevas gatito!.

Siempre han sido buenos amigos y compañeros de fatigas. Con una cierta dependencia del Grillo –siempre está fallo a oros, que quiere decir falto de dinero –.

Contesta don Antonio:

- ¡Mire, si se dá Vd. prisa, lo llevo!

En un soslaire llegó Luis, con su bañador puesto, de esos de pata larga, su toalla, chanclas y también sus gafas de sol.

Subieron en el primer taxi que llegó y Antonio ordena al chófer:

-¡Pál sur!.

Y se dirigieron concretamente a Maspalomas.

En aquel tiempo, allí junto al faro estaba, como hoy, el hotel Oasis, pero tenía un jardín lleno de palmeras que empezaba a más de 250 metros del hotel. Al llegar a la entrada del jardín había un letrero que decía:

Prohibido el paso a personas no alojadas.

Antonio siguió adelante como si nada.

Luis le dijo:

¡Mira Antonio, hay un letrero!

Antonio, imperturbable:

¡Siga palante. Eso no es pa nosotros!.

Siguen caminando un rato y de pronto se tropiezan con otro letrero, que dice:

Prohibido animales.

Fue entonces cuando Luis paró en seco y le dijo a Antonio la frase que tanta gracia me hizo:

¿ Gatito, los animales que dice el cartel que son: vertebrados o invertebrados ?

Mi abuelo

 
Hoy toca hablar de mi abuelo. Se llamaba Antoñito Francisco. Era agricultor platanero y tenía también vacas que le proporcionaban leche y estiércol. Me parece verlo picándoles la comida (los “rolos” y las piñas de plataneras) a las vacas.
Era socarrón, bromista y muy amante de los niños. Parece que le estoy viendo. Muy alto, moreno, calvo, siempre tocado con su cachorro gris.
Había estado en Cuba y me contaba historias muy bonitas de Cubita la bella, como él la llamaba.
Tendría seis o siete años, cuando iba por la mañana con mi lecherita - y aparte una escudilla pequeña, un poco de gofio envuelto en un papel y la cuchara - a casa de mis abuelos para traer la leche para mi casa y beber mi tacita de gofio y leche con la espuma caliente.
Mi abuelo cogía el banquillo, se sentaba junto al ubre de la vaca y me decía: “ven aquí, para que la ordeñes tú”. Quería que me acercara para cuando me tuviera a tiro, “chingarme” la cara con la leche y reirse del pobre chiquillo. Siempre me cogía y luego decía: “ya coño, ya te manchaste otra vez la cara de leche. Tienes que estar atento porque la vaca se vira”.
Otra cosa que recuerdo con cariño es esta. En la finca había una mina de agua. Para llegar a la boca de la cueva había que pasar por un tablón de madera sin ninguna medida de protección que pasaba sobre el agua del estanque. Era muy peligroso, máxime cuando en esa época yo tendría alrededor de 10 años. La cueva es muy profunda. No exagero si digo que tenía una profundidad de entre cincuenta y setenta metros. Por su suelo discurría un hilito de agua que al salir se precipitaba al estanque. Mi abuelo me llevó de mano un día para enseñármela. En su mano un candil para darnos luz. Después de llegar al sitio donde nacía el agua, mi abuelo me dijo: “Puedes ir a donde quieras en la finca o al barranco; a todos sitios menos a la mina porque te puedes caer al estanque y ahogarte”.
Ya sabemos como son los niños, el único lugar que me interesaba desde ese momento era ir a la mina. Cuando me metía dentro, mi abuelo se acercaba por la entrada y me llamaba. Yo me quedaba en silencio creyendo que tenía que estar oyendo los enormes latidos de mi corazón. Según se marchaba salía corriendo por el otro lado y llegaba antes que él a la casa. Al verme tan asfixiado me decía: ¿De donde vienes? ¿Sabes que me tenías preocupado y fui por si acaso a ver si estabas en la mina y te había pasado algo?
Su cara decía de verdad lo que estaba pensando. Que sabía claramente que venía de la cueva.
También estuve delante el día que dejó el tabaco. Entró tosiendo a la casa y mi abuela le dijo que dejara el tabaco que se iba a enfermar. Él, en un gesto de ira que nunca más le ví, tiró la cachimba por la ventana a las plataneras. Fui a buscarla para cogerla para mí y nunca la encontré. Solo puedo decir que él no fumó nunca más.
También recuerdo, cuando hablamos que el hombre iba a ir a la luna. Se reía y decía que como va a ser eso, tú no hagas caso de la televisión, que es un engañabobos. Murió el 19 de Julio, al día siguiente (20/07/1969) el hombre llegó a la Luna, o al menos, eso dijo la televisión.
Recuerdos, abuelo.
Nota: La imagen obtenida del Archivo de Fotografía Histórica de FEDAC -Cabildo de Gran Canaria- a quien muestro mi agradecimiento, no es en realidad de mi abuelo, pero su sola observación me inspira ternura.