Personajes. Maestro Manuel Robencino y Pepe El Negro.
A perro macho, gofio en polvo
Con el afán de rescatar decires antiguos, les ofrezco hoy éste referido a la cacería. Entiendo que significa: ¡A cada persona, el trato que merece!
La gente de nuestra isla ha sido siempre muy aficionada a tener sus perritos, hurones, la escopeta, pasar la revista ante la Guardia Civil, el permiso, el seguro, etc. etc.
Las molestias de los perros, ladrando fijo, especialmente por las noches y las enemistades que se producen en la vecindad, no han logrado hacer desaparecer este deporte. Es conocido que esta afición se transmite especialmente de padres a hijos. De padre cazador, hijos cazadores.
Vamos ahora con la historia
Hace muchos años llegó un peninsular a la zona de San Mateo y al ver la afición que allí existe, el hombre se la quiso echar de gran cazador. Era marido de doña Constanza, la maestra de escuela. Su nombre Carlos, pero le gustaba que le dijeran don Carlos. Cuando lo oyó, Zacarías dijo para sus adentros
-¡Don Carlos, nóoo! ¡Don leches!
El marido de la maestra mandó a traer un perro cazador de su tierra. ¡Sus perritas, le costaría! Y un día apareció por el pueblo con un ejemplar precioso de cacería, brillando (cuando nuestra costumbre es dejarlos con poca comida para que cazaran)
Zacarías, cuando lo vió suzurronaba (susurraba) en voz baja con el personal
-¡Ese perro no caza náa, igual me equivoco, pero no lo creo!
Carlos volvió loco a todo el mundo con su perro, no tenía otro tema de conversación. Siempre que había gente en la plaza, lo sacaba a pasear. Yo creo que era para presumir.
Una noche en el bar y en medio de una partida a las cartas, tanta lata dió a todos con su perrito que al final se preparó una salida a cazar.
Llegado el domingo, estaban todos a primera hora en el punto convenido. Cuando llegó Carlos (don Carlos, don leches, el peninsular) empezó la fiesta. Sepan que el canario es muy burletero con los fachentos (presuntuosos, presumidos) y siempre están intentando cogerles la vuelta.
Empezaron a dividirse en el campo y a Zacarías ¡qué suerte! le tocó de compañero a don Carlos. ¡Oiga, vaya guineo que tenía el pinsular con su perro! Para no cansarles y así lograr que lleguen ustedes a conocer el final de la historia, les diré que a la vuelta todos regresaron con algo (conejo, paloma, perdiz) y el peninsular, sin ná.
Zacarías comentó en voz alta
-¡Yo se los (sic) había dicho, ese perro ve a los conejos y todo lo que hace es saludarlos y darles los buenos días!
El hombre mosqueado contestó
-¡Es que mi perrito no está acondicionado a la zona, porque le traje de la península!
- Caballero ¿Que le echa Vd. de comer al perro?
-¡Hombre, mi perro come muy bien, lo mejor que se pueda atender.
Zacarías remató de esta manera
-¡Ya sé porque no caza el perro! ¡Al perrito ahora, no hay que echarle de comer! Usted no ha oído decir aquello de A perro macho, gofio en polvo. ¡Pues eso, cristiano! La próxima vez que salgamos a cazar, yo le dejo un par de perros de los míos. Y este se lo deja a la señora como compañía. ¡Un perro tan bonito, no está para estropearse en el campo. ¡Y menos aún, si es vegetariano!
Vendedor en bicicleta
El oficio es revendedor. El personaje se llama Laureano. Compra la mercancía en casa de su tío, la pone bien colocadita en su cereta (1) de caña. Sube la cereta a la bicicleta, la ata bien y.... ¡a vender!
¿Qué mercancía lleva en la cereta?
Toda la que cree poder vender. Llevaba: Jabón en barras, de las marcas Lagarto y La Jirafa(2), agujas, alfileres,carretillas y madejas de hilo (marca la Cadena), café, cebada en paquetes, azúcar, cigarros, picadura, etc... También dos artículos ya en desuso, destupidores para cocinillas de petróleo y mechas de quinqué.
Zapatos de domingo
Hace algún tiempo, concretamente el viernes 26 de septiembre de 2008, escribí una historia que se tituló: la máquina de "solfatar". El personaje central es mastro Juan, el zapatero, ya desaparecido en el Palmar de Teror. Me ha llegado una anécdota del mismo señor que espero les guste. Ahí va
En los tiempos de antes, era costumbre entre los habitantes de los barrios alejados del pueblo, -lejíos se denominan aún en lenguaje campesino- salir de las casas con las alpargatas puestas. Al llegar a los aledaños del pueblo se sentaban en alguna acera y se las cambiaban por los zapatos de domingo que llevaban bien guardados en su cartucho de papel. Piensen que no se habían inventado las bolsas de plástico y... ¡qué bien se vivía sin ellas!.
La visita al pueblo se dejaba para el domingo, así se gozaba la misa y de paso aprovechar para comprar algo en las tiendas de aceite y vinagre de entonces.
La señora de mi historia, tuvo la mala suerte de que el dichoso zapato eligió para su defunción ese día, después de salir de la iglesia. Se partió por la mitad sin llegar a desprenderse las dos partes. A trancas y barrancas, disimulando, aguantó con ellos puestos. Al llegar a un lugar fuera de la vista de los vecinos, se cambió otra vez a las alpargatas y se marchó para su casa por que no estaba presentable.
El día siguiente, lunes. Recuerden que se dice: lunes zapatero, pues los lunes no abrían zapateros ni barberos, éstos últimos porque trabajaban los domingos, día que aprovechaban los vecinos de los pagos lejanos para arreglarse (pelarse y afeitarse).
Continúo….
Les decía que el lunes no pudo llevar a arreglar los zapatos por el motivo expuesto -cierre patronal-. El martes a primera hora, llegó mi vecina al zapatero y enseñándole los zapatos, suplicó que hiciera lo que pudiera para arreglarlos, pues no tenía otros y lo caro que costaban unos nuevos.
El zapatero cogiendo el zapato roto por el tacón –tal y como se ve en la figura- pregunta a la señora:
-¿Y cuando dice usted que le pasó esto?
-¡El domingo por la mañana, Juanito!
El zapatero, poniendo cara de pena y moviendo la cabeza de un lado a otro, soltó esta prenda para la historia
-¡Si me lo hubiera traído en sangre caliente, a lo mejor hubiera escapado, pero dos días después ya no hay nada que hacer! ¡Descansen en paz!. Y los botó pallá.