Hoy me contaron el origen de una frase utilizada en el ámbito de nuestras medianías y cumbres, aunque también la he oído en la ciudad. Ahí va.
Un campesino, Manuel, tenía un hermano en Venezuela que le mandaba (enviaba) de vez en cuando sus durillos, hoy se dice eubros.
En aquella época y dado que el dinero venía del país americano lo correcto era decir, los bolos, apócope ¿cómo dice? ¡Jesús, qué fino!. Apócope(1) repito, de bolívares, moneda del país venezolano.
Manuel estaba preocupado por no saber nada de su hermano desde hacía dos años, lo que le hacía pensar si le habría pasado algo. También porque echaba en falta el dinerito de las remesas de su hermano. Estaba desgranando por los carosos y lo necesitaba para seguir viviendo.
Mi hombre se fué amulando hasta el punto que evitaba a la gente para no hablar con ella. Se volvió sordo, o se lo hacía para no contestar a nadie y así vivir aislado en su mundo inferior, como decía Rosarito.
El día del cuento iba con su yunta de bueyes por la calle principal del pueblo. Los vecinos le saludaban y él ni se inmutaba. Otros le hablaban y nada de nada. Entonces fue cuando el palanquín socarrón que en todo pueblo hay, hizo señas para que se callaran la boca y, en voz más baja de lo normal, dijo:
¡Ay que ver como está Manuel. Más sordo que una caja! ¡Mira que lo está llamando el cartero y no se entera!.
Como respuesta Manuel paró en seco a los animales, al grito de
¡Quieeetas las vacas aaaahi! ¿Dónde está el cartero?
(1) Apócope. f. Gram. Supresión de algún sonido al fin de un vocablo; p. ej., en primer por primero.