Cuando Pancho tenía alrededor de 12 años, estudiaba tercero de bachiller en el colegio de don Antonio Ojeda -hoy Colegio Arenas- del barrio de Las Alcaravaneras, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.
Durante las vacaciones andaba siempre con el hijo de una vecina que le daba golosinas y, algún dinero de vez en cuando para ir al cine a cambio de "aguantarlo". El niño se llamaba Antoñito y era muy, pero que muy despierto con sus seis años o quizás menos. Tenía un "poblema", vocalizaba muy mal y apenas se entendía lo que hablaba. Pancho le cogió cariño pues le vió crecer y además se convirtió para la madre en una especie de traductor-intérprete que condujo alguna vez a a situaciones como ésta.
Hoy la madre le había preguntado por los regalos que quería que le echaran los Reyes Magos.
-¿Pancho, tu entiendes que está diciendo el niño?
- ¡A ver Antoñito que le dijiste a tu madre!
-¡Que me taigan una plestineta, una polota y una catarra!.
Dicho además muy rápido. Así y todo Pancho trasladó sobre la marcha:
- ¡Quiere una patineta, una pelota y una guitarra!
Sigamos con el niñito y sus cosas. Un día, -seguro que era Jueves, día de sesión continua en el cine o fémina, como se decía antes- Pancho fué con su amigo Ismael a a coger dos sacos de hierba para las cabras y se llevaron al recorte de Antoñito.
Llegó el mediodía y tenían dos sacos llenos cada uno. Los anudaron y cargados al hombro tomaron rumbo para la casa. Allí sus madres les darían media peseta para ir al cine. En esa época costaba 25 céntimos, los tres bancos primeros y 50 céntimos -media peseta- las butacas.
Y continuamos con la historia de la hierba. A mitad de camino, al llegar al fondo del barranco descargaron para descansar y al tirar los sacos contra el suelo en los de Pancho sonó algo raro, duro, como cristal . Al abrirlos, para la comprobación oportuna Antoñito salió corriendo como un tiro, señal que sabía lo que estaba pasando. El chiquillo de los cajones le había metido cuatro piedras grandes -dos en cada saco- bien escondiditas en medio de la hierba para reirse de él. Y ahora le estaba mirando allá lejos haciendo señas como riéndose de él . ¿Qué les parece la broma del niñito con solo seis años?.
No exagero si digo que pesaban las cuatro piedras alrededor de 8 kilos. ¡Con razón venía derrengado! ¿Fuerte falta de respeto? Ismael se reventaba de risa y hoy al leerlo, lo recordará con cariño, porque siempre le ha gustado ver perder a Pancho. ¡Esos son los amigos que tiene!
Durante dos días, Antoñito -con sus cinco años y medio, el caballero- no se dejó ver. ¿Se han dado cuenta que de repente me vino a la memoria la edad justa del pollito?.
Cabreado, Pancho se llegó a la casa, tocó a la puerta y preguntó:
-¿Rosarito, le pasa algo al niño que llevo días sin verlo?
La madre contestó:
-¡Panchillo, yo sé lo que pasó y el niño te está cogiendo miedo! !Perdónalo, hombre!
-¿Que lo perdone? ¿Usted sabe la cantidad de veces que el machango éste me ha hecho cosas como esta?. ¡Su niño no me respeta, Rosarito! A mí lo que fastidia son las risitas de los demás. ¡Oiga, que no tiene todavía seis años, el niñito! ¡Pá hablar no es muy despierto pero pá hacer perrerías que lo llamen a él! Como siga así de burletero va a llegar a catedrático! Y hoy reflexionando me pregunto para mí, para mis adentros:
¿No aguantaría yo las perrerías del dichoso Antoñito por las golosinas y el dinerito pál cine que me daba la madre por el cuido, en una época tan precaria para el asunto de la economía ? ¿Como no iba yo a perdonar al niño? ¿Ustedes saben que las penas con pan son menos penas?
¡A mi me da que la madre en el fondo era una abusadora, conocedora de mi falta de liquidez!
¡Qué tiempos!