Esta hoja no tiene más pretensiones que plasmar por escrito, para no olvidarme de aquellos momentos o situaciones que provocaron en mí una sonrisa, preferentemente historias relacionados con la socarronería del hombre o mujer del campo canario, o como decimos aquí, de los magos o maúros.

El cuadro

A Pancho le han gustado siempre las caminatas, esas que hoy se dicen “pateos”; en el franquismo, se decían marchas. Al término de una de esas caminatas se encontró sin agua para beber. A lo lejos se divisaba una casita de campo antigua, con techo de tejas a dos aguas. Hasta allí se dirigió mi hombre. Al llegar, dos perros “satos”- chicos, ratoneros - empezaron a ladrar sin tino, detrás de la cancela que cerraba la entrada a un patio lleno de flores.

Panchillo los calmaba hablándoles bajito, hasta que apareció una señora mayor, muy bien arreglada. Aprovechemos ahora para ponerle el nombre: Nonita.

-Señora ¿Me da Vd. un poco de agua?

-¡Sí hombre!. El agua no se le niega a nadie y mire ¿de quien es Vd.?

Empezó a darle explicaciones y ella sin abrir la puerta, observando recelosa. Cuando ya ganó su confianza, porque le nombró “ amigos comunes y conocidos varios”, abrió y dijo que pasara, conduciéndole hasta un “tallero” de agua fresca. También se le llama destiladera o la talla del agua.

Pancho calmó la sed y al rato de estar hablando de lo divino y lo humano, Nonita quiso enseñarle la casa. Estaba limpita como el oro. Cuando entraron en el dormitorio había una fotografía enmarcada de dos personas mayores. Pancho preguntó.

-Nonita, ¿Quienes son esos señores? ¿Sus padres?

-Ella sí, él no.

La respuesta le dejó perplejo. Siguió enseñando el dormitorio. La cama de hierro, pintada de negro y oro; una cómoda tallada de seis cajones en madera, preciosa. Pero la cabeza de Pancho seguía dando vueltas con la respuesta del cuadro.

-Perdone, Nonita. Me dijo Vd. que ella era su madre y él ¿Quién es?.

-Mire. Lo que pasó fue esto. Tenía dos fotos chicas, de esas de carnet, una de mi padre y otra de mi madre. Un día que tenía que ir al médico me las llevé pá Las Palmas. Fui a un fotógrafo, allí en la calle de León y Castillo y le encargué que hiciera una foto grande con los dos y le pusiera un marco con su cristal y todo.

Cuando fui a buscarlo, el hombre me lo enseñó. Su marco tan bonito, pero ¡se habia equivocado de foto! ¡Aquel no era mi padre!.

Se lo dije al señor y buscando, buscando, no encontramos la foto por ningún sitio. Seguro que se la puso a otro. Miramos los cuadros ya hechos y mi padre no estaba en ninguno.

Como no podía devolverme mi foto - la única que tenía de mi padre- el hombre me pedía perdón y se empeñó en regalarme el cuadro, diciendo que me lo trajera, que no me lo cobraba.

-Me dije para mí, para mis adentros: ¿Qué vas a hacer, Nona?. Si la foto se perdió, suculum. No me puedo detener más tiempo que se me va el coche de hora. Ni tampoco voy a cortar a mi madre. Así que lo cogí, le dejé al hombre doce duros por sus gastos y arranqué con el cuadro.

Cada vez que voy a mi casa y veo el retrato de mis padres me acuerdo de Nonita y sin querer, miro de reojo la cara de mi padre por si me lo han cambiado.

Esta es una historia que ocurrió realmente. O dicho como antes se decía: Te lo juro por mi madre que es verdad. ..


El martillo hueco


Estaba un día Pancho arreglando una antigua cama de hierro y necesitó un martillo para ajustar las piezas. Se dirigió a uno de esos comercios tan comunes que antes se llamaban Noventa y Nueve porque la mayor parte de sus productos –chinos, sobre todo- se vendían a 99 pesetas. Hoy, con la llegada del euro se pasaron a denominar: Euro Económico, Todo a 1 Euro, Boutique del Regalo, etc.

Compró Pancho su martillo, tal como el de la figura y con sus prisas de siempre corrió a terminar de montar la cama. Armado de su martillo nuevo, dió un golpe suave y seco al larguero de hierro para encajarlo en la cabecera y se le rompió el martillo. Fue a recogerlo para arreglarlo y ¡qué sorpresa!. Como verán en la imagen el martillo está compuesto por dos elementos, el metálico de hierro y el cabo de madera. ¿A que no saben ustedes por donde se rompió el martillo?. Seguro que la respuesta de todos es la misma: Se partió el mango de madera y habrá que rebajarlo con un cuchillo para encajarlo otra vez en el hierro. Pues no. ¡Se rompió por el hierro!. ¿Cómo se puede romper el hierro? Había en el suelo dos trozos – dos mitades- y por dentro era hueco. El mango de madera , ileso. ¿Cómo puede haber un martillo de hierro hueco?.

Pancho se reía de sí mismo. Al día siguiente acudió con su coña y su martillo a la tienda donde lo compró. ¡Vaya ganas de fiestas! ¡El martillo había costado un euro!. Para hacer la reclamación fue acompañado por su amigo Antonio para que le sirviera de testigo. Llegados a la tienda, Pancho mostró a la empleada delante de varios clientes, el martillo roto, enseñando los trozos y pidió que se lo cambiara por otro producto. La empleada dijo que esperara pues tenía que consultarlo con su jefe. Llamó por teléfono y después de mantener con alguien una larga charla –no menos de 3 minutos- contestó que “el jefe dice que no se cambiaba porque son productos de baja calidad y no tienen garantía”. Pancho se dirigió a Antonio que estaba atendiendo la conversación y en voz baja le hizo algún comentario. Acto seguido le indicó a la señorita que quería hablar con el jefe. Ella volvió a coger el teléfono, la persona que había al otro lado del hilo debió echarle su bronca y todo, pero no quiso ponerse. Insistí en hablar con el señor, la chica azorada ya no sabía que hacer. Los clientes disimulaban, interesados en la solución del tema. Para quedar como un gallo, Pancho pidió el libro de reclamaciones. Otra vez el teléfono y otra vez el sufrimiento de la chica. Que si no tenían el libro, que si lo traían ahora. En resumen y para no cansarles, Pancho dejó la herramienta rota, mejor los tres elementos del martillo –mango nuevo y dos mitades del hierro hueco- en una bolsa a la empleada, diciendo que volvían más tarde cuando llegaran los impresos para hacer la reclamación.

Ni Pancho ni Antonio volvieron más. La conversación que tuvieron al salir se puede resumir asi. ¡Pobre muchacha, lo siento por ella, pero el jefe que no quiso devolver se ha gastado más de un euro en llamadas! ¡Y ahora debe estar pensando mucho si volveremos o no, porque estoy seguro que la chica llama otra vez para decirle que dejamos el martillo y volveremos a hacer la reclamación!.

Hoy, varios años después, recordé:

¿Antonio, te acuerdas del martillo hueco? ¡Devolvernos el martillo, es verdad que no nos lo devolvieron pero mire, no me dolió mucho porque a mí me costó un euro el martillo y él le pagó mas de cinco en llamadas a la telefónica!