Era la posguerra, época de “jambre” y dificultades sin cuento. La acción se sitúa en Lanzarote, pues allí mismo me la contaron.
Está
llegando el día de San Martín, fecha en que se hace la matanza de los cerdos.
Marcial es un pobrecito agricultor que solo tiene como capital un cochinito. La
costumbre en el pueblo es matar al animal y regalar a los vecinos un poquito
de tocino, algo de carne para salar, y algún huesito
para la sopa.
Marcial
comenta con su compadre y vecino Fefo que el año ha sido muy malo, que lo único
que tiene es el cochino y si viene todo el mundo a la fiesta sus hijos se van a quedar sin comer. Fefo dice
que le comprende y le aconseja que venda el cochino y diga que se lo robaron.
Que él es una tumba y no dirá nada.
Dicho y
hecho. La noche anterior a la muerte del cerdo, Fefo, a oscuras, se mete en el chiquero de
Marcial y le roba el cochino.
Poquito
más tarde, Marcial se levanta sigiloso, para
que nadie le vea cuando nota sorprendido la ausencia del animalito.
Desesperado
va corriendo a casa de Fefo y le dice llorando:
-
¡Compadre, me robaron la cochina!
-
¡Coño, compadre, que bien lo hace! Si no fuera por lo que hablamos
diría que es verdad, cristiano!
-
¡Qué no, carajo, que me lo robaron de verdad!
-
¡Qué bueeeno, compadre!
¡Manténgase así! ¡A
usted le robaron la cochina!
Mi agradecimiento a don Domingo
Corujo, de San Bartolomé de Lanzarote, hombre sabio.