Panchito Calderín salió de madrugada para Arucas. Llevaba sobre la burra, la carga de cochinilla. Once kilos. También unos albaricoques para completar la carga. Un dineral porque la cochinilla se pagaba seca a precio de oro. Allí la cambiaría en el almacén de los Rosales, por mercancía variada y dinero. Arucas era en esa época –años 50- el lugar donde mejor la pagaban en toda la isla. Dicho y hecho, negoció a buen precio higos frescos, recién llegados de Moya y también doce kilos pasados, quiero decir higos pasados, que él sabía vendería sin dificultad pues tenía siempre compradores para cualquier tipo de mercancías. No les he dicho -tampoco había hecho falta- que Panchito, el arriero, tenía justa fama de hombre serio. No era corriente, pero a muy pocos como a él, se le dejaba llevar la mercancía tratada y ya la pagaría a la vuelta. Como les decía, desde Arucas cogió rumbo con la burra cargada para Las Palmas capital. A su paso por Tenoya se encontró con mi abuelo Antonio Francisco, al que también conocía por Panchito.
-¿Cómo andamos, tocayo?
-¡Bien, hombre! ¡Ganas tenía de verlo, a ver si hacíamos trato!
Paró y bebieron agüita fresca, primero él –de la talla de mi abuela- y después la bestia, en un balde de cinc al que mi abuelo Antonio añadió un poco de paja y rollón. Doy este detalle -innecesario para el desarrollo de mi historia- del orden a la hora de beber agua, al recordar la canción canaria que dice:
Despacito y con cuidado
Dijo el pastor en la fuente
Primero bebe el ganado
Y después bebe la gente.
Hablando, hablando y observando arriba y abajo una vaca de mi abuelo, terminaron tratándola en 100 duros. Se dieron la mano en señal de que se había cerrado el trato y Calderín le dijo que en una semana vendría para llevársela, que no le dejaba dinero porque no lo tenía. También dijo que ya la tenía vendida en El Toscón, bastante cerca de Tamaraceite y por tanto, sin alejarse mucho del rumbo que seguía. Mi abuelo se empeñó en que se la llevara y él, trancado en que no. Dejemos por un momento el rumbo de Calderín y detengámonos en el cierre final del trato de mi abuelo. ¡Oiga, esto me lo contó él y por tanto no admite ni dudas ni réplica!
Aquel día no se la llevó y, como si fuera una maldición al día siguiente pasó otro tratante. Se empeñó en la vaca de mi abuelo que contestaba-¡La vaca está vendida!
-¡Oiga, le doy 140 duros por la vaca! ¡ Mire aquí el dinero!
Enseñándole los billetes repetía:
¡ Lo vé!¡ El dinero está oyendo la conversación!
Mi abuelo repetía
-¡La vaca está vendida! ¡ Qué clase de hombre se cree usted que soy yo, carajo! ¡La vaca ya no es mía!
El tratante se fue molesto.Cuando mi abuelo me lo contó, dijo riéndose de sí mismo
-¿Tu sabes Panchillo que estuve dos años pá cobrar la vaca?
-¿Y eso, abuelo?
-¡Pues mira, los asuntos se le dieron mal a Calderín y se enfermó, mandó un par de avisos pá que supiera lo que pasaba y que no podía pagarme!
-¡Un día, pasado dos años, llegó por aquí un sobrino de él y me trajo el dinero! ¡Y lo que no hice en dos años, lo hice a la semana! ¡Alquilé un coche y fui con tu abuela a Tirajana a visitarlo y le llevé su baifito y unas naranjas chinas de La Hoya! ¡Buen amigo Calderín y un señor toda la vida!
Y remachaba
¡Ya no hay gente de ésa. Aquello era pura tea, hoy lo que hay es pinsapo!
¡Lo que jodía un poco era que cuando pasaba por aquí el marchante de los 140 duros, me decía pa calentarme! ¡Como corren las malas noticias!
-¿Qué, Panchito ya cobró la vaca?
A lo que respondía mi abuelo
-¡A usted no se la hubiera vendido ni en mil duros. Así que métase en sus carzones, carajo!
Y terminamos ahora la historia del viaje comercial de Calderín y su burrita rumbo a Las Palmas. Allí vendió y cambió su mercancía en el Mercado de Vegueta y cargado de queso tiró para Tirajana. Lo que sigue ahora me lo contó su nieta Paquita Hernández esta mañana.
Cuando subía por Los Cuchillos y al llegar a terreno llano en Guriete, se subió un rato en la burra para descansar. ¡El, no la bestia! Era sol puesto y de repente, en esa penumbra un gato que salta y se acurruca detrás de él, sobre el animal. Calderín se azoró y con los pelos de punta aguantó callado casi dos kilómetros. Al llegar a casa de Mariquita Antonia - única casa que aún queda en todo el camino de Los Cuchillos, llegando a Santa Lucía, hoy a punto de caer derribada por el paso de los años- el gato que salta al suelo y desapareció difuminándose en el aire a la vez que se reía a carcajadas con voz de mujer que parecía venir del fondo de los infiernos:
-¡Mentecato, llevo un gran rato montado en la burra y tu medio dormido sin enterarte, ji, ji,ji!¿Sería una bruja?
Ustedes saben como yo que en aquel tiempo no había luz y también saben que las brujas se acabaron cuando llegó la luz eléctrica. ¿O no lo sabían?Saludos.