Antes de comenzar esta historia, conviene que
le quitemos hierro a la palabra vómito o vomitona, pues de ello depende en
buena parte el éxito final. ¿Se lo quitamos? Con lo que se descansa al hacerlo
después de una buena comida y/o borrachera, incluso después de una mala noche. ¡Pues, ya está! Comienza la narración.
A Manolo, el de Gervasio, le pierden las
copas. Pero ¡oiga! Hombre simpático cuando las lleva. Hay otros que son todo lo
contario. De éstos, se dice que: ¡Borracho
cochino, no pierde tino!.
Tarde del sábado en la barbería de Francisquito.
Establecimiento lleno. Entra Manolo y pregunta
-
¿Me quedan muchos delante, Francisquito?
-
¡Tres, con el que estoy pelando!
-
¡Pues voy aquí al bar de al lado, a echarme una copita!
No fue una copita, lo menos fueron seis. El caso es
que a la hora y media, entra de nuevo en la barbería y dice
-
¿Qué, me toca el turno ya?
-
¡Ya se te pasó, Manolo. Ahora te quedan cinco! dijo Francisquito
sin inmutarse
-
¡Pues voy aquí al bar, a echarme una copita!
Este episodio se repitió otras dos veces y
Manolo se volvía siempre al bar “a
echarse su copita”.
A la última vez, se encontró con la barbería
cerrada. Tranquilo, se echó a caminar agarrado a la pared, tropezó con algo y cayó
al suelo. Y allí quedó “botado”, en
medio de una vomitada.
Cuando despertó un perro estaba comiendo y lamiéndole la cara. Manolo, sabe Dios en
que estaría pensando, acertó a mascullar estas palabras
-
¡Maestro, la navaja está buena,
pero el bigote no me lo quite!
Dedicado con mi agradecimiento a don Domingo Corujo Tejera, amigo y admirable narrador de historias.
1 comentario:
Jejeje menuda chispa cristiano!!
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